Un triunfo categórico de Trump
El resultado obtenido por el exmandatario, que contradijo los pronósticos sobre un resultado estrecho, revela una mayor sintonía entre sus propuestas y las demandas de los estadounidenses.
Donald Trump ratificó el martes pasado que es la figura más relevante de la política de Estados Unidos de la última década. No sólo hizo historia al convertirse en el primer presidente desde Grover Cleveland, en 1892, en volver a la Casa Blanca luego de haber perdido una reelección, sino que lo logró ampliando su votación en prácticamente todos los segmentos etarios y grupos étnicos. Los números obtenidos tras la jornada electoral del martes son los mejores de sus tres postulaciones a la Presidencia.
Al contrario de 2016, cuando si bien ganó en delegados para el Colegio Electoral, al conseguir 304 de los 270 necesarios, fue derrotado en el voto popular, esta vez obtuvo una ventaja inapelable en ambos registros. No sólo estaba consiguiendo casi cinco millones de votos de ventaja sobre Kamala Harris -incrementando su votación con respecto a 2020 en todos los estados, salvo en dos-, sino que además podría llegar a 312 electores en el Colegio Electoral, una vez que se confirmen los resultados de Nevada y Arizona. De ser así, habrá ganado en los siete estados clave.
Pero al margen de las evidentes capacidades como candidato que revelan esos números -más aún considerando que se trata de una figura condenada por 34 delitos, acusada en otros dos casos, y vinculado a uno de los episodios más oscuros de la historia de Estados Unidos, como fue el asalto al Capitolio-, las razones de su victoria se hallan no tanto en su estilo como en sus propuestas. El expresidente logró conectar mejor con un importante sector de la sociedad estadounidense que vio en su programa una respuesta concreta a sus problemas.
Pese a su retórica disruptiva y polarizante, que atrae a algunos y genera profundo rechazo en otros, fue su llamado a contener la inmigración, impulsar políticas proteccionistas para defender la industria local y anunciar una baja de impuestos para reactivar la economía, lo que le hizo sentido a una mayoría de norteamericanos que estima que el país va en la dirección equivocada y que dice estar peor que hace cuatro años. El exmandatario aumentó en más de 10 puntos con respecto a 2020 su votación entre la población latina y entre los jóvenes.
En una democracia las elecciones se ganan en la medida que los candidatos logran conectar con sus votantes y responder a sus temores y preocupaciones de mejor manera. La ya clásica frase de James Carville en la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 -”¡es la economía, estúpido!”- es un claro ejemplo de ello al identificar que ese factor era el más determinante en las preocupaciones de los votantes. Eso es lo que el expresidente logró en 2016 y volvió a hacer en esta ocasión, con la inmigración y la economía, pese a las dudas que su discurso despierta en el exterior.
Una sintonía con el votante medio que el Partido Demócrata ha sido incapaz de lograr, al estar cada vez más asociado con una élite académica e intelectual, concentrada en las áreas urbanas. El tradicional “cinturón de acero” que reunía a los estados industriales del noreste y medio oeste de Estados Unidos y que era dominado por los demócratas fue claramente perforado por Trump, con sus triunfos en Wisconsin y Michigan. Un fenómeno que revela la pérdida de apoyo de esa colectividad entre la clase trabajadora de Estados Unidos.
Lo anterior explica además que el Partido Republicano haya logrado triunfos relevantes también en la elección del Congreso, que lo encaminaban a tomar el control de ambas cámaras. Un escenario que no sólo confirma el retroceso de los demócratas entre los votantes estadounidenses, sin que le permitiría a Trump tener un escaso contrapeso para llevar a cabo su agenda, más aún considerando que tendrá una Corte Suprema afín. Un dominio inédito en la historia reciente de ese país, que lo convertirá en uno de los presidentes más poderosos del último tiempo en Estados Unidos.