Una nueva etapa para la Unión Europea
El avance de los partidos nacionalistas y euroescépticos deja en evidencia un desencanto de parte de la población con el proyecto de la UE, por lo que hacerse cargo de ello será clave para el futuro del bloque.
El domingo de la semana pasada, tras las elecciones al Parlamento Europeo, la Unión Europea inició una nueva etapa, y tener claro eso para quienes estarán a cargo de liderar este periodo será decisivo para el futuro del bloque. Los resultados de los comicios concluidos el 9 de junio no fueron sorpresivos. Los sondeos ya adelantaban un avance de las fuerzas de derecha, nacionalistas y euroescépticas, pero las cifras finales evidentemente mostraron una creciente inclinación de los votantes hacia partidos que hasta hace no mucho incluso se mostraban críticos a seguir formando parte de la UE.
Hoy, y en especial tras el Brexit, los llamados a abandonar el bloque se han diluido y en su lugar lo que estas fuerzas promueven es una reforma al proyecto europeo con el fin de devolver a los países miembros muchas de las facultades que fueron cedidas a Bruselas en pro de la unidad.
Es cierto que en las elecciones la derecha tradicional y europeísta del Partido Popular Europeo (PPE) no solo ratificó su condición de partido mayoritario en el europarlamento, sino que incluso aumentó su votación con respecto a los comicios de 2019 y sumaría 14 escaños más. Ello le permitirá seguir liderando la gran coalición que le ha dado gobernabilidad a la UE en los últimos años, que suma a la socialdemocracia europea y al grupo Renovación de Europa, que reúne a los partidos de centro liberal del bloque, liderados por la colectividad del presidente francés Emmanuel Macron. Pero no es posible olvidar que estos dos últimos bloques también sufrieron duras derrotas. Si bien los socialdemócratas siguen siendo el segundo grupo parlamentario, bajaron del 20% de votación logrado en 2019 y su principal pilar, la SPD alemana, obtuvo su peor resultado histórico en unos comicios para la eurocámara.
Más severa aún fue la derrota de los partidos liberales de centro, en especial en Francia, donde la coalición liderada por el partido del presidente galo no logró ni siquiera un 15% de los votos. El grupo tendrá 80 eurodiputados, 22 menos que los obtenidos hace cinco años. Un resultado que en el caso de Macron lo llevó a convocar a unas elecciones anticipadas, en una apuesta riesgosa para su sector, que deja abierta la posibilidad de que el próximo gobierno de ese país sea presidido por un representante del partido nacionalista de Marine Le Pen. Ello plantea un doble desafío a Europa, no solo porque el PPE de la futura presidenta de la comisión, Úrsula Von der Leyen -eso si logra reelegirse-, deberá hacer alianza con dos agrupaciones derrotadas, sino además porque los gobiernos de los dos ejes del bloque, Francia y Alemania, quedaron seriamente debilitados tras los resultados. Por ello, si bien las elecciones para el europarlamento solo inciden indirectamente en la conformación de las instituciones ejecutivas de la UE -donde el peso mayor lo tienen los gobiernos de los 27-, las negociaciones que se iniciarán ahora deberán tener sobre la mesa la nueva realidad y la actual distribución de fuerzas.
Existe un evidente desencanto de una parte de la población europea con el proyecto del bloque que las futuras autoridades no podrán dejar de considerar en su gestión, más aún si tras los próximos comicios franceses el partido de Le Pen logra la mayoría y llega al gobierno. Temas como la inmigración, la seguridad y los costos de las políticas ambientales estarán sobre la mesa. De la capacidad de administrar las tensiones internas que todo ello genera dependerá el futuro de la UE.