Universitarios en cuarentena

Cuarentena
FOTO: AFP

Nuestra consoladora convicción de que el mundo tiene sentido descansa sobre un fundamento seguro: nuestra capacidad casi ilimitada para ignorar nuestra ignorancia (Daniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio)



Parece mentira a esta altura, pero para muchos estudiantes universitarios, aún no ha empezado el año. O más precisamente, no han empezado las clases. Y si nos ponemos exquisitos, todavía -en la mayoría de los casos- no se ha materializado el ingreso presencial a sus distintas facultades.

Una partida sin las esperadas -o al menos- acostumbradas bienvenidas de los nuevos profesores y de las nuevas autoridades y sin la adrenalina ni emoción de conocer o reconocer a nuevos y nuevas compañeras.

Así, en plena cuarentena y vía WhatsApp, le pregunté a mis clientes que este año entraban a la universidad, qué les había parecido el inicio de año y, a diferencia del miedo y pesimismo reinante entre los adultos, me encontré con una mezcla de resignación, optimismo y ansiedad por empezar, que me dejó pensando en cómo nosotros, los adultos, procesamos los acontecimientos.

Aquí, a modo de ejemplo, el relato de una estudiante de enfermería de primer año:

“Te cuento que ha sido en general bueno. Lo latero es que quería entrar, conocer a mis compañeros, ver mis salas y laboratorios, etc. Y siento que los podré ver en una eternidad. Pero con respecto a las clases, hasta el minuto todo bien, está organizado, tenemos videoconferencias y foros. Pero sigo con esa ansiedad, esa preocupación de que quizás no entenderé tan bien este método, y me convendría más el convencional y presencial”.

Así, uno de los inevitables protagonistas de este retorno a clases ha sido la ansiedad y la incertidumbre. En consulta, durante el 2019 y principios del 2020, tuve que lidiar como nunca antes con ella, sobretodo en los casos de personas que por A,B o C razones habían quedado, por meses y hasta años, en el limbo entre la educación escolar y el pregrado. Para estos alumnos, entrar a clases es una necesidad biológica, social, psicológica y espiritual, pues sienten que volver a la educación formal los ayudará a retomar sus vidas.

Y este nuevo cambio, esta nueva postergación, genera un malestar que un futuro estudiante de arquitectura resume así: “Se suponía que iba a ser mi primer día. Y resulta que ahora tengo que esperar hasta el lunes para tener clases en línea. Lo encuentro una lata, estoy muy frustrado, pero no es como que sea culpa de alguien. Fue mala suerte nomas y sigo emocionado por tener clases”.

Un segundo protagonista que se suma a la ansiedad y a la incertidumbre, son las redes sociales y el aislamiento, pues marzo ha sido para la mayoría de nosotros, una sobredosis de pantallas. Si bien algunos críticos de las redes sociales se han “abuenado” por la conectividad proporcionada en estas últimas crisis, es importante recordar lo que señala el experto en educación Ken Robinson en Tú, tu hijo y la escuela sobre ellas:

“Siempre he pensado que <<redes sociales>> es un título irónico. En el mejor de los casos son asociales, y en el peor, antisociales (…). Hay pruebas de que las redes sociales pueden aumentar la sensación de soledad de las personas. Un estudio reciente sugiere que cuanto más tiempo pasan los jóvenes adultos conectados a las redes sociales, más probabilidades tienen de sentirse aislados de la sociedad. Si están más de dos horas diarias se duplican las posibilidades de que se sientan aislados. El número de veces que visitan las redes sociales es un factor: otro es cuánto tiempo pasan conectados a ellas”.

En consulta las horas malgastadas en el teléfono es un tema ineludible y todos reconocen que es una adicción que les afecta negativamente su estado de ánimo. Desde octubre pasado vengo escuchando profundas confesiones de jóvenes que admiten deprimirse después de revisar innumerables historias de Instagram y de recibir y enviar los infaltables memes del momento.

Y entre meme y meme… una fake news… un susto… una pizca de ansiedad… dos cucharitas de depresión.

Escuchemos el relato de una futura profesora: “Han sido días agitados, además, la incertidumbre no ayuda mucho a mi ansiedad y quedarme en casa significa estar pendiente de redes sociales, que a veces presentan fake news un poco alarmantes. Sin embargo, saber que no son vacaciones también es bueno porque debo estar pendiente de seguir con mi calendario académico y eso me distrae un poco de todo lo que pasa en las redes, pero igual sigo pendiente sobre lo que pasará con las clases online, si es que funcionan”.

La tecnología y el coronavirus

Mi esperanza es que ahora que casi todo el mundo ha experimentado el encierro y la hiperconexión, comprendamos y sintonicemos con ésos adolescentes que llevan meses y hasta años en casa detrás de las pantallas. Aunque pueda ser cómodo, común o hasta esperable, es una silenciosa bomba de tiempo. Si estos días de cuarentena han sido exasperantes para muchos adultos, esto solo es una pequeña muestra médica del sentir de muchos adolescentes que quedaron en el camino... jugando en un rincón de la casa.

No, no están cómodos, no son felices, ni tienen suerte. Tampoco son flojos. Claramente… algo grave y profundo les pasa. Y si creen que exagero, escuchen los resultados del siguiente experimento que Mariano Sigman, en La vida secreta de la mente, comparte con nosotros:

“El psicólogo estadounidense Dan Gilbert materializó esta idea con una aplicación para teléfonos celulares que cada tanto les pregunta a sus usuarios: “¿Qué estás haciendo?”; “¿En qué estás pensando?”; ¿Cómo te sentís?”. Las respuestas se multiplican entre las personas a lo largo y ancho del mundo para lograr una suerte de cronología y demografía de la felicidad. En general, los estados de ánimo de felicidad se corresponden con tener sexo, hablar con amigos, el deporte, el juego y escuchar música, en ese orden. Los de menos felicidad son el trabajo, estar en el hogar con la computadora o en tránsito por la ciudad (en subte y colectivo)”.

Por lo anterior no es raro que un cliente -que se salió de la universidad el primer semestre de 2019 y que esperaba retomar su vida universitaria este 2020- me dé la siguiente respuesta ante mi pregunta de cómo ha llevado el fallido retorno a la universidad: “Puta. Una paja. Lo único que quería es ir a clase”. Aunque poco académica, ésta sintética frase resume la frustración de muchas personas que querían re-integrarse al mundo social, hacer amigos reales en una sala de clases, conversar en los patios y preguntarle directamente cosas a sus profesores.

El tercer protagonista de esta vuelta a clases es la tecnología, la que para muchos ha sido una positiva sorpresa. Un futuro psicólogo, recientemente egresado de la enseñanza media, lo manifiesta de esta manera: “Hasta ahora igual ha sido cómodo porque las clases han sido más de introducirnos lo que vamos a ver en el año, por lo que no son tannnn importantes y no me pego la lata de ir hasta a la universidad, que queda muy lejos, pero creo que una vez que empecemos a ver materia no va a ser tan cómodo porque es mejor interactuar presencialmente con los profesores y mis compañeros”.

Una novata, no tan amiga de las nuevas tecnologías, lo describe así: “Mira, es muy distinto a lo que quería. Igual te reconozco que ha sido decepcionante y fome porque no tuvimos ni bienvenida ni cachamos a nuestras compañeras ni compañeros. Ahora con las clases on line uno puede inferir las personalidades de acuerdo a como escriben, que dicen, pero no es lo mismo. Lo que sí te puedo decir de la universidad es que se nota mucha preparación y preocupación por nosotros. Hay mail por todo, te mandan Links de grupos de whatsapp y ya estoy en distintos grupos de cada ramo. A ratos igual las cosas se complican, pues nadie maneja tan bien las plataformas, somos todos nuevos en esto, pero todos lo intentan y los profesores y los ayudantes están muy preocupados de que funcionen”.

En síntesis, aunque parezca extraño, la percepción de todos mis clientes, es que si bien la realidad no se ha comportado como ellos querían, éste retorno a clases no ha sido tan malo y destacan la preparación de las universidades, la buena disposición de los profesores, de los ayudantes y de sus compañeros para que las cosas funcionen.

Y es que la tecnología y las plataformas -los grandes ganadores de este inicio de temporada- han destacado por su capacidad para asemejarse a la “realidad”, devolviendo a muchos, una artificial sensación de tranquilidad y normalidad, pues aunque no son las condiciones ideales, muchos reconocen que el trabajo en línea no sólo les ha permitido obtener información, sino que ha sido capaz de generar reflexión, debate y participación.

A modo de ejemplo, esto es lo que me señala un futuro médico: “Para mí y para mis amigos no ha sido nada dramático empezar así las clases, pues en nuestra universidad las plataformas ya estaban listas y nosotros cachamos como funciona todo, las cámaras, los foros, todo es super intuitivo. Aunque no es lo mismo, ha habido bienvenidas, todas por whatsapp y grupos de Facebook, y gracias a las redes sociales ya más o menos cacho a mis compañeros, ya algo sé quiénes son. Aunque suene cliché, las redes sociales nos han conectado y las plataformas nos han permitido estudiar, y creo que este factor tecnológico es el que marcará la diferencia entre las distintas universidades en el futuro”.

Aún así, por muy tech que sean algunos estudiantes, hay varios que reconocen estar a punto de ponerse a “pintar las paredes”, pues les afecta el encierro forzado y la falta de socialización. También, como en el caso de una futura diseñadora, la tecnología todavía no suple lo material y lo humano.

“Es todo un desafío el tema on-line para una carrera como diseño. Nos han mandado trabajos para la casa, pero como no podemos salir a comprar los materiales, hemos tenido que hacer los trabajos con cosas que sí o sí hay en cualquier casa. La plataforma a mí me ha funcionado perfecto, pero a varios compañeros se les ha complicado. Y claro, quiero conocer a mis compañeros y me genera ansiedad no tener al profesor ahí, en vivo y en directo para que te vaya guiando, corrigiendo. Ha sido un trabajo solitario, y sí, puedes mandar fotos por mail y te ayudan al tiro, pero no es lo mismo, uno espera que el profe mire tu trabajo, que te corrija ahí mismo y que te de algunas recomendaciones”.

Así, la protagonista final, como bien señala esta futura diseñadora, ha sido la flexibilidad o, como me dijo un mechón, la capacidad de adaptarse a todo. A los cambios repentinos de fechas, a la tecnología, a las formas de trabajo, a los errores y a las fallas del sistema.

“Se supone que entraba el lunes pero por el paro y la huelga feminista se postergó mi primer día para el miércoles. El miércoles llegué y el calendario ya se había atrasado debido al paro, por lo que comenzamos enseguida con lecturas y la calendarización del semestre. La entrada fue con todo, me pidieron llegar con lecturas ya hechas para algunos ramos y empezamos de inmediato con trabajos en otros. La mayoría de mis profesores sabían que podía pasar algo como lo que está pasando ahora con el Coronavirus, entonces ya tenían más o menos visto cómo iban a ser las clases. El sábado, luego de recibir la instrucción de que debemos quedar en cuarentena, se activó el protocolo de seguir todo online como ya lo tenían pensado. El tema ahora es que no han capacitado a algunos profesores y la plataforma que utilizamos en mi universidad se cae debido al gran número de personas que debe acceder y que se encuentra en mi misma posición”.

Y así, con todos estos obstáculos mediante, avanzan los futuros universitarios, esos que rindieron, sin saberlo, la última PSU. Esos que rindieron en distintas fechas y en distintos escenarios esas pruebas de selección universitaria que hemos instalado como puerta de entrada a la adultez.

Actuales estudiantes que siguen, para nuestra sorpresa, enseñándonos a los adultos, cómo adaptarnos a los cambios, pues si tomo a mi consulta como una pequeña muestra del universo, son ellos los que han aceptado, sin inconvenientes ni problemas, cambiar nuestras sesiones presenciales a virtuales. Y no solo lo aceptan, sino que lo agradecen, porque quieren avanzar y darle continuidad a su carrera.

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