¿Viernes Santo irrenunciable?

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Foto: Andrés Pérez

La idea de hacer de esta fecha un feriado irrenunciable no resulta pertinente, tanto por lo discutible que resulta imponer a todos los trabajadores una determinada creencia religiosa, como por su alto impacto para la economía.



La intención anunciada por grandes multitiendas de abrir durante el próximo Viernes Santo ha generado una áspera polémica, escalando incluso a nivel político, pues un grupo de parlamentarios de Chile Vamos decidió presentar un proyecto de ley -que también ha encontrado eco en sectores oficialistas- para hacer de esta fecha un feriado irrenunciable y así garantizar el derecho a descanso de los trabajadores y respetar lo que a su juicio constituye una tradición muy arraigada en el país. Los sindicatos de dichas tiendas han manifestado su oposición a la idea de abrir en esa fecha, en tanto que organismos como la CUT han hecho ver que se estaría vulnerando un “derecho adquirido”. El cardenal arzobispo de Santiago, a su vez, ha emprendido una activa cruzada comunicacional para persuadir al retail de que no abra ese día.

Un debate de este tipo -consagrar esta fecha como feriado irrenunciable- no puede prescindir de la realidad cultural del país como tampoco de los efectos que ello traería sobre la actividad económica. Ciertamente que el Viernes Santo es una conmemoración de larga tradición y muy arraigada en algunos sectores, sobre todo del catolicismo, y el hecho de que ya sea un día feriado reconoce la importancia de la fecha. Pero pretender ir un paso más allá y declarar esta fecha como feriado irrenunciable -con efectos obligatorios de carácter general- supone imponer una conmemoración de carácter religioso a todo el país, lo que no se condice con un país cada vez más laico y tampoco con la neutralidad que el Estado debe observar respecto de las religiones, pues otros credos legítimamente tendrían el derecho a exigir que fechas significativas para ellos también tuviesen igual reconocimiento.

Parece también un hecho que a estas alturas la mayor parte de la población ve la Semana Santa como una oportunidad de vacacionar antes que como una instancia de recogimiento, tal como se desprende de las propias cifras de Sernatur, donde el año pasado se habrían registrado más de un millón de viajes para estas fechas. Ello refuerza que no hay fundamento para justificar un nuevo feriado irrenunciable, y en tal sentido es legítimo que el comercio abra las puertas ese día, ateniéndose a las normas que regulan las actividades laborales en días feriados.

Tal como ya se ha indicado en estas mismas páginas, el verdadero debate al que el país debería abocarse es a revisar el excesivo número de feriados que ya existen -entre los más numerosos a nivel internacional-, y no a seguir recurriendo al expediente populista de agregar más instancias de asueto para así buscar una suerte de aplauso fácil. Los feriados ya revisten altos costos para la economía, y más aún si son irrenunciables -la Cámara de Comercio de Santiago ha estimado que un Viernes Santo irrenunciable implicaría menores ventas entre US$ 170 y US$ 200 millones-; acertadamente el ministro de Hacienda ha tomado distancia de esta idea, porque justamente el empeño debería estar puesto en cómo reactivar la economía del país.

Este año habrá 19 feriados, de los cuales nueve son religiosos. Exceptuando la Navidad -una celebración que ya trasciende determinados credos- es tiempo de revisar la pertinencia de seguir manteniendo asuetos motivados en festividades religiosas -especialmente aquellas que ya no parecen tener mayor arraigo-, ya sea derogándolos o bien promoviendo que las empresas busquen alternativas con sus propios trabajadores.

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