“Y yo soy una de ellas. En febrero de 2023, una semana después de enterarme que estaba embarazada, perdí a mi guagua. Tenía 6 semanas de embarazo y es el dolor más grande que he vivido. No alcancé a saber si era niño o niña, con su papá no alcanzamos a ponerle nombre sino hasta varios días después de la pérdida, y nunca sabremos a quién se habría parecido, cómo habría sido su personalidad, qué cosas le hubieran gustado, pero sí alcanzamos a sentir un amor profundo por él o ella, y siempre será nuestro hijo o hija.
Los primeros días posteriores a la pérdida fueron de muchísimo dolor físico y emocional, de preguntas, rabia y, sobre todo, mucha culpa y soledad. No sabía que esto le pasaba al 25% de las mujeres, y tenía mucho miedo de nunca poder quedar embarazada de nuevo o de no tener un embarazo que llegara a término. Pensaba que había tenido este aborto porque había hecho algo mal, que era mi culpa y que lo podría haber evitado. Había muchas cosas que no sabía respecto de cómo funcionan los embarazos y las pérdidas. Y es que hasta hace pocos años, este tipo de duelo se vivía en una profunda soledad. Era un tema tabú a nivel social y no existían políticas de apoyo y reconocimiento a nuestro dolor y a la memoria de nuestros hijos.
Afortunadamente, esta realidad ha cambiado en muchos aspectos, y poco a poco esa soledad se disipó y hemos podido vivir nuestro duelo de una mejor manera. Gracias a que con mi marido habíamos decidido compartir nuestra alegría inmediatamente con nuestra familia y amigos, sin la aprehensión de “esperar hasta las 12 semanas”, pudimos ser sostenidos y acompañados por todos nuestros cercanos desde el momento en que nos enteramos de la pérdida. Gracias a la Ley Dominga, pude tener varios días de licencia para recuperarme físicamente y transitar con más calma las primeras semanas del duelo. Gracias a que desde hace un par de años el 15 de octubre es el Día nacional de la concientización sobre la muerte gestacional, perinatal y neonatal, el tabú ha ido dando paso al acompañamiento, y pude conversar con muchas mujeres que habían vivido algo similar y eran capaces de contarlo. Así también he podido acompañar a otras mamás que están pasando por lo mismo.
A los dos meses de haber perdido a mi guagua, quedé embarazada nuevamente. Hoy mi hija tiene 10 meses. Fue un lindo embarazo, pero tenía mucho miedo. Las consecuencias de una pérdida gestacional o perinatal en la salud mental de las mamás - y también de los papás- pueden ser enormes si no existe un acompañamiento adecuado. Afortunadamente, mi red de apoyo, mi psicóloga y sobre todo otras mamás de “guaguas arcoiris” me sostuvieron, me explicaron que era normal estar asustada, pero también me dieron la tranquilidad de que probablemente todo iba a estar bien.
El duelo gestacional y perinatal - independiente del número de semanas- trae consigo muchísimo dolor, rabia, sentimientos de culpa e incertidumbre. Todo esto es más que suficiente como para tener que añadirle soledad y aislamiento. Aunque todavía nos queda mucho por avanzar, iniciativas como las que tenemos actualmente - la conmemoración del 15 de octubre, la ley Dominga, la ley Mortinato, que permite inscribir a nuestros hijos con sus nombres y apellidos en el Registro Civil- contribuyen a ir generando un cambio de mirada.
La memoria de nuestros hijos e hijas, nuestro dolor y nuestra resiliencia merecen tener un lugar en la conversación, y no estar más escondidos entre tabúes y miedos, sobre todo porque, por cada mamá que se atreve a compartir su dolor, otra mamá vive el suyo menos sola”.
*Paloma es coordinadora del centro de estudios Fundación Emma.