Paula 1203. Sábado 1 de julio de 2016.

I. PRIMERA DAMA

La culpa la tuvo Martita Larraechea.

Viña del Mar, 16 de febrero de 1994. Es la noche inaugural del 35º Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Comparten el escenario de la Quinta Vergara: Donna Summer, Plácido Domingo, Ricky Martin y Palta Meléndez. Soy orgulloso miembro de una elite: el team de El Mercurio, encargado de cubrir el certamen. Durante diez días hago de todo: escribo una columna literaria llamada "Desde el jardín", donde nerdmente y a modo de reportero de farándula cuento quien se emborracha en la muy deprimente discoteque Tatoo, del Hotel O'Higgins. Entrevisto a una rubia Sofía Vergara, doce años antes de Modern Family, y a Paulina Rubio cuando no la conocía ni el viento. Duermo una hora por noche y no me importa nada, porque tengo 20 años y son los 90. Pero la tercera noche de festival a mi editor, el grandioso Patricio Ovando, se le ocurre darme una misión reporteril. Quiere probarme. "Anda a esperar a la primera dama y pregúntale qué le pareció Illapu", ordena. Son tiempos de transición: lo que diga Martita sobre los intérpretes de "Vuelvo" es fundamental para comprender esa inquietante y ya no tan nueva democracia.

Con otros periodistas tomo café en la entrada VIP de la Quinta Vergara. Hace un frío miserable. Esperamos cinco horas. Finalmente, como a las tres de la mañana, la puerta maldita se abre y aparece el presidente Frei con Martita, con cara de aburridos y trasnochados. Los reporteros se lanzan sobre ellos y por pavo me quedo sin cuña y entre gritos alcanzo a oir: "¿Qué le pareció el show de Illapu?".

Esa noche decidí que reportear no era lo mío. Había que inventar otra cosa. Me encerré dos semanas en mi pieza, en la casa de mis viejos. Vi Grease y me propuse a escribir una teleserie para Canal 13 que se pareciera un poco a Grease, pero también a Hairspray y Female trouble y a otras películas que me gustaban. Me senté frente al computador y en un triste y azul WordPerfect escribí un proyecto titulado, primero, Corazón de plástico. Y luego de unos meses, Las reinas de la noche.

"Nunca más, en las quince teleseries que he escrito, tuve una relación con el elenco tan directa y cariñosa como en Adrenalina. Todos éramos jóvenes, debutantes, asombrados, metidos en un mágico mundo de la TV".

Quería escribir una teleserie romántica con un trasfondo policial, pero también pretendía describir el mundillo de la música electrónica en Santiago de Chile en los 90 y, por supuesto, armar un universo escolar que me sirviera para vengarme de todos los profesores que me habían hecho la vida imposible en el colegio. Además, tenía la ansiedad de homenajear a algunos clásicos y, por supuesto, escribir buenos villanos que hicieran cosas realmente malas.

Quería muchas cosas, en realidad. Pero Adrenalina era, por sobre todo, un ajuste de cuentas personal con los peores años de la enseñanza media.

II. CATHY WINTER VERSUS LAS REINAS DE LA NOCHE

Las reinas de la noche, el proyecto, llamó la atención de mucha gente, pero muy en especial del extraordinario guionista Fernando Aragón y del director Ricardo Vicuña, quien instantáneamente reconoció el lado oscuro en una historia kitsch sobre colegialas bailando sin parar y faltándole el respeto a los adultos. Don Fernando me enseñó el oficio de la teleserie, con todo lo bueno y lo malo que eso implica.

Costaba concentrarse en las oficinas de Canal 13, pensando que en esos pasillos helados como el infierno habían nacido La madrastra, Los títeres y Ángel malo. Las teleseries de antaño de Canal 13 habían sido mi imaginario y esos grandes autores, sobre todos los Moyas Graus y los Vodanovics, serían mis mentores.

Ricardo Vicuña encabezó el proyecto titulado Las reinas de la noche y tuvo claro desde el comienzo que esta sería una teleserie provocadora, con personajes entrañables y grandes secuencias de fiesta, que hasta hoy pienso que eran el sello inimitable de Adrenalina: esas eternas escenas de vomitiva música house y luces de colores. El siguiente paso en la vertiginosa carta gantt era clave: el elenco.

Para Cathy Winter, la chica sureña de trágico pasado que se enfrenta a las más populares del colegio, Ricardo quería a Claudia Conserva. Era perfecta. De hecho, al menos hasta el capítulo 10 lo escribí pensando en ella. Pero venía de grabar Marrón Glacé, el regreso y no podía hacer dos teleseries seguidas, así que Ricardo tuvo que pensar en otra actriz. Francisca Merino había debutado dos años antes en El amor está de moda. Yo no la había visto actuar, pero la encontraba muy bonita. Lo mismo Alejandra Herrera, que había sido la heroína de Amor a domicilio y el público la amaba. Aranzazú Yankovic –para interpretar a la inocente del grupo, Sandra– apareció de un casting. Para el rol de Tamara, la hija de izquierdistas que se enamora del profesor de castellano (Vasco Moulian), Ricardo eligió a Berta Lasala.

Como me pasaba todo el día escribiendo en una oficina del canal, a veces hacía algunos trabajos extra. Por eso cuando un viernes llegó la hora de elegir una canción para los créditos de Adrenalina, no fue extraño que el productor me pidiera una idea para la letra. Vuélate el fin de semana y escríbete unas frases, nada muy elaborado, me dijo. Y le obedecí: me volé y escribí lo primero que se me vino a la mente. Casi sin modificaciones, la letra se mantuvo y el tema fue grabado y tocado una y otra vez hasta el paroxismo, durante los últimos veinte años. Atrévete a amar, de Sol azul, es absolutamente transversal: canción obligada en matrimonios, la tocan por igual en carretes de zorrones y en fiestas gay. Cada vez que la tocan me da un poco de vergüenza. No por el tema en sí, sino por lo lejano que se ve todo.

La sensación que tengo del proceso de escritura, producción, exhibición y promoción de la teleserie es la misma que experimentaba cuando era chico y llegaba la semana del colegio. Todo era intenso, a mil, recargado, como los colores de la ropa de las reinas de la noche y las luces de la discoteque. Nunca más, en las quince teleseries que he escrito, tuve una relación con el elenco tan directa y cariñosa como en Adrenalina. Todos éramos jóvenes, debutantes, asombrados, metidos en un mágico mundo de la TV, por eso celebramos muchos cumpleaños, despedidas, cambios de casa, aniversarios, lanzamientos y otras fiestas de guardar. Al menos, durante un año.

Pero además de bailar, bailar sin parar, había que trabajar. Durante seis meses escribí catorce horas diarias. Comía pizza con el WordPerfect y me quedaba dormido con la luz azul. Hasta que llegó el día de la salida al aire y no escribí más. Por tres semanas me quedé en blanco. Hubo una fiesta de lanzamiento apoteósica en la discoteque Las Brujas. El rating fue correcto, pero no para saltar en una pata. Los números subieron después. Con el escándalo.

III. JUMPERS CORTOS, BESOS LARGOS

No me acuerdo si fue el Porvenir de Chile, pero es probable. Hubo una denuncia al Consejo Nacional de Televisión. O quizás alguien levantó la voz por una escena. La sintonía iba en aumento, la gente había enganchado con la historia, aunque no era un éxito avasallador. Un día, los ejecutivos pidieron cambios. Empezaron a cronometrar la duración de los besos y a alargar los jumpers. Parejas que no estaban casadas no podían dormir juntos, ni siquiera compartir una cama, entonces había que explicar que fulanito había dormido en el sillón o en la pieza de alojados, lo que sonaba a una moral muy 1956. Las legendarias escenas de Alexis hablando por teléfono en sostén y calzón fueron regrabadas: ahora se le veía en una coqueta batita de polar. Todo era una cuestión de piel. La gerencia de producción puso el grito en el cielo, me acuerdo, por una escena donde Tamara (Berta Lasala) se besaba en pijama con Morrison (Cristóbal Gumucio). Una vez pregunté por qué había generado tanto escándalo y me explicaron que lo que inquietaba a los ejecutivos era la posibilidad de una "reacción" del actor durante la grabación.

De un minuto a otro toda la diversión se terminó. Tenía que escribir tres capítulos a la semana, meta que rara vez alcanzaba, porque había problemas: cortes varios, cambios en el guión, atrasos de producción y varias enfermedades de actores, incluyendo una hepatitis de Luciano Cruz-Coke que me obligó a mandarlo a San Pedro a reflexionar sobre su amor hacia Cathy Esfínter, como la llamaban sus detractoras. Inventar historias durante catorce horas diarias no es lo mismo que reescribir o corregir. Finalmente, el escándalo estalló con una secuencia de acción: una pelea entre DJ Billy (Juan Pablo Sáez) y una pandilla liderada por Fabián (Guido Vecchiola). Una escena difícil, de noche, con extras, en La Pirámide, que plagiaba descaradamente a Rebelde sin causa, de Nicholas Ray, pero que también era un homenaje muy sentido. Siete minutos de teleserie cortados sin misericordia, sólo porque alguien había cacareado más de la cuenta. La secuencia no era violenta ni sexual y sin ella la historia resultó incomprensible. Pensé que eran los gajes del oficio, pero no quedó ahí. Siguieron los cortes y los reclamos. Los padres chillaban, porque en las pantallas del canal de la Pontificia los hijos habían aprendido varias cosas: a hacerse unas chasquillas enormes que levantaban con una pinza; a vestirse con ropas colorinches y definitivamente homosexuales; a oír música punchi punchi, que no es música; y sobre todo, y esto era lo que más dolía, a faltarles el respeto, tal como lo hacía la malévola Alexis (Alejandra Herrera) con su pobre padre (Patricio Achurra). Una vez, en un restorán, una mujer me acusó de pervertir a la juventud con el lenguaje soez y "los malos modos" de los jóvenes con sus padres, pero sobre todo con sus profesores. En la teleserie todos los adultos son aburridos, o corruptos o inmaduros, en especial los profesores, mientras los jóvenes son resueltos, atrevidos, rebeldes y sobreinformados de cultura popular. Claramente, alguna tranca tenía en la cabeza y Adrenalina me ahorró el siquiatra.

El escándalo de Adrenalina llegó a tal nivel que el propio jefe del área dramática, Ricardo Miranda, un hombre fascinante y muy respetuoso de los autores, fue despedido de un día para otro. Se comentó que la plana ejecutiva había pedido una cabeza y había caído la suya.

La recomendación viene muy de cerca, pero hasta hoy pienso que Adrenalina es una buena teleserie. No puedo decir lo mismo de todas las cosas que he escrito. Tiene personajes extremos, un par de buenos villanos, una heroína encantadora y varias tramas, a veces demasiadas. Como todas las buenas y malas teleseries quizás ha envejecido demasiado rápido.

Porque, a diferencia de las películas, los libros y las reinas de la noche, las teleseries sí envejecen.