No soporto la ciencia ficción, ni las naves espaciales. Me dormí ¬¬–en la butaca del cine– la saga completa de la Guerra de las Galaxias. Adelanté el VHS de 2001: Odisea en el espacio, porque –aunque me gustan todas las otras de Kubrick– no me dio para aguantar tanta psicodelia futurista. Tampoco creo en el tarot, ni en las voces del más allá que describen el futuro, ni en los consejos del horóscopo. Tampoco creí que en 2012 se iba a acabar el mundo, aunque los mayas sí supieron que lo estaríamos machacando más que nunca antes en la Historia. De que estamos fritos, estamos fritos. Y esa no es ninguna fantasía esotérica.

Los hielos se están derritiendo, y no solamente esos hielos lejanos de los polos que nunca –al menos yo– hemos visto. Nuestra blanca y esplendorosa Cordillera de Los Andes, tiene tanto hollín que el sol la está liquidando. Con 3 grados más de temperatura en el Planeta, está claro que peligramos. Ese fue el Informe –con carácter de URGENTE– que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático perteneciente a la ONU, publicó en octubre del año pasado. La meta es que no se supere el grado y medio en 2030. Quedan 11 años. ¿Lo lograremos? Pero si los pasajes en avión están tan baratos, la ropa está regalada en el mall, los plásticos de un solo uso están en todas las esquinas, a veces pierdo la esperanza. Porque no se trata solo de terminar con las bolsas plásticas, ni de darse duchas en tres minutos.

Hace unas semanas Greta Thunberg, la adolescente sueca que lidera la huelga estudiantil por el clima, convocó a la primera huelga mundial. Su llamado no es cosa de niños, aunque en estricto rigor lo es, porque son ellos los que heredarán un planeta inhabitable: sin agua dulce, sin posibilidad de sembrar alimentos básicos, con enfermedades que parecían controladas como la malaria y dengue, con inundaciones y un océano que aumenta en volumen, pero que no podrá contener vida. El grito de Greta es a actuar como si la casa estuviera en llamas. Porque lo está. Si desde 1990 las emisiones mundiales de dióxido de carbono han aumentado en casi un 50%, entre 2000 y 2010 las emisiones fueron mayores que las de las tres décadas anteriores. Estamos en un momento clave. En el clímax cinematográfico, a punto de que lleguen los gringos a salvar a la Humanidad. Y eso creen que hacen, aplaudiendo los hallazgos de Curiosity en Marte y preparando tripulantes para despegar en 2033. Y así, pareciera que arrancar de un planeta inútil y estéril, producto de un crecimiento desproporcionado que terminó con la habitabilidad de la Tierra, sería la respuesta.

"Pienso, la Tierra es corta– y la angustia –rotunda– y muchos sufren, pero ¿qué importa?" escribía Emily Dickinson a mediados de siglo XIX. Pero ¿qué importa? Ella hace años que no está. Nosotros probablemente tampoco estaremos en 2065 o 2100, cuando el mar suba 30 centímetros e inunde las plantaciones y se lleve casas. Pero qué importa si lo mío es mi departamento, me cargan las plantas y no como verduras.

La Odisea a Marte, no es ciencia ficción. Ya lo dijo Stephen Hawking y sentenció: "Estoy convencido de que los humanos necesitan abandonar la Tierra. Le hemos dado a nuestro planeta el desastroso regalo del cambio climático, elevando las temperaturas, aumentando la reducción del hielo de las capas polares, la deforestación y la extinción de especies de animales". Pero él tampoco está.