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SIMA PALACIOS, VENEZOLANA
La discusión, las lágrimas, la conciencia de que en su país, en su casa, en su familia, están pasando hambre. Sima Palacios Levi, 31 años, asistente social y parvularia, con ocho años de estudios superiores en su Caracas natal, vive desde hace dos en Santiago. Dejó todo y se vino con su novio a Chile, su segunda opción. "Queríamos migrar a Francia, pero el seguro médico que nos exigían para viajar, por la alta inflación en Venezuela, se volvió impagable. Hasta tomamos clases de francés, pero no se pudo y aquí estamos", dice esta joven profesional recuerda que en su país "tenía dos empleos y me alcanzaba justo para comer. Esa es la realidad. Yo no tengo posición política, pero en relación a Maduro me hace sentido una frase de Simón Bolívar: 'Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de ahí se origina la usurpación y la tiranía'".
En Chile, Sima primero trabajó en un kiosco en el centro de distribución Bodega San Francisco. Fue muy bien tratada, pero sentía que no estaba aprendiendo nada. Como arrienda un pequeño departamento en Alameda con General Velásquez, se enteró en la Municipalidad de Estación Central de una feria laboral, donde conoció los cursos gratuitos de Fundación Emplea del Hogar de Cristo. Se inscribió en uno de asistente administrativa. En diciembre se graduó y se quedó trabajando en Emplea. "No gano tanto, pero me apasiona el tema social". De Chile, lo que más le ha impresionado es lo cubierta que está la gente en la playa. "Nunca vi tan poca piel al sol sobre la arena", dice sobre su reciente visita a Concón. Y la discriminación que "es menor con los venezolanos", aunque eso no la ha salvado. "Me pasó en La Vega, donde una vendedora se molestó porque no sabía pedir un caldo en cubito. Al final, me dijo que si no aprendía los nombres de las cosas, mejor me volviera a mi país, ese donde, a diferencia de Chile, no tienen ni para comer… Y yo pensé en mi mamá, que efectivamente podía estar pasando hambre, y lloré".
SUSANA VEITÍA DE LOS REYES, CUBANA
Entre Santiago de Chile y La Habana hay 6.414 kilómetros de distancia, que en avión toman ocho horas de viaje, pero Susana, su mamá y sus dos hijas, tardaron nueve días en una travesía épica. Susana tiene 31 años, dos hijas de 13 y 4, y estudios de "dependiente de gastronomía", lo mismo que su mamá, Susana de los Reyes, de 50. Todas nacieron en La Habana y vivieron los rigores de un régimen "con una economía en el suelo".
Susana hija había logrado independizarse y tenía un pequeño emprendimiento: un carrito de venta de granizados. También poseían una casa. "La vendimos y con ese dinero emigramos. No como lo hacían los balseros en los años 80, sino comprando un ticket de avión a Guyana, uno de los países a los que los cubanos podemos viajar. Los otros son Bolivia, Brasil y Rusia. De Guyana volamos a Brasil y, de ahí, por tierra, en bus, partimos a Bolivia para entrar a Chile por el norte. Al hacer eso, nos volvimos ilegales para Cuba", explican. En Bolivia, su hija mayor, que sufre una anemia crónica, tuvo una crisis y debieron hospitalizarla durante dos días. Hoy viven en la Hospedería de Mujeres del Hogar de Cristo, en Estación Central, al lado del Santuario del Padre Hurtado. "Somos católicas y acá nos sentimos acogidas. El tratamiento de mi hija en el hospital ha sido bueno y gratuito y las dos ya están matriculadas en el colegio. Estamos ilusionadas, aunque a veces nos deprimimos". Susana hija trabaja en un local cercano de venta de comida, donde los clientes le parecen amables y educados. "Me llaman mulata hermosa. Aunque a mi mamá, por ser de piel más oscura, sí la han discriminado. A las niñas y a mí, no. Creo que, como en todos lados, aquí hay personas buenas y personas crueles".
Las niñas, sobre todo la mayor, cantan precioso y en las tardes sorprenden y alegran a los que caminan por la primera cuadra de la calle Hogar de Cristo. Y a todas, abuela, madre e hijas, les intriga lo mismo: cuán helado será el océano Pacífico.
SCHNAIDINE ALBERT, HAITÍ
Su mamá, de 38 años, le ha hablado de "las bellezas de Villarrica, una región con mucha agua, lagos y vegetación. Con gente buena y amable, más acogedora que la de Santiago. Estuvo trabajando allá unas semanas", cuenta Schainide, de 20 años, quien presionó a su progenitora para que abandonaran Gonaives, la comuna de Haití, muy cercana a Puerto Príncipe, donde vivían hasta hace 3 meses.
Ahora arriendan una pieza en una casona en la calle Club Hípico, donde comparten techo con peruanos, bolivianos y otros haitianos. Mientras su mamá trabaja como niñera (habla español, inglés y francés), Schnaidine -quien se las arregla en español gracias a las dos semanas que asistió a Kase Chen, el curso para haitianos que ofrece Fundación Emplea- es una chica estudiosa, comedida y religiosa. Asiste junto a su mamá a la Iglesia Bautista y está convencida de que en Chile podrá estudiar Medicina, que es su único objetivo vital. Una vez que domine el español, obtenga la cédula de identidad chilena y los demás papeles de Extranjería se lo permitan, podrá formarse como pediatra. Lo dice firmemente convencida. Quizás porque lo que aquí parece muy difícil, en Gonaives resultaba imposible.
MELISSA CHAN, COSTARRICENSE
Es sicóloga y actriz. A los 28 años, cuando terminó sus estudios en la Universidad de Costa Rica, en San Juan, su ciudad natal, postuló como voluntaria a América Solidaria. Por su área de interés -la educación- y su formación, fue elegida para trabajar un año en Chile. Pudo elegir entre Santiago o Iquique, para participar de programas de integración de migrantes en escuelas. Escogió Santiago.
Trabajó desde marzo de 2017 en el Colegio Confederación Suiza, que tiene alumnos venezolanos, colombianos, peruanos, y en el San Alberto, donde hay "un gran número de alumnos haitianos", empapándose del boom de migrantes que experimenta Chile. Compartió una casa en la comuna de Independencia con 19 voluntarios de distintos países de América y Europa, y consolidó sus ideas respecto de la migración y el ser humano. "Mi bisabuelo chino llegó a Costa Rica como ayudante de curandero. Se radicó en el norte, en Nicoya. Yo soy una mezcla que algunos llaman 'exótica' por mis ancestros chinos y mi piel oscura. Acá, en Chile, la mayoría piensa que soy venezolana, porque los chilenos tienen la tendencia a clasificarte y no les gusta no identificar de dónde eres. Yo asocio la xenofobia y la discriminación con mitos defensivos que fomentan el prejuicio. En mi país pasa con los nicaragüenses lo que está sucediendo acá con los haitianos. Hay 'ticos' que acusan a los 'nicas' de ir a quitarles los empleos, cuando se trata de trabajos básicos que ellos no harían".
Aunque en marzo de 2018 Melissa debía volver, su competencia y capacidad, le valieron ser contratada por el Servicio Jesuita a Migrantes y hoy trabaja allí como sicóloga. Su caso no corresponde a migración económica, pero su apertura de mente y conocimiento del tema son un aporte.
¿Cuántos y de dónde vienen?
Las 10 comunidades principales entre 2005 y 2016 que lograron permisos de permanencia definitiva en Chile son la peruana, con 123.401, equivalentes a un 38%; la boliviana (13,5%), la colombiana (13%). La venezolana está en el séptimo lugar (2,6%) y la haitiana, novena (2%).
Entre los años 2010 y 2016 se observa un importante crecimiento de migrantes procedentes de Colombia, Venezuela y Haití.
El 63,6% de los migrantes vive en la Región Metropolitana; el 53,3% de los migrantes son mujeres.