50 años juntos
Hay relaciones que han logrado atravesar el tiempo: mantenerse, crecer, renovarse. Pasar de una generación a otra. Envejecer con humor, cariño y sabiduría. Amigos de infancia, compañeros de banda, antiguos rivales deportivos, jardineros que cuidan el mismo rosal, peluqueros y su distinguida clientela, celebran aquí 50 años juntos.
Paula 1239. Sábado 18 de noviembre de 2017. Edición aniversario 50 años.
Hermanos libreros
Los hermanos José (62) y Arturo (56) Fuentes Elordi nacieron y se criaron en la Librería Cervantes, una reliquia viva que lleva 110 años en la misma esquina de 10 de Julio con Portugal y que hace más de 60 años fue comprada por sus padres: el chileno José Fuentes, hoy fallecido, y la española María Luisa Elordi, quien tiene 92 años. Como buena vasca, ella trabajó infatigablemente en la librería hasta el año pasado, pero tuvo que dejarla debido una lesión a la cadera. Los únicos que siguen al pie del cañón, atendiendo público, manteniendo las impecables vitrinas y bajando productos de la bodega, son José y Arturo, siempre uniformados con sus cotonas grises y sus bigotes negros. “Toda nuestra vida ocurrió aquí. Los papás trabajaban en el local y del colegio nos veníamos para acá. Yo tenía 5 años y quería atender. Me subía a una silla para alcanzar los mesones y poder decir: ‘Señor, ¿qué necesita?’”, dice José. Arturo tiene otro recuerdo feliz: “Antes éramos librería y juguetería. Mi papá iba a una importadora de juguetes a comprar y me llevaba. Era una maravilla para un niño chico meterse a un galpón lleno de juguetes y que mi papá dijera ‘elige uno para Navidad’”. Aseguran que la librería es un trabajo sacrificado, pero disfrutan el contacto con los clientes. “Todos nos conocen, se quedan conversando y el tiempo pasa volando”, cuenta Arturo. Cuando bajan la cortina, se van caminando a su casa, que está a dos cuadras. “Hasta hoy le agradezco a mi padre que tenemos el local aquí y la casa al frente”, dice José.
Los gemelos del campus
Cuando eran niños los gemelos Mauricio y Marcelo Villena (48) se vestían con la misma ropa, estaban en el mismo curso en el colegio y eran igual de "mateos" para los estudios. Ambos se dedicaron a la Economía, hicieron el mismo doctorado en Cambridge y desde hace más de 10 años son vicedecanos en la Universidad Adolfo Ibáñez: uno en la Escuela de Negocios y el otro en la Facultad de Ingeniería. Se entretienen escribiendo papers académicos a cuatro manos y juntándose a tomar un café en el campus. "Lo especial de tener un gemelo es que no te encuentras en ningún momento solo, tienes una persona incondicional a tu lado de por vida", dice Mauricio Villena. Se han hecho paleteadas que solo dos gemelos podrían hacerse, como una vez que Mauricio tenía una entrevista de trabajo a la que no podía asistir y fue reemplazado por Marcelo, quien desempeñó su rol tan bien, que quedó en el puesto. Años después, Mauricio le devolvió el favor a su hermano, haciéndose pasar por él en una entrevista de un colegio a la que uno de sus sobrinos estaba postulando. "Marcelo se encontraba fuera del país, así es que yo tuve que ir con mi cuñada", recuerda Mauricio. No resisten mucho tiempo separados: cuando Marcelo Villena comenzó a trabajar en la Universidad Santa María en Valparaíso, Mauricio aceptó un cargo en la Adolfo Ibáñez de Viña del Mar para vivir cerca de Marcelo. "La verdad es que nos hemos seguido a donde ha estado el otro", dice Mauricio, "la dinámica es la misma de cuando éramos pequeños: una relación de amigos".
La Copa de los sobrevivientes de Los Andes
Jugando en el Sudamericano de Buenos Aires de 1967 se conocieron los jóvenes rugbistas Ezequiel Bolumburú, del Old Boys de Chile y Guido Magri, del Old Christians de Uruguay. Se hicieron amigos, cartas iban y venían, hasta que se concretó un primer partido amistoso entre los Old Christians y los Old Boys en 1971, en Santiago. Al año siguiente quisieron repetir la experiencia. Pero el 13 de octubre de 1972 los chilenos se quedaron esperando a los uruguayos en la cancha. El avión Fairchild en que viajaban se estrelló en Los Andes y Guido Magri junto a otras 28 personas murieron. Armaron cuadrillas de búsqueda, pero los esfuerzos fueron infructuosos. Sin embargo, a los 72 días, el milagro ocurrió. Salieron de la cordillera 16 sobrevivientes de los 45 que iban en el avión. "Fue una alegría inmensa. Celebramos la Navidad, jugamos pichangas en las que ellos estaban demasiado flacos para participar", recuerda John Scott de los Old Boys. Esos 16 sobrevivientes rearmaron el club Old Christians en Uruguay. Como revancha por ese partido que no se pudo jugar, todos los años los Old Boys y los Old Christians intercambian visitas entre Uruguay y Chile para disputar la Copa de la Amistad. Juegan los mismos sobrevivientes uruguayos con sus viejos contrincantes chilenos y también juegan las ramas de hockey, fútbol y rugby. Se han hecho tan amigos que se invitan a los matrimonios de sus hijos y a los cumpleaños. "Hoy son amigas las señoras, son amigos los hijos y estamos llegando a la tercera generación, de los nietos. Todos los años que nos juntamos a jugar, lloramos; es muy emotivo. Eran los mejores amigos los que quedaron en la cordillera. Celebramos la amistad y el milagro de estar vivos", dice Scott.
Cortados por la misma tijera
Escondida en una galería de Manuel Montt con Providencia, hay una peluquería infantil de aire sesentero llamada José Moreno e Hijo, donde Felipe Alessandri (33), tataranieto del presidente Arturo Alessandri Palma, se corta el pelo desde que tenía 6 meses. Una tradición que ya lleva tres generaciones en su familia: su abuelo Arturo Alessandri Besa (94), en los años 30 y siendo un niño, pasó por las tijeras de José Moreno que atendía en la peluquería infantil de Gath y Chavez, ubicada a tres cuadras de La Moneda. En los años 60 su papá Arturo Alessandri Cohn se cortaba el pelo con el hijo de José Moreno, que heredó el mismo nombre y oficio e instaló una peluquería en Providencia. Actualmente es Felipe, el único hijo hombre de los 6 hermanos Alessandri Besa, quien se corta todos los meses con Marcelo Moreno, hijo de José Moreno; le pide el clásico corte tradicional varón. "Cuando era niño me traía mi mamá a la peluquería de Marcelo y era entretenido, porque después comprábamos helados en La Foca. Ahora, que soy grande y trabajo, lo llamo para que venga a cortarme a la casa", dice Felipe. Cuando Moreno va a su casa, a veces se aparece el papá de Felipe o alguno de sus primos, ya casados, para que les corte el pelo igual como cuando eran niños. "Es lindo ver cómo una misma familia confía en ti por varias generaciones", dice el peluquero.
El jardinero fiel
En 1967 Federico Vera (79) comenzó a trabajar el jardín de la señora Victoria Montalva, madre del presidente Eduardo Frei Montalva. Al poco tiempo el mismo Presidente le pidió a Federico que cuidara el jardín de su casa en la calle Hindenburg, en Providencia. Desde entonces se ha dedicado con esmero a los rosales y plantas del boscoso jardín de la hoy Casa Museo Eduardo Frei Montalva. Al fondo está la buganvilia bajo cuya sombra Frei Montalva leía. Cuando veía a Federico con la manguera, se la pedía para regar él mismo. Frente a la ventana del living hay un gran naranjo cargado de frutos que su mujer, Maruja, hizo nacer de una pepita en un pote de yogurt. En la entrada de la casa había un hibisco de flores rojas que el ex Presidente saludaba con una palmadita cada vez que entraba a la casa. "Don Eduardo adoraba su hibiscus. Cuando él murió en 1984, el hibisco se secó. A las plantas hay que quererlas igual que a las personas. Yo les hago cariño, las saludo, cuando hago el jardín", cuenta Federico. Al parecer funciona, porque el durazno plantado por él da unos frutos muy dulces que en verano regalan a un jardín infantil del barrio. "Este año se cumplen 50 años desde que Federico trabaja cuidando este jardín que mi papá tanto quería y que era el lugar de encuentro con hijos y nietos", dice el ex Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Y agrega: "También este año cumplimos 50 años de matrimonio con Martita. Por lo tanto, son 50 años desde que salí de esta casa para casarme". Martita Larraechea se ríe y agrega: "Que saliste y no volviste… ¡Menos mal!".
Rockeando desde los 12
Eduardo Valenzuela (guitarrista y compositor), Sergio Andreu (bajo) y Javier Galmes (batería) eran compañeros de curso en el San Ignacio y tenían 12 años cuando formaron su banda de rock Los Trapos. "En 1966 los curas abrieron una academia de música chilena. Empezamos cantando 'Pirihueico, Panguipulli…', pero después empezamos a sacar canciones de Los Beatles. Éramos tan chicos que la primera canción de Los Trapos se llamó Ella tenía 13 años", recuerda Sergio Andreu. Desde entonces, no pararon de tocar. En 1972 se unió Francisco Larraín como segunda guitarra. Llenaban estadios y teatros en todo Chile, en los que solían improvisar larguísimos solos. "Una vez, en San Antonio, tocamos un solo tema durante todo el concierto. El público entraba en trance", dice Eduardo Valenzuela. Cuando vieron a David Bowie y a Alice Cooper, maquillados al estilo Glam, Los Trapos alucinaron. "Usamos pestañas como de La Naranja Mecánica, mantones de manila blanca, guantes sin dedos. Era un escándalo entonces, pero los jóvenes se fascinaban con estos locos pintados", recuerda Valenzuela. Les gustaba tocar en lugares inesperados, como al interior de la antigua piscina de 8 Norte en Viña o sobre la marquesina de Almacenes París, mientras la gente los miraba desde la Alameda. Su actividad disminuyó en 1979, pero siguieron tocando en fiestas y conciertos ocasionales. Este año se sumó Sergio Mujica como vocalista y están ensayando para regresar a los escenarios en diciembre, con sus temas originales de los años 70. "Sacamos 3 discos, pero ahí no está ni el 1 por ciento de nuestras canciones. Por eso estamos grabando uno con ese material inédito", dice Valenzuela.
Mística normalista
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De izquierda a derecha: la profesora jefe Berta Álvarez junto a sus alumnas Nilda Sotelo, Stella Donoso, Yolanda González, Lucía Sepúlveda y María Villarroel.[/caption]
Ingresar a la Escuela Normal N° 1 no era nada fácil en 1959. Postulaban 700 niñas de 13 o 14 años de todo Chile y, además, tenían que estar dentro de los 6 primeros lugares de su curso. Les hacían diversos exámenes durante tres días. Solo quedaban seleccionadas 70. Entre esas afortunadas estuvieron Nilda Sotelo, Lucía Sepúlveda, María Villarroel, Yolanda González y Stella Donoso, profesoras normalistas graduadas en 1964 y amigas hasta hoy. Siempre se reúnen con su profesora jefa Berta Álvarez, hoy de 92 años, y normalista tan destacada que su foto está en el Museo de la Educación junto a la de Gabriela Mistral, con la frase "Formadora de maestras". Cuando la ven, sus ex alumnas la abrazan y se sacan fotos con ella. "Agradezco la vida que tengo por el inmenso cariño de mis ex alumnas. Como profesora yo las quería y me preocupaba una a una. Esa formación integral desgraciadamente se perdió cuando cerraron las Escuelas Normales en 1974", dice Berta Álvarez. Pero sus alumnas, que venían de lugares como Melipilla, Chillán e Isla de Pascua, no olvidan lo aprendido en esos seis años de formación. "Para mí fueron los años más felices, porque encontré todo lo que me faltaba: en mi casa compartía cama con mi abuela y en el internado tuve mi propia cama; era hija única y encontré amigas de mi edad; y logré mi sueño: ser maestra", dice Yolanda González. Nilda Sotelo, hoy directora del Colegio Municipal María Luisa Bombal, agrega: "La Escuela Normal fue mi gran oportunidad para ser profesional. Yo me esfuerzo por entregar la mejor calidad de educación que pueda a los niños, porque mi deber es devolver a la sociedad chilena lo que recibí de manera gratuita", dice.
El pediatra de dos generaciones
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Doctor Raúl Corrales, Blanca Lyng Gazzana (en brazos del doctor), Matilde Lyng Gazzana, Jacinta Lyng Gazzana, Chiara Gazzana Berenguer, Amelia Lyng Gazzana (en brazos de Chiara), Gianfranco Gazzana Berenguer y Clemente Gazzana Daroch (en brazos de Gianfranco).[/caption]
En 1983 Amparo Berenguer llevó al segundo de sus tres hijos, Gianfranco, entonces de 6 meses, al Hospital Roberto del Río ardiendo en fiebre. El niño tenía un problema a las vías urinarias y Amparo temía que se hubiera vuelto a enfermar. Su urólogo al verlo, le dijo: “No creo que sea algo urinario. Déjame consultar con Raúl Corrales, un pediatra broncopulmonar experto, que le tengo toda la confianza”. La madre se imaginó que iba a llegar una eminencia con el pelo canoso, pero en cambio, “entró un doctor joven, rubiecito, bajito, con zapatillas y un delantal largo que le llegaba a los tobillos”, recuerda Amparo. “Pero examinó con tanta paciencia a mi guagua, que me encantó. Me dijo que tenía una neumonía. Desde entonces se convirtió en nuestro doctor de cabecera”, relata. Sus hijos Chiara (37), Gianfranco (35) y Stefano Gazzana (27) se atendieron con él desde que eran guaguas en su consulta de la Clínica Alemana. Stefano, incluso, aprendió a caminar en la sala de espera de Raúl Corrales. Y ahora son Chiara y Gianfranco los que llevan a sus hijos (cuatro niñitas de Chiara y un niño de Gianfranco) a donde el doctor Corrales. “Es una satisfacción ver a esos niños que atendí desde pequeños volver a la consulta convertidos en padres. Ahora la tarea es mantener sana a otra generación de la familia”, afirma el médico. Curiosamente, la relación se invirtió, ya que el menor de los Gazzana, Stefano, es kinesiólogo y le hace rehabilitación por lesiones a la rodilla a los dos hijos menores de Raúl Corrales. “Yo lo vi de guagua y ahora él atiende a mis hijos. Las vueltas de la vida”, dice el pediatra.
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