Las citas ya no son como las de antes. Aquella vieja ilusión de coincidir en un café y conocer a alguien porque ambas manos se rozan al tomar el azucarero es, hoy en día, un evento raro. Ahora, basta con abrir aplicaciones como Bumble, Tinder o Hinge y, tras un par de “swipes right”, podemos terminar en una cita con un completo desconocido.
Adaptarse a esta nueva dinámica es un desafío que muchos aún estamos tratando de descifrar, ya que ha tenido un impacto radical en la “oferta y demanda” del amor. Por esta razón –aunque no es el único factor, ya que el contexto es mucho más complejo– decidí ponerme una meta para 2024: tener 50 citas a través de estas apps. Y es que, mientras amigos y conocidos con años de matrimonio o relaciones largas intentaban darme consejos basados en sus experiencias, yo sentía que había mucho más por entender.
Aquí algunos de mis aprendizajes:
Hay que conocer gente sin expectativas
Mi primera cita fue con alguien que, en el perfil, parecía perfecto: teníamos trabajos muy similares, compartíamos intereses, éramos de la misma edad y, además, se autodenominaba un hombre feminista. Pensé: ¡listo, lo conseguí!. Salimos dos veces, pero a la tercera comenzaron las excusas. Me lo tomé súper personal, preguntándome una y otra vez qué habría dicho o hecho mal.
Mirando atrás, solo puedo decir: menos mal que no funcionó. En nuestra primera cita, mientras yo tomaba un café, él se tomó cinco gins. Detalles que una decide ignorar en ese momento. Y esto no fue un caso aislado. Me ocurrió varias veces más: perfiles que parecían ideales, buena conversación en la app, pero en persona resultaban ser hombres que trataban mal a los garzones o que me interrumpían constantemente mientras respondía preguntas que ellos mismos habían hecho.
Incluso hubo quienes, cuando les pregunté cuál había sido su peor cita, respondieron sin dudar: “Mujeres gordas, viejas, o peor aún, madres”. Ahí entendí que no tiene sentido ilusionarse con alguien antes de conocerlo realmente. Por eso, dejé de invertir días en conversaciones interminables y decidí pasar directamente a las salidas.
Saber qué quieres y qué no, importa demasiado
Ya sea que solo quieras salir a bailar y no volver a ver a esa persona, convertirte en madre o padre, encontrar una compañera de vida o casarte, es fundamental saber lo que buscas. Pero igual de importante es comunicarlo sin imponer tus deseos en el otro. Conocí hombres que me contaron cómo, en otras primeras citas, les habían dejado claro que el plan era tener hijos en los próximos seis meses. Ellos salieron corriendo. Otros, no perdieron tiempo en invitarme a dormir siesta juntos habiéndonos conocido cinco minutos antes. Ahí corrí yo.
La clásica pregunta “¿qué buscas en la aplicación?” tampoco tardaba en aparecer. Después de un tiempo, empecé a eliminar rápidamente esos perfiles porque, generalmente, no era que querían saber mi opinión, sino anunciar la suya: “Solo quiero divertirme un rato”. Entender que yo no buscaba grandes proyectos, pero tampoco perder tiempo con hombres que solo querían “pasarla bien”, fue clave para descartar muchas opciones.
Sin embargo, saber lo que queremos es un proceso más profundo. Por ejemplo, mi cita número 5 me trató como nunca imaginé: salimos muchas veces, hubo viajes, detalles... todo parecía perfecto. Hasta que un día desapareció sin explicación. Estuve muy triste, pero con el tiempo entendí algo crucial: él nunca daba espacio para hablar de los temas que me apasionaban, como política o economía. La mayoría de las conversaciones giraban en torno a lo que él quería, cuando él quería. Sin darme cuenta, había dejado de lado mis intereses y me había entregado a un evidente love bombing.
Otros casos me ayudaron a afinar lo que buscaba. Con la cita número 13, me divertí mucho: me reí, hablamos de temas que me interesaban, pero cuando surgió el futuro, descubrí que nuestros caminos eran completamente diferentes. La cita 29 fue más sencilla: me gustó mucho, pero él estaba cerrado a la idea de la paternidad, algo que yo aún no descarto del todo. Nos despedimos en buenos términos y seguimos siendo amigos.
Para la cita 32, ya estaba un poco cansada de la búsqueda, así que acepté ir a bailar y simplemente disfrutar del momento, sabiendo que aquello no me llevaría a ningún lado. Y lo disfruté mientras duró. Finalmente, en la cita 50 encontré un poco de todo lo que me gustaba: me reí, me sentí querida en muy poco tiempo. Pero nuestras coordenadas geográficas no coincidían, y ahí comprendí que estar dispuesto a dar ese tipo de pasos también es vital.
Tu propia compañía es mejor que una mala compañía.
Esta lección, aunque ya la tenía internalizada desde antes, tras ser testigo de un almuerzo entre una pareja que no cruzó palabra en toda la comida, la entendí mucho mejor este año.
Durante décadas, en libros, películas y comentarios familiares nos han vendido la idea de que estar soltero es lo más triste del mundo. Pero no es así. Mi cita número 4, por ejemplo, llegó 45 minutos tarde alegando que “se le pasó la hora” y luego se sentó sin el más mínimo esfuerzo por entablar conversación, dejando todo el peso sobre mí. En ese momento pensé: “hubiera preferido disfrutar mis tacos sola” .
La cita número 39 me llamó fascista por defender la economía de mercado, y la número 43 me tildó de comunista por no creer que los impuestos son violencia. El número 45, por su parte, montó un escándalo en el auto cuando otra persona cometió una infracción. Aunque entiendo su enojo, mi panorama ideal en un auto es cantar canciones a todo volumen, no presenciar un ataque de ira.
Siempre he disfrutado de un café o un almuerzo en soledad. Nunca ha sido un desafío para mí. Pero este año aprendí a valorarlo desde otra perspectiva: aprender a disfrutarnos a nosotros mismos, nuestros gustos y disgustos, sueños, malcriadeces, entre otros, es el pilar más sólido para construir, más adelante, cualquier relación con otra persona.
Un bonus: no hay que tomarse el proceso tan en serio. Al final del día, especialmente si son citas de aplicaciones, estamos conociendo a extraños.
Mirando hacia atrás, mi experiencia está llena de micro aprendizajes que, aunque puedan parecer obvios, han sido reveladores para mí. Conocí a muchas personas increíbles, aprendí sobre profesiones que nunca había considerado, sobre los desafíos, miedos y búsquedas de otros. Conocí muchos cafés, bares, restaurantes, también música, podcasts y libros. Viví aventuras que alguna vez sólo existieron en mis sueños, como viajes a Isla de Pascua y otros rincones de Chile, que hoy son tema de conversación en reuniones con amigos. Como dije, también tuve citas de las que quise salir corriendo, y otras de las que efectivamente me fui, pero ahora la verdad las veo con mucho humor.
Algunas personas me inspiraron con su forma de ver la vida y me dejaron enseñanzas muy valiosas. La mayoría de ellos serán, sin duda, excelentes compañeros para otras personas.
Pero no, en estas 50 citas no encontré al compañero de mi vida, todavía. Y espero que esto no suene como un mensaje desesperanzador que los haga preguntarse: “¿Cuántas citas hay que tener entonces?”. Cada camino es único. En el mío, conseguí algo mucho más valioso: entendí cómo es la persona que quiero que me acompañe en la vida, sin la presión de que eso suceda mañana, en un mes o en un año. Hoy soy más generosa y bondadosa conmigo misma, y ese es el amor que les aconsejo trabajar con fuerza en 2025.