-La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons (Impedimenta): luego de Nancy Mitford y Muriel Spark, por nombrar un buen par, siguen redescubriéndose escritoras inglesas excepcionales del siglo XX. Esta novela se publicó en 1932, se editó en 2010 en castellano y acaba de llegar a Chile. Es graciosa, irónica, deslenguada e imaginativa, como una Jane Austen sin corsé. De hecho, Flora, la protagonista, no tiene idea de qué hacer con su vida y se le ocurre replicar Persuasión, de la mentada Austen, con picardía moderna. Para pasar las vacaciones con una galería de excéntricos que se miran con desparpajo y agudeza.

-Blanco nocturno, de Ricardo Piglia (Anagrama): una novela perfecta para leer con tiempo, sentir las capas de profundidad de la superficie, lo oscuro bajo historias corrientes y lo insospechado de las apariencias. Piglia es un narrador tan preciso como digresivo, que arranca este libro con la seducción de la intriga policial para construir una narración intensa, política y filosófica, entretenida y metaliteraria, sobre un lugar enorme, peculiarargentinísimo: la pampa.

-Verano, de J.M. Coetzee (Mondadori): el título lo impone para estos días, más aún por la introspección y distancia que contiene. Si escribir de sí mismo es mostrar una mirada sobre el mundo, Coetzee intenta lo contrario, retratar a un puñado de mujeres importantes en su vida cuando era un triste aspirante a escritor (para ellas fue un desadaptado, un inútil, un mal amante), hasta matar el yo con una honestidad corrosiva. El final es tan hermoso, ética y literariamente, que lleva a las lágrimas. Fascinante por su arrojo, melancolía y humor exquisitos.