“Hace unos días recibí el certificado de mi cambio de apellido y ha sido uno de los momentos más gratificantes que he tenido. Es algo que quería hacer hace tiempo. Y no solo por mí, también por mi madre y por mi hija.

Decidí ponerme el apellido de mi madre porque sentía que no podía seguir cargando con una mochila llena de malos recuerdos, ausencias y dolores. Quería romper un ciclo y hacer un cambio potente. De paso, hacer justicia a la mujer que me dio la vida y por medio de ella a mi abuela y a todo ese linaje de mujeres que tuvieron que soportar el yugo de estar con hombres que no las amaron ni valoraron.

Nunca me sentí cómoda con mi apellido paterno. Me recordaba a un hombre que no representaba nada en mi vida; para mí su figura era la de un extraño. Y si bien mi mamá estaba casada con él y vivía con nosotros a ratos, nunca estuvo cuando mi madre lo necesitó. Ni durante las etapas importantes de mi vida. Siempre representó el asiento vacío al lado de mi mamá. Era la persona que nos hacía llegar tarde a las reuniones familiares y eventos importantes solo porque todo debía girar en torno a su tiempo y lo que él decía; nosotros siempre estuvimos en segundo plano. Mi madre sufrió el mayor daño, llegando a anular su personalidad, su amor propio, pero, aun así, jamás dejó de preocuparse por sus hijos, vivía por nosotros.

Durante mi adolescencia vinieron tiempos críticos en que mi rebelión interior no soportaba más estar bajo el control de una persona que no representaba nada y al que debía respetar por un título que no se había ganado. Me esforcé por ser la mejor alumna, por obtener becas y trabajé duro para entrar a la universidad, porque en ello veía una posibilidad de cambio para mí. Con el tiempo entendí que mi motor no era solamente yo, sino que toda esa fuerza y ganas de querer salir de ahí eran también por darle independencia a mi mamá, que tuviera esa libertad que de alguna manera ella conseguía al ver el mundo a través de mis ojos.

Mi madre falleció 4 meses después de que me titulara. Estuvo en mi examen y vi brillar sus ojos; el orgullo, la emoción en ella fue lo que me hizo más feliz, era mi regalo para ella. De alguna forma, sentí que había terminado de dejar su legado en mí.

A mi mamá le debo todo lo que soy, por eso ahora llevo su apellido. No podría dejar que una persona que nunca me quiso y que veía como a un enemigo tuviera el privilegio de que llevara su apellido por más tiempo. Nuestro nombre representa lo que somos, la personalidad, la energía con la que enfrentamos el mundo. Ahora tengo a mi madre y a mi abuela conmigo para siempre en mi nombre y a través de mi hija cerramos este ciclo. Ella también tiene ahora el apellido de su abuela y esta herida se sanó. El dolor no seguirá atravesando más generaciones. Por fin somos libres”.

Olimpia es arquitecta y tiene 37 años.