“Mi infancia fue dolorosa. Desde los cinco a los ocho años crecí pensando que era un diablo de la Biblia y me obsesioné con aprender a leer solo para descubrir qué diablo era”, cuenta Noah Blanco (27), un joven trans que creció en la ciudad de Antofagasta. Su obsesión con entender o descubrir su identidad se fomentaba porque en su entorno no encontraba respuestas. “Vivía muy nervioso porque no entendía lo que me pasaba. Me costaba digerir la comida y sentía que debía cuidar a mis papás de mí mismo, porque tenía metido en la cabeza el tema religioso”, recuerda. “Además me tocó nacer en una ciudad minera donde hay nula información sobre género y sexualidad y en la medida que fui creciendo, la única información que tenía de personas trans era lo que se mostraba en la televisión, que era el Barrio Rojo y las prostitutas. Pero yo no me sentía identificado con eso, así que me fui transformando en una muy buena lesbiana”, confiesa.

En la adolescencia intentó encontrar su identidad en algo más andrógeno. “Siempre fui esa persona que el resto se pregunta si es mujer u hombre. Me rodeé del mundo del arte y eso me permitió protegerme a través de la vestimenta, de la experimentación, de la estética y la música. Me fui desarrollando ahí, pero no fue suficiente”, cuenta. Solo logró entender lo que le ocurría cuando conoció a uno de sus actuales mejores amigos, quien le contó que era trans. “Sentí que me estaba viendo al espejo y tuve la sensación de que había perdido mucho tiempo”.

Terminado el colegio decidió mudarse a Santiago para hacer su carrera de músico. Aquí encontró más información, conoció gente diversa y por fin se sintió liberado. Había entendido quién era y lo que quería. Y una de esas cosas era cambiar su nombre y sexo registral, por eso el 27 de noviembre de 2019, cuando se implementó la Ley de identidad de género, fue el primer chileno en pedir hora en el Registro Civil para hacer el trámite. “Desde ese momento adquirí muchos beneficios prácticos, como ir al doctor y que me llamen por mi nombre o que me llamen de un callcenter y no me digan el nombre de una chiquilla que no soy. Pero más allá de lo práctico, desde ese día sentí la libertad de elegir a quién le cuento y a quién no lo que pasa conmigo y mi género, con mi genitalidad y todo lo que viene detrás. Desde entonces nadie más me pudo negar quién soy”, dice.

Y no es el único. Hace algunas semanas se cumplió un año desde que entró en vigencia la Ley de Identidad de Género, que tal como dispone en su artículo 2°, tiene como objetivo regular los procedimientos para acceder a la rectificación de la partida de nacimiento de una persona en lo relativo a su sexo y nombre, ya sea ante un organismo administrativo (Servicio de Registro Civil e Identificación) o uno judicial (tribunales de familia), cuando dicha partida no se corresponda o no sea congruente con su identidad de género”. Asimismo, esta ley reconoce el derecho a la identidad de género, como “la convicción personal e interna de ser hombre o mujer, tal como la persona se percibe a sí misma la cual puede corresponder o no con el sexo y nombre verificados en el acta de inscripción de nacimiento”.

Esta ley fue una revolución en materia de reconocimiento de derechos a las personas trans, porque antes de su entrada en vigencia no existía nada que les permitiese rectificar su nombre y sexo registral y lo que se hacía era que accedían a los tribunales civiles a hacer esta solicitud a través de una ley que no estaba pensada para la población trans, que es la ley de cambio de nombre en el registro civil. Esta le permite cambiar el nombre a cualquier persona que considere que le genera menoscabo y se trata de un procedimiento engorroso, porque hay que darle cuenta al tribunal sobre dicho menoscabo, lo que implica exponer la intimidad”, explica Nicolás Morales, abogado y director del área de estudios LGBTIQA+ del centro de estudios Dyversia que se dedica a la investigación en materias de diversidad sexual, género y feminismo.

Hace poco presentaron un análisis cuantitativo de la ejecución de la ley después del primer año, y en él se determinó que desde su implementación, se han presentado 2.313 solicitudes de cambio de nombre y sexo registral en el Registro Civil. De ellas, el mayor número de solicitudes corresponde a hombres trans, configurando un 57% del total. Además, el mayor número se presentó en la zona central del país, particularmente en la región Metropolitana, representando un 41,2% de los casos, seguida por la región de Valparaíso con un 16,1% de las solicitudes.

El estudio se centra en los datos del Registro Civil, porque –según dice el informe– la escasa información que entregó la Corporación Administrativa del Poder Judicial, la cual no se encontraba actualizada a la fecha de esta presentación, no les permitió obtener un estudio concluyente de las solicitudes presentadas en los tribunales de familia. El único dato que se obtiene de esa institución es que, al 31 de octubre de 2020, se han interpuesto 125 solicitudes de cambio de nombre y sexo registral, de las cuales 94 habían terminado con sentencia, sin saber cuál es el resultado de cada una. Esta distinción ocurre porque la Ley estableció dos procedimientos macro: uno es ante el Registro Civil al que pueden acceder las personas mayores de 18 años, solteras; sin embargo las personas mayores de 18 años casadas o los menores de 18 años y mayores de 14, deben hacer la solicitud a través de los tribunales de familia.

La obligación de hacer el trámite en tribunales en estos casos es porque la ley considera que se deben regular las relaciones filiales. “Los mayores de 18 años que están casados, una vez que realizan el cambio de nombre, quedan inmediatamente divorciados. Y esto se hizo porque quienes hicieron la ley creyeron que se podría usar para matrimonios homosexuales solapados”, explica Nicolás. Y agrega que en el caso de los menores de edad, el objetivo es resguardar el interés superior del niño y para eso determinan que es necesario escuchar al padre y la madre o los representantes legales. Con el riesgo de que alguno se oponga.

La pandemia del Covid fue otro obstáculo para algunas personas que quisieron hacer el trámite. “En diciembre de 2019 se interpusieron en el registro civil 1.200 solicitudes lo que también se podría esperar porque se había implementado recientemente, y muchas personas estaban esperando que esto ocurriera. Luego la curva bajó naturalmente los meses siguientes, pero en abril la cifra llegó casi a cero casos, lo que coincide con el comienzo de las cuarentenas. Recién en julio remonta, pero nunca superando la cifra de 200 solicitudes por mes”, cuenta Nicolás Morales quien además indica que a pesar de esto, el número de solicitudes es alto y sobre todo el porcentaje de ellas que concluye exitosamente, que llega a un 72,5%.

Falencias y desafíos

Nicolás dice que aunque la ley fue un avance importante en el reconocimiento de los derechos de las personas, aun así en su ejecución han quedado en evidencia algunas defectos y uno de los más importantes es que se dejó fuera a la infancia trans. “En este caso, la ley no los consideró y por tanto si quieren hacer el cambio, tienen que someterse al procedimiento antiguo, bajo la ley de cambio de nombre. Esto es un gran vacío y denota un importante adultocentrismo, porque no se le da la posibilidad a los menores de acceder al reconocimiento de su identidad”, dice. Y agrega que otra situación compleja es la que viven las parejas casadas que se ven en la obligación de divorciarse. “Conocemos casos de hombres o mujeres trans que están casados, que su cónyuge los apoya y no quieren que se disuelva su matrimonio y no son escuchados. Ahí existe un desconocimiento de la autonomía de la voluntad, la que sí está presente cuando se contrae matrimonio. Porque se les obliga a disolver su matrimonio aun cuando no quieran solo porque la ley lo establece así”.

Otro punto a mejorar es el plazo de tramitación. Si bien el promedio de 47,3 días corridos desde la presentación de la solicitud hasta que se dicte la correspondiente orden de servicio supone una ligera demora respecto del plazo legal de 45 días para resolver la solicitud, se trata de un periodo que Nicolás considera perfectible. “En estos casos hay muchas expectativas. Hay que pensar que la población trans muchas veces suspende su vida al no tener el cambio de nombre. Hemos visto casos en que jóvenes no querían entrar a la universidad teniendo excelentes notas, porque se exponen a explicarle a un profesor y a sus compañeros que su nombre social es uno y el registral es otro. Y así pasan muchas cosas, como acceder a clínicas y hospitales, cosas que nosotros no pensamos. O un ejemplo tan sencillo que es cuando cada uno de nosotros va a visitar a algún amigo, no tenemos ningún problema en presentarnos en conserjería, pero para las personas trans puede significar un muy mal rato”, explica.

En el análisis también se deja en evidencia la fuerte centralización de las solicitudes que podrían evidenciar que en regiones hay menos acceso o un grado de mayor discriminación. Y lo mismo ocurre con un mayor número de solicitudes de hombres trans versus mujeres trans, que tienen un 14% de diferencia, que podría dar cuenta de que el ser mujer trans en Chile al parecer conlleva un doble estigma. “Revisar todos estos datos nos permite avanzar hacia políticas públicas y una ley integral que reconozca sus derechos, no solo en identidad, sino que también en materia de salud, de vivienda o de inclusión laboral que aún está a años luz de ser igualitaria. La ley de identidad de género para el Congreso dio el check y para el resto de la sociedad también. Y aunque es un avance, aun hay situaciones que hay que mejorar para una comunidad que su gran problema es que junto con la discriminación, siempre ha sido invisibilizada”, concluye Nicolás.

Noah ha sentido esa invisibilización y por eso eligió dedicarse a la música. “Es súper importante que existan referentes. Si yo hubiese tenido 12 años y hubiese escuchado en la radio alguna canción de un chico trans, las cosas hubiesen sido diferentes. Por eso me dedico a esto, porque despierto todos los días pensando en todas las chicas y chicos que aún no entienden qué pasa con ellos y sienten incertidumbre. Cuando hablamos de esto, cuando yo me subo a un escenario, cuando una persona trans se presenta como constituyente, lo que estamos haciendo es botar un muro, quitar ese velo de miedo que existe sobre nosotros, porque somos personas, nada más”.