A veces no basta con el amor

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“En el 2014, cuando volví a Chile después de haber vivido un tiempo afuera, empecé una relación de pareja que duró cinco años, hasta mediados del 2019. Por mucho tiempo –y reconozco que a ratos me sigue pasando– me cuestioné por qué había tomado la decisión de terminar las cosas con él. No había una razón aparente, ni tampoco había habido un quiebre o una decepción de esas que dificultan la reparación, o que lo vuelven difícil seguir viendo a la persona con los mismos ojos. Nos seguíamos llevando bien, nos seguíamos cuidando y genuinamente nos amábamos. Discusiones iban y venían y momentos altos y bajos también, pero nunca hubo algo puntual que se pudiera identificar como el catalizador de una ruptura absoluta. Pero aun así, la mayoría del tiempo no me sentía a gusto, ni tampoco del todo cómoda y algo en mí me tiraba, hace ya un tiempo, a querer salir de ahí.

Era una incomodidad difícil de explicar, pero ahora que lo verbalizo la sensación era similar a la del atrape. No en el sentido malo, porque seguramente no habían malas intenciones por parte de él, pero yo me estaba ahogando y no encontraba la salida. Y de a poco y probablemente sin darme cuenta, me iba encerrando cada vez más. Pero como eramos buenos, funcionábamos y él me amaba y yo a él, ponía esa sensación de lado, le bajaba el perfil y me convencía a mí misma de que estaba exagerando. Seguramente todos y todas sentían lo mismo en una relación de pareja, pensaba, pero cuando le preguntaba a mis amigas, ninguna parecía sentirse así. Estaban más bien contentas y satisfechas con la relación. Yo sentía cariño, amor y dulzura, pero no estaba contenta. Ciertamente no estaba satisfecha. Bastante por lo contrario, quería irme. Pero al no tener una excusa supuestamente válida, me seguía diciendo que el amor era más fuerte. Básicamente desplazaba mi deseo, mi sensación, la dejaba pasar y me transgredía a mi misma.

Hasta que finalmente no lo hice más. No tenía la explicación lógica, y sabía que me enfrentaría a tener que encontrarla, pero tampoco estaba cómoda ahí donde estaba y no podía seguir mintiéndome a mí misma y tampoco a él. Era injusto para ambos. Mucha gente me preguntó, de hecho, por qué lo estaba haciendo, y yo no tenía del todo clara la respuesta. Me decían ‘pero si lo amas, por qué te haces esto a ti misma’, como si bajo el pretexto del amor, todo se podía solucionar, incluso mi sensación de malestar. El discurso parecía ser; mientras haya amor, todo se puede. O todo en nombre del amor. Pero para mí, ya no estaba dando abasto ese discurso. Porque sí, había amor, y ciertamente ayudaba en mucho –si no hubiese habido amor, probablemente hubiese tomado la decisión mucho antes–, pero eso no era suficiente. Ese amor tampoco me estaba sanando lo demás que estaba sintiendo.

Muchas veces me vi diciéndole a la gente que no tenía una explicación lógica o racional, pero que había tomado la decisión en base a lo que creía que me haría mejor a mí. Habia afecto, carino, amor, y también digamoslo, una tendencia hacia el seguir estando ahí, por miedo a soltar, pero no era la decisión más sana. La decisión más sana, según había logrado identificar, sería la que me hiciera sentido a mí y la que me dejara más tranquila. Y la que me dejó más tranquila fue, efectivamente, una en la que no me estaba postergando a mí misma, mis deseos, mis dudas y mis incomodidades. Porque hay cosas inamovibles, intransables, que a veces nos cuesta identificar o a las que le restamos importancia, porque creemos que estamos siendo exageradas, graves y que simplemente tenemos que dejar pasar. Pero no hay que dejar pasar, porque a veces, por más que haya amor, se necesitan otras cosas también. A veces el amor –que además es una suma de factores, situaciones y sensaciones– no es del todo suficiente”.

Natalia (36) es gestora de arte y vive actualmente en Madrid.

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