Paula.cl

S. me llama por teléfono, en medio de la peor resaca moral del año, para comentar todas las idioteces que dejamos pasar anoche en su fiesta. Me recuerda entre otras cosas que bailé en sostén e hice pésimos pasos de break dance. Me río, pero siento una leve culpa, como una alarma. Llevo un par de semanas intensas entre muchas salidas, una carga laboral excesiva y una madeja de enredos amorosos que están a punto de explotar. Como diría mi psicóloga –medio en broma medio en serio–, estoy en mi fase maniaca. Insiste en que me encuentro levemente dentro del "espectro" de la bipolaridad. Si para los casos muy graves eso significa pasar de correr desnudos en la Alameda a intentos de suicidio, para mí transcurre entre saturar mi vida y sentir que puedo hacerlo todo, a recluirme del mundo y comparar mi estado existencial con el de mis plantas. Para bien y para mal he tejido mi carácter y la mayor parte de mi vida en medio esa oscilación permanente.

La primera vez que mi terapeuta me habló de ese espectro me sentí ofendida. En este mundo el loco es paria y para cualquier persona con el orgullo tan terco como el mío saber que hay cosas que no domino sobre mí me hizo sentir inferior. De alguna forma, avergonzada. Me negué ante la idea de padecer de nada, pero me vi obligada a creer el diagnóstico cuando recordé de mi infancia los constantes estados de euforia y melancolía de varios familiares. Como siempre, la sangre no perdona.

No voy a negar que odié esa herencia al punto de la frustración y de la ira. Comencé a ver esto del espectro como eso: un demonio subversivo que jamás podría ocultar ni dominar. Un pequeño diablo que boicotea mis intentos de equilibrio, de "normalizar" las cosas. A esa norma –mi fuente es Wikipedia– la llaman la línea de la Eutimia. En el gráfico imaginario del comportamiento esperable, una carretera recta y pulcra. En el mío, olas alborotadas donde todavía soy una pésima surfista.

Para mi suerte, logré negarme a los remedios. A pesar del gasto energético que esto significa, preferí asumir que mientras algunos caminan en tierra firme a mí me toca hacer la ruta en un barco sobre una marea compleja. Y aunque a veces me canso, sobre todo cuando la curva que desciende me deja triste, creo que en ese camino radica la creatividad y todo lo que le da sentido a mi vida. Mientras todo transcurre del desorden y la exaltación a la excesiva sensibilidad ante la vida, yo voy perfeccionando técnicas y bálsamos para dominarlo. La meditación, el ejercicio o  hablar  con S., con quien nos llamamos de vez en cuando para absolver los pecados de ese "espectro" que todos llevamos dentro. Para abrazarlo y, por qué no, para reírnos también con él.