A los siete años, Isabel Soublette preparaba su primera comunión en un colegio de monjas en París, Francia. Esa experiencia cambiaría toda su relación con Dios, que hasta allí era genuina e íntima. Tras desmayarse dos veces en los ensayos, le dijeron que eso era cosa del demonio. Eso, sumado a enseñanzas de la religión siempre basadas en la culpa y castigos muy severos, poco a poco la fueron alejando de la Iglesia Católica.
El reencuentro vendría ya en su vida adulta,después de vivir algunas situaciones difíciles. Y la experiencia sería diferente. Sin embargo, nunca dejó de llamarle la atención que en la religión todos debían sentir, pensar y actuar de una manera específica para calzar con una idea de Dios, y donde la propia experiencia no tenía mucha importancia. “Es tan fuerte el modelo de un deber ser de la Santidad, que se ahoga el espíritu. Al menos esa es mi experiencia”, reconoce.
Su primer paciente víctima de abuso de conciencia o espiritual, como también se le conoce, fue un hombre que había vivido 30 años bajo el liderazgo, guía y poder del sacerdote Fernando Karadima en la Iglesia El Bosque. Con él, Isabel conoció de cerca de qué se trata el abuso de conciencia así como su peligro y poder en cuanto pone a Dios de por medio. Una cosa sobre todo la estremeció: el darse cuenta que cualquier persona podría ser víctima.
Aun siendo una católica comprometida, llegó a la conclusión que ella también había tenido un acercamiento a la religión donde muchas veces había puesto en duda su propia conciencia, por ejemplo, partiendo de la premisa de que los sacerdotes tenían mejor percepción de su persona incluso que ella misma.
La confianza que destruye la identidad
Isabel hoy se dedica a tratar personas que han sido víctimas de abuso de conciencia, con especial énfasis en monjas. “Hemos sido una fábrica de salchichas”, le confesó una de las religiosas que atiende. “Fue muy impresionante darme cuenta de cómo vivían y lo que les ocurría. Algo pasó que nos fuimos convirtiendo más en personajes que en personas, y hay algo que no anda bien”, dice. Y agrega que para este grupo de monjas el camino ha sido un proceso perturbador y lleno de sufrimiento y angustia.
Para las víctimas, reconocer que están siendo objeto de abuso de conciencia es casi imposible. “Cuando están capturadas por dentro, es totalmente invisible”, indica. En general, algo debe ocurrir en el exterior para poner en jaque ese mundo, y eso es lo difícil. De hecho, la mayor parte de las monjas que atiende son de la misma congregación. Allí, comenta, ocurrió un escándalo que puso en evidencia lo que estaba pasando.
La frase más común entre las víctimas que se le acercan para hacer terapia es ‘no puedo más’. “Tienen la sensación de estar agotadas, sin energía, sin poder seguir. Es muy difícil llegar a eso y cuestionarse cómo dejar de ser la que era y quién seré de ahora en adelante, sobre todo en un ambiente que no es favorable para generar una nueva identidad”, señala.
La confianza es el primer paso que permite el abuso de conciencia, señala la profesional, y por eso las víctimas, erróneamente a lo que se cree cuando se les considera personas débiles, son más que nada personas confiadas. “Y confiadas por razones absolutamente legítimas en las que todos hemos confiado”, explica.
Este abuso es quizás el más grave de todos, porque es el paragua desde donde nacen todo el resto de los abusos. De hecho, está íntimamente relacionado con el abuso sexual, explica.
El abuso de conciencia tiene lugar en ambientes donde se ejerce el poder con ciertas reglas que están avaladas por una institución, que en este caso podría ser cualquiera del mundo espiritual que avala una obediencia absoluta a un líder. “Se va produciendo un fenómeno sectario que consiste en obedecer, siempre, en cualquier circunstancia, a un líder en el que se confía ciegamente, y en esa obediencia, hay también una renuncia al propio punto de vista”, explica. Cuando esa persona tiene un punto de vista distinto al de su líder, viene la confesión, y muchas veces es ese mismo líder el confesor, por lo que se genera un círculo vicioso, en donde además se usan lecturas bíblicas como herramientas de poder para manipular.
El abuso de conciencia ha sido estudiado en el mundo y tiene etapas de seducción en que la persona poco a poco va corrigiendo su propio modo de sentir. A tal nivel, que le es imposible darse cuenta que está siendo víctima de abuso, porque se le ha destruido su propia conciencia. Esta última, explica la psicóloga, es la subjetividad de cada persona, entendida como el modo particular de interpretar las cosas que tiene cada ser humano y que van conformando la propia identidad. “Cuando además está institucionalmente avalado, se hace mucho más difícil, y el hecho que Dios supuestamente esté mediando la relación, la hace particularmente invisible”, sostiene Isabel.
De ahí el efecto devastador que tiene este abuso: la persona pierde completamente la identidad y deja de vivir su vida en primera persona, haciéndolo totalmente sujeto y referido a otro. Por eso también la dificultad de salir, porque se entra en un proceso de reconstrucción de identidad tan profundo, en donde deben volver a poner en práctica el ejercicio de su propia libertad, lo que les crea confusión, soledad y culpa, muchas veces pudiendo terminar en suicidio.
“Nadie comprende que las personas abusadas son inocentes, eso es lo triste. Por eso reconstruir una vida después de una experiencia como esa es muy difícil. Por eso, estas víctimas necesitan visibilidad, voz y legitimidad”.
Cómo reconocer el abuso
Existen ciertos patrones para reconocer la existencia del abuso de conciencia, señala Soublette. Primero, está la existencia de un líder absoluto al cual se le confía todo. Segundo, la exigencia de obediencia en nombre de Dios, usando la “vocación divina” para coaccionar, así como también la Biblia para manipular. Luego, está la presencia de la arbitrariedad del poder, es decir, un líder que ejerce el castigo cuando encuentra un mismo hecho a veces bueno y a veces malo.
Otro de los aspectos comunes de este abuso es la aversión a la razón y al espíritu crítico, evitando que las víctimas puedan razonar por sí mismas; la exigencia de secreto por un lado, avalado en que el mundo no entiende las cosas de Dios, y por ende, alejando a las víctimas de sus familias y aislándolos; y de transparencia, por el otro, limitando la intimidad de las personas.
Fenómeno extendido
Si bien son decenas los casos de abuso de conciencia que ha tratado Isabel Soublette como psicóloga, ahora dice estar indignada y triste: “estoy en una cruzada por visibilizar este tema”.
Fue precisamente el último caso de los Legionarios de Cristo el que la generó una “rabia positiva”, como le llama. Y eso la movilizó: Se trata del caso de una mujer, antes consagrada, que fue abusada de distintas formas. Su caso ha circulado por medio de una carta escrita por la familia a título personal después de haber agotado múltiples instancias.
Para Isabel el abuso de conciencia es muy peligroso, porque es posible que ocurra no solo en manos de líderes malos como fue el caso de Karadima o Marcial Maciel. “Me di cuenta que esto también ocurría en casos de líderes bien intencionados pero que ejercen este poder por un modelo de santidad que se ha instalado en la Iglesia y que cumple con esos mismos pasos, que son obediencia absoluta y la capacidad del líder de instalarse en el lugar de la conciencia como Dios”, indica. Para el caso, cita a Madre Teresa de Calcuta, una santa que creyó en este modelo con acento en el sufrimiento y con dedicación a los más pobres, pero a costa de entregar la vida.
Isabel Soublette le han tocado casos de religiosas que forman parte de esta congregación y señala que son seres totalmente devastados. “Creen que, a mayor sufrimiento, mayor santidad, y esa es una ecuación muy peligrosa”. Y no solo de esta, también de otras congregaciones. Si bien el fenómeno ocurre en mayor o menor proporción dependiendo cuál sea, indica que en todas se da el mismo modelo de santidad, con víctimas que sufren y donde su única culpa es haber depositado una confianza total en esa cultura de la Iglesia que busca la obediencia absoluta.
Lo grave, dice, es que esto está totalmente invisibilizado, a diferencia de otros casos como el de la secta de Antares de la Luz. Sin embargo, para la psicóloga el fenómeno es similar, porque se repiten los mismos esquemas: los pasos y la manera de seducción son los mismos. Comenta que le ha tocado conversar con Pablo Undurraga, víctima de esta secta, y cuando le pregunta cómo pudo aceptar ser golpeado a palos, él le dice que lo que más le marcó de su colegio católico cuando era chico, era que para seguir el camino religioso había que sufrir mucho, y que Jesús había sido golpeado, por lo que pensaba que iba por un buen camino. “Allí vemos otra huella de lo que yo considero una gran trampa: pusimos toda la atención en el pecado y no en el amor ni en la salvación”, dice. “¿Qué diferencia hay entre el caso de Antares de la Luz, incluso considerando el sacrificio humano, y el de Renato Poblete, que abusaba y obligó a abortar tres veces a una joven? Ambos tienen una oscuridad satánica”, advierte.
“El camino que se tomó para la Santidad es errado y hay que reconstruir. Para mis pacientes (monjas), es muy dolorosa la falta de visibilidad, y no hay nadie que las respalde institucionalmente. No basta con que la Iglesia pida perdón si no sabemos qué es lo que hay que perdonar. Primero necesitamos ponerle nombre a lo vivido por las víctimas”, acusa.
Asimismo, indica que el abuso de conciencia es un abuso de poder o psicológico que involucra a Dios. Pese al enorme daño que provoca, ha sido completamente desatendido y no se ha legislado al respecto, lo que hace que las víctimas estén solas. Señala que estas viven una doble victimización cuando no encuentran la comprensión de los demás, y los tratan como personas raras o enfermas. “Nadie comprende que son inocentes, eso es lo triste. Por eso reconstruir una vida después de una experiencia como esa es muy difícil. Por eso, estas víctimas necesitan visibilidad, voz y legitimidad.
Por último, la psicóloga dice que para los que son cristianos como ella, con todo esto el que pierde es Cristo. “Queda sepultado en esta Iglesia que se considera abusiva, sin tomar en cuenta que casi todas las personas que están ahí son personas bien intencionadas, que dieron su vida con la finalidad del encuentro con Dios y para ser testimonio para que otros también tengan ese encuentro”.