Tras la publicación de tu libro, muchos adultos que sufrieron abuso sexual en la infancia, te escribieron. ¿Qué detectaste allí?
Siento que lo más significativo es la necesidad de romper el silencio. Recibo muchos correos en que las personas comparten su experiencia de abuso sexual infantil por primera vez y lo hacen conmigo, lo que es un regalo y también una responsabilidad. Otras personas ya han recorrido un camino de sanación, pero igual quieren contribuir con sus miradas. En todos los casos es clara la voluntad de encuentro con alguien que comparta un lenguaje que tiene formas de decir y a veces de callar que entre semejantes es más sencillo traducir.
En una entrevista sobre este tema dices "somos millones". ¿Son tantos los adultos que en su infancia fueron abusados?
Sí, muchísimos. Antes y aun más después del libro, me ha sorprendido la cantidad de personas, a veces las más inesperadas, que me dicen "esto me pasó a mí también". Pero más allá de lo vivencial, las estadísticas son desgarradoras: a nivel mundial son 40 millones de casos anuales y a nivel nacional se denuncian 4.500 casos. Por cada uno de ellos se estima que al menos siete niños o niñas no denuncian. Es decir, hablamos de unos 31.500 casos al año.
¿Tantos?
Así es. Durante la mayor parte del siglo veinte poco y nada se hablaba en nuestro país sobre este tema y menos existían estadísticas. En alguna oportunidad, con una amiga, extrapolamos las cifras actuales e hicimos el cálculo de cuántas personas habrían sido abusadas entre 1940 y 1999. Llegamos a un estimado de al menos medio millón de chilenos que habiendo sufrido abuso sexual en la niñez, probablemente guardaron silencio o no recibieron los apoyos adecuados para sus proceso de repación en la adultez. Tenemos con ellos una deuda ética inmensa.
¿Es importante que una persona abusada hable de lo vivido?
Absolutamente. Por ellos y por todos. Cada persona que rompe el silencio, cada testimonio es casi una súplica para que ningún niño más pase por este espanto. Callar es un flaco favor que nos hacemos como sociedad: pone en peligro a nuestros niños y todos quedamos expuestos al daño y un poco a la locura, pues lo que se pierde en el silencio queda de algún modo abolido, como si no existiera. Pero existe. El abuso sexual, aunque nos duela, continúa ocurriendo y quienes lo atestiguan nos permiten recordar esa realidad. Y así como hablar es un gesto responsable socialmente, escuchar también lo es. Si hay quienes no están dispuestos a escuchar ni siquiera por respeto o misericordia, ojalá puedan hacerlo pensando en los niños que tenemos en nuestras vidas. ¿Cómo no vamos a querer que sean cuidados y protegidos como merecen?
¿Qué clase de obstáculos sorteaste tú antes de hablar del abuso que viviste a manos de tu padre?
El peso mayor lo pusieron la culpa, la vergüenza y el miedo. Tuve que transitar la niñez completa para comprender que la responsabilidad de lo que pasó no fue mía en lo absoluto, aunque la culpa siempre estuvo presente: por no haberme defendido mejor o por no haber pedido ayuda a gritos. En verdad, ni siquiera sabía si tenía derecho a pedirla. Luego vino la vergüenza y un sentimiento de humillación muy relacionado con esa pregunta áspera, que muchos se hacen, de "¿por qué a mí?". Algo debía tener que resulté predable; eso pensaba. También sentía que llevaba algo parecido a una mancha, muy densa y oscura, que debía cuidar que nadie viera. Esta cautela era extenuante y más en una sociedad como la chilena, muy vinculante del cuerpo a nociones como el pecado y la culpa. Tenía muchísimo miedo al juicio de los demás, al estigma y sobre todo al descrédito: porque si yo apenas podía creer todo lo que había vivido, ¿cómo iba a hacerlo alguien más? Por fortuna, basta una persona, una sola que te escuche y te crea, para recordar tu valor y el de tu experiencia.
¿A quién se lo contaste?
A los 22 años, a mi amiga Andrea Maturana, la escritora, que es como mi hermana. Ella me despertó la voz, primero, y luego me escuchó con amor y cuidado incondicionales. A partir de ese momento se abrió un espacio no sólo de sanación, sino casi de gestación de mí misma, porque comencé a ir a terapia, a hablar lo vivido con personas queridas y luego escribí Agua fresca en los espejos, el libro con mi testimonio. En todas esas experiencias me parí de nuevo y gané mucha vida.
Muchas personas han dudado de la veracidad de los testimonios de los ex integrantes de la Acción Católica que dicen haber sido abusados por el cura Fernando Karadima. ¿Cómo ves este caso?
No sé ni por dónde comenzar. Confieso que he leído las noticias siendo gentil conmigo y permitiéndome pausas para recobrar el aliento y la templanza. Pero es muy violento lo que está pasando, y no lo digo sólo desde mi natural solidaridad con quienes han dado testimonio, sino también como ciudadana, mamá y profesional que trabaja con víctimas de abuso sexual. Me cuesta creer lo que veo y escucho, y me cuesta desde hace años: desde que comenzaron las denuncias contra sacerdotes en Estados Unidos, Canadá e Irlanda. Primero fueron un puñado. Luego siguió una avalancha. Pero a mí me parece que esa avalancha es positiva. Si una persona ganó coraje para hablar de estos horrores y eso le infundió confianza a otra para hacerlo, y así fueron miles, país tras país hasta llegar al nuestro, ¿cómo no va a ser un signo favorable que eso pase?
¿Te parece necesario llevar un caso a la Justicia más de 20 años después de ocurridos los hechos? ¿Tiene sentido que los denunciantes hablen ahora que tienen más de 40 años y el acusado casi 80?
Por supuesto que me parece necesario. Puedo entender que nos cueste enfrentarlo y quiero pensar que eso proviene de una disposición muy benigna que se resiste a creer que los humanos seamos capaces de cometer atrocidades. Pero al negarse a la verdad no sólo se revictimiza a quienes han entregado su testimonio, sino que se compromete del modo más irresponsable a muchos jóvenes y niños que hoy pueden estar sufriendo abusos a manos de sacerdotes u otras personas. Por eso las denuncias son tan necesarias y jamás será demasiado tarde, ni a los 40 ni a los 80 años. Comprendo que para la Iglesia ésta sea una circunstancia muy difícil, pero no se puede justificar la impunidad y el encubrimiento. Además, reaccionar descartando o minimizando los hechos y blindando a los sacerdotes denunciados, daña cualquier presunción de inocencia y dificulta el imprescindible proceso de enmienda. Aquí hay una tremenda oportunidad de transformación para el mundo católico que ojalá se materialice con un sentido de humanidad y responsabilidad institucional. El mismo Papa acaba de decir que el perdón no sustituye la justicia y que la justicia sobre los abusos denunciados es necesaria. Estos dichos me parecen relevantes; tardíos, pero muy valiosos.
Tú vives hace muchos años en Estados Unidos, donde también ha habido acusaciones contra sacerdotes pedófilos. ¿Qué diferencias ves en la forma en que los chilenos reaccionamos ante el abuso sexual?
Hay un hecho que siempre me ha sorprendido y es que ya en los años 40, allá existía literatura sobre abuso sexual dirigida a niños, para ayudarlos a romper el silencio y pedir ayuda. Eso es notable a nivel de toma de conciencia como nación. Quizás por eso los norteamericanos reaccionan ante estas denuncias con una ética de cuidado y gratitud hacia los sobrevivientes. Valoran conocer los hechos y a nadie se le ocurriría cuestionar la veracidad de los testimonios. En Chile, lamentablemente se han emitido algunos comentarios que caen en la indolencia. Quiero creer queeso cambiará conforme camine la justicia.
El año pasado armaste un grupo de apoyo a mujeres que fueron abusadas de niñas. ¿Qué tipo de apoyo es el que necesitan?
Nació como un grupo de conversación para mujeres que sufrieron abuso sexual en la niñez y la iniciativa pudo concretarse gracias a una mujer increíble, la autora de la página www.inocenciainterrumpida.net (ver recuadro), una sobreviviente chilena de esta experiencia. Nos movilizó la necesidad de encuentro y acogida para conversar sin censuras ni autocensuras, compartir soluciones y desafíos. También llorar y reír. Fue muy especial que decidiéramos tener dos cajas de pañuelos desechables: una para cuando lloráramos de pena y otra para cuando lloráramos de alegría o de pura maravilla ante lo que algunas contaban.
¿A qué maravillas te refieres?
Afortunadamente, la mayoría de las sobrevivientes adultas de abuso sexual que he conocido son personas muy resilientes. Sobrellevar el abuso sexual durante la niñez o adolescencia y luego pasar una cantidad de años intentando comprender e integrar lo que pasó, es una tremenda gesta. Y durante todo ese tiempo las vidas de estas personas continuaron: fueron al colegio, emprendieron oficios, formaron sus familias. ¿Cómo no va ser resiliente y maravilloso? Ahora, que nadie se confunda: el peso de cargar esa experiencia en silencio es grande y cruel para cualquier corazón y organismo. E injusto, además. Por eso, hablar es un acto valiente y sumamente reparador y liberador. Para mí, es el gesto máximo de autocuidado. Y de cuidado hacia los otros también.
¿Qué aspectos comunes reconociste entre las mujeres que han participado de este grupo de apoyo?
He reconocido afinidades hermosas y desafíos similares. Todavía nos cuesta conversar el tema fuera del entorno afectivo más íntimo. Y luego está el asunto de la memoria que nos desafía en la recuperación espontánea de recuerdos traumáticos, o flashbacks, lo que muchas veces se da a nivel corporal, en respuestas involuntarias a una situación del presente, desde huellas antiguas. Hablo de patrones heredados en la niñez y adolescencia, época en que ocurrieron los abusos, que llevados al plano de la afectividad adulta piden energía para ser desactivados; pero por suerte se puede. Lo que más peso ha tenido para mí al reunir este grupo, es que me encontré con mujeres cálidas y emprendedoras que han levantado vidas buenas y han elegido profesiones con alto sentido de servicio y entrega de amor. Ese amor es lo que rescato porque es justamente el que nos rescata a nosotras.
Has dicho que los responsables de cometer abuso sexual deberían asumir al menos el costo económico de las terapias de sus víctimas. ¿Cuántos años has estado tú en terapia por esto?
En Estados Unidos tomé conciencia de que el financiamiento de la terapia era un gesto elemental de enmienda por parte de los responsables, tal cual la rehabilitación de estos es una responsabilidad socialmente asumida. Me parece que lo mínimo es que la ley indique una acción compensatoria pues hablamos de terapias costosas, que toman tiempo. La literatura habla de hasta diez años, no intensivos, pero sí en ciclos y puedo dar fe de ello. Y no es que seamos personas ineptas o lentas: simplemente toma tiempo reparar quiebres tan profundos.
¿Cuántos años han pasado desde que viviste la experiencia de abuso? ¿Sientes que lo has superado?
Muchos años ya. Yo era muy chica entonces y hoy soy una mujer grande, de 42 años. Hay bastante camino recorrido, pero aún así muchas veces me pregunto "¿Hasta cuándo? al tropezar con alguna herencia del abuso, especialmente en la memoria corporal. Ignoro si algún día, cercano o cuando sea viejita, podré declarar algo así como el fin de la Guerra Fría. Lo que sí sé es que hay días de sol y días de tormenta, y ya conozco más o menos los recursos que puedo activar en momentos difíciles. También sé que hasta aquí no he dejado de caminar y que a veces el camino no me gusta o tiene sus recodos más cansadores, pero el hecho es que sigo caminando. Ahí constato que la vida me gusta, que soy capaz de agradecerle mucho y que en verdad quiero estar aquí con todo lo que yo elija y ella me traiga. He aprendido, hasta aquí, que en el contrapunto crezco y que en casi todo hay una oportunidad, por pequeña que parezca. Eso trato de no olvidarlo nunca.
RECUADRO
La web chilena sobre el abuso sexual
La autora de www.inocenciainterrumpida.net es una profesional chilena de 28 años, casada. Asistió a uno de los colegios más exclusivos de Santiago. Sufrió abuso sexual entre los 8 y los 10 años por parte del hermano de su padre. Hace dos años, cuando su pareja le pidió matrimonio, se vio en la obligación de enfrentar su sexualidad y, con ella, su historia. Junto con ir a un siquiatra, quien le recomendó la utilidad terapéutica de escribir su historia, armó este sitio donde hace pública su vivencia de manera anónima. Además, sube testimonios de otras personas que han pasado por lo mismo y entrega información de expertos en torno al abuso sexual.
¿Qué tipo de feedback has tenido a través de tu página?
Que hay mucha gente que ha vivido esta experiencia y tiene el anhelo intrínseco de contar su historia y darla a conocer al mundo, pero anónimamente, para liberar las tensiones que se acumulan cuando se tiene una historia en secreto. Como decía la poeta norteamericana Maya Angelou, "no hay mayor agonía que llevar dentro tuyo una historia sin contar".
¿Son muchos los adultos que te escriben y han guardado este secreto por largo tiempo?
Muchos mueren sin haber hablado con nadie de "lo que les pasó". Muchos refieren que llegaron a la madurez pensando que "eso" les pasaba a todos, que así era la vida. Muchos han sepultado en el olvido que les pasó "eso", porque el tiempo y la necesidad de sobrevivir congeló en ellos cualquier palabra que describiera lo que les sucedía. Para muchos otros, muy pequeños cuando "eso" les pasó, la memoria les jugó una trampa y ya mayores, sin recordar los hechos, sufren las consecuencias. De todo eso hay. Pero para sanar, los sobrevivientes de violación y abuso sexual deben salir del escondite en el que permanecen. Aunque al comienzo no puedan, todavía, dar sus nombres.
¿Qué razones dan ellos de su silencio, aun si saben que callar les hace daño?
Es que para contarlo se requiere de mucho coraje, porque puede ser aterrador. Como la violación aún es un tema tabú, los sobrevivientes de abuso sexual generalmente sufren aún más por las reacciones de sus amigos y de su familia que pueden no creerte, que se distancian, tratan de minimizar tu dolor o simplemente te evitan. Se ve en tu página que has estudiado sobre el tema. ¿Cuáles son las secuelas que quedan en los adultos que sufrieron abuso sexual en la infancia? Hay consecuencias del abuso sexual infantil que permanecen o pueden agudizarse con el tiempo hasta configurar patologías definidas. Por ejemplo: -Conductuales: intentos de suicidio, consumo de drogas y alcohol. -Emocionales: depresión, baja autoestima, síndrome por estrés postraumático, dificultad para expresar sentimientos. -Sexuales: fobias y disfunciones sexuales, falta de satisfacción sexual o incapacidad para alcanzar el orgasmo, etc. -Sociales: aislamiento, dificultades en las relaciones personales, mayor probabilidad de sufrir violencia por parte de la pareja.
¿Por qué te refieres a las personas que sufrieron abuso sexual como sobrevivientes? ¿Así te sientes?
Porque me da rabia reconocerme como víctima de abuso sexual. Tal vez porque siento que eso reduce mi identidad. Porque me da rabia pensar que un hombre tuvo el poder de quitarme, en unos minutos, la posibilidad de disfrutar plenamente la vida. Me niego a vivir sintiendo que esos minutos han tenido más impacto sobre mi sicología y afectividad que los otros miles de momentos vividos. Quiero pensar que voy a sanar, quiero pensar que, al igual que otras sobrevivientes empezaré poco a poco a recuperar la confianza en mí misma, el amor propio. A recuperar el poder que desde muy temprano me fue robado y así, pasito a pasito, reconstruir el rompecabezas de mi vida, recuperar mis metas, mis sueños, sentirme plena y ayudar a los demás.
TESTIMONIO
Mujer, 39 años, participante del grupo de apoyo formado por Vinka Jackson
"Mi abuso ocurrió entre los 5 y 9 años por parte de un tío, el hermano de mi madre. Esto pasaba en las reuniones familiares, cuando había mucha gente en casa de mi abuela. En algún momento él me agarraba sola y yo me paralizaba.
Esto pasó muchas veces y sólo se detuvo cuando comencé a escaparme deliberadamente: me quedaba al lado de mi mamá o de algún adulto sin permitirle ponerme las manos encima. Sin embargo, sanar esos episodios toma la vida entera porque son muchas las heridas que limpiar. Crecí, estudié, formé mi empresa, me fue muy bien en lo laboral. Pero la intimidad siempre fue más complicada. Me casé y separé tres veces y a la tercera, me puse a investigar qué pasaba conmigo que las relaciones no funcionaban. Recuerdo haber leído Las
Las Mujeres que aman Demasiado donde se describe a mujeres que establecen relaciones abusivas con sus parejas, debido a una niñez disfuncional.
Eso me pasaba a mí. Escogía mal. No sabía poner límites, porque en las experiencias de abuso hay otro que no te respeta, que pasa por encima de ti y sin quererlo vuelves a reproducir eso en las demás relaciones, porque así lo aprendiste, así te "formaron". En todos mis matrimonios, por ejemplo, yo mantuve económicamente a mis parejas en algún momento y eso es abusivo. Después de ese libro, llegué al de Vinka Jackson, Agua fresca en los Espejos, que me remeció y retomé la terapia que había comenzado hace años, pero esta vez con la intención de hablar "ese secreto" que tanto me había dañado. Recién hace tres años, cuando tenía 36, estuve lista para contarlo en la familia. En algún momento se lo había contado a mi mamá, pero como ella es bipolar, no pasó gran cosa: "pobrecita", me dijo y nunca más me tocó el tema; hoy ella tiene demencia senil.
Entonces se lo conté a mi prima, la hija del tío que abusó de mí, que ya está muerto. Ella me escuchó con atención. Dijo que le hacía sentido porque alguna vez, de niña, había encontrado a su padre con un niñito desnudo y nunca había sabido interpretar esa escena. Lloró conmigo y me pidió perdón. Eso, fue tremendamente reparador. Sentí que había superado una etapa y que ganaba en fuerza. Luego se formó el grupo de apoyo y comencé a tener flashbacks: acceder a recuerdos muy dolorosos. Esto coincidió con que por primera vez había elegido bien a una pareja: un hombre sano y lindo, que me dio el espacio para abrir esa puerta, para llorar ese dolor, mientras él estaba a mi lado, conteniéndome. Por primera vez vivía una relación sana y comencé a reconstruir mis bases dañadas; comencé a vivir una sexualidad linda; crecí en confianza y en autocuidado".