El primer contacto que la matrona Valentina Hormazábal tuvo con una mujer sorda fue mientras trabajaba en la atención pública, en un centro de salud primaria atendiendo a la población general. Sin previo aviso, una adolescente llegó a consulta acompañada de su madre para iniciar un método anticonceptivo. Hasta ahí, todo parecía rutinario. Sin embargo, al comenzar la consulta, la madre le explicó que su hija era sorda y que todas las preguntas debían hacerse a través de ella.
Este detalle cambió completamente la dinámica. Valentina suele hacer preguntas íntimas en privado cuando atiende a adolescentes, especialmente sobre el inicio de su vida sexual. En este caso, la madre actuaba como intermediaria. “Me quedé con la impresión de que nunca supe si el método realmente lo había elegido ella o su mamá, o si las preguntas que yo hacía se las transmitía tal cual, porque muchas veces la sexualidad de los hijos es un tema incómodo para los padres”, reflexiona Valentina.
Esa experiencia despertó su interés por aprender lengua de señas. En 2017, tomó su primer curso, que trataba sobre interpretación musical en lengua de señas en la Asociación CreA. Desde entonces, no ha parado. Ha realizado varios cursos adicionales y trabajó en una fundación donde logró sensibilizar a otras colegas sobre la importancia de la accesibilidad universal y matronería integral. Este enfoque no solo involucra la discapacidad auditiva, sino también otras formas de diversidad, como la discapacidad visual, intelectual y física.
Hoy, Valentina está certificada como orientadora en sexualidad y diversidad funcional, domina la lengua de señas con fluidez y es académica de Obstetricia en la Facultad de Ciencias para el Cuidado de la Salud de la Universidad San Sebastián, donde busca generar este tipo de reflexiones desde el pregrado. “Si alguien me hubiese hablado de esto cuando estaba estudiando, quizás esa consulta no hubiese sido una sorpresa”, asegura.
– Mencionas que no es un lenguaje, sino una lengua de señas. ¿A qué te refieres con esto?
El lenguaje se asocia más a la comunicación en general, mientras que la lengua está vinculada a la cultura de las personas sordas. Es una manera de introducirse a la comunidad sorda a través del aprendizaje. No se trata solo de aprender señas, como podría ser aprender palabras en otro idioma. Implica comprender todo el contexto cultural. Una persona oyente nunca tendrá la misma experiencia que una persona sorda. De hecho, yo no podría enseñar lengua de señas, porque soy oyente; sería apropiación cultural. Son las personas sordas quienes deben enseñar su lengua en relación con su cultura.
– ¿Te refieres a que, en matronería, hay que considerar cómo viven las personas sordas sus vínculos sexoafectivos?
Sí, creo que la forma en que cada persona se vincula es única. Pero, cuando hablamos de personas con discapacidad, hay barreras específicas que no enfrentan las personas sin discapacidad, como barreras en la comunicación o en el acceso a la información. Las redes sociales, por ejemplo, son audiovisuales, y si no tienen intérpretes, subtítulos o descripciones de imágenes para que los sintetizadores de voz interpreten lo que aparece en los videos, se genera desinformación.
También existen barreras actitudinales por parte de los profesionales de la salud, que a veces asumen que, debido a la discapacidad, la sexualidad no es un tema de interés. Esto se basa en mitos y prejuicios. Además, están las barreras físicas, como la falta de rampas o ascensores en los centros de salud.
Comprender la cultura sorda, entonces, implica reconocer las barreras que enfrentan estas personas para acceder a la información, barreras que el resto no experimenta. Al hacer consejería, es fundamental tener en cuenta cómo estas barreras pueden haber influido en su conocimiento sobre sexualidad o en sus formas de relacionarse. No basta con aprender las señas.
Un derecho humano
Cuando Valentina dominó la lengua de señas a un nivel avanzado, fueron las mismas personas sordas las que pudieron comenzar a decidir si iban con intérprete o no a su consulta. “Es mi derecho”, le decían. Eso ha sido una de las cuestiones más gratificantes para ella porque –como dice– la posibilidad de resolver dudas es impagable, y es un derecho humano el acceso a la salud y a la información.
– ¿Con qué situaciones te empezaste a encontrar?
Las personas intérpretes tienen un código de ética donde se habla de confidencialidad, pero muchas veces el intérprete es un familiar, por lo que, aunque exista confidencialidad, a veces las personas sordas prefieren no preguntar ciertos temas o se sienten incómodas hablando delante de sus padres, parejas o hijos. Así, me encontré con pacientes que me decían, ‘al fin puedo hablar de este tema’. Esto ha ocurrido con adolescentes que están iniciando su vida sexual o que tienen dudas sobre su primera menstruación, así como en controles de embarazo donde mujeres se sorprenden con la información que les proporciono, y también con mujeres adultas mayores.
– ¿Por qué es tan necesario que empecemos a hablar de matronería integral?
La salud no es solo la ausencia de enfermedades, sino un completo estado de bienestar biológico, físico, social y psicológico. Por lo tanto, cuando hablamos de matronería, especialmente en salud reproductiva y ginecológica, debemos abarcar todos estos aspectos. Dentro de estas dimensiones, debemos entender la individualidad de las personas y ofrecer una atención integral que considere sus necesidades específicas. La matronería está cumpliendo 190 años y creo el concepto de matronería integral debería ser un sello: brindar una atención empática y humanizada, pero que también sea técnicamente competente, basada en evidencia científica y que incluya el acceso universal a la atención de salud.
– ¿Qué desafíos ves en tu labor para lograr una atención integral?
Yo trabajo por el acceso universal a la atención de salud, específicamente en salud reproductiva y ginecológica. Esa es mi bandera. Creo que solo hablando de esto, integrando a más colegas y difundiendo información, podremos lograr que todas las mujeres tengan acceso a una atención adecuada y, de paso, terminar con los mitos asociados a la sexualidad de las personas con discapacidad.