Aceptar y amar a cada hijo como es
Hace exactos dos años, a mi mamá le descubrieron un cáncer terminal. Fue todo muy rápido. Ni siquiera alcanzamos a probar todas las posibilidades de tratamiento de las que en un comienzo nos hablaron, porque desde el diagnóstico hasta la muerte de mi madre, solo alcanzaron a pasar cuatro meses. Fue una pérdida que hasta el día de hoy no supero, quizás los días más tristes de mi vida.
Todo este proceso además lo viví embarazada de mi segunda hija. Dos meses después de la muerte de mi mamá nació mi guagua Fue un bálsamo que vino a suavizar mi dolor. Me aferré mucho a ella para superar el duelo y eso nos llevó a construir una relación cercana, muy especial. Incluso me sorprendió el amor que llegué a sentir, porque cuando quedé embarazada por segunda vez, mi principal temor era no poder sentir el mismo amor que sentía por mi primer hijo. Él tiene tres años más que su hermana y siempre ha sido un niño tranquilo, ordenado y encantador. Hasta antes de la muerte de mi mamá y la llegada de su hermana, pasábamos los días juntos y éramos un gran team.
Pero todo el escenario que viví hace dos años hizo que nuestra relación cambiara. Yo estaba agotada emocionalmente con todos los cambios, él en un edad difícil, hacía muchas pataletas y se puso mucho más demandante. Y es entendible, porque de un momento a otro, mi atención que estaba puesta sólo en él, ahora tenía que compartirla con una hermana y también con mi duelo y mi dolor.
Desde entonces cada cosa que quería su hermana, cada cosa que le daba a su hermana, él también la quería. Pasaron los años y se mantuvo la dinámica. Su hermana comenzó a desarrollar su propia personalidad, una que –aunque suene tremendamente fuerte decirlo– se acomodaba mucho más a la mía. Con ella casi no teníamos roces, y nos encontrábamos en diversas dinámicas. Sin embargo con mi hijo mayor cada vez las cosas se hacían más complejas. Ya no solo eran los celos, sino que una manera de ser que a ratos chocaba con la mía. Me sentía tan incomoda con esto que un día, conversando con amigas, recuerdo que les pregunte si tenían más afinidad con una hija o hijo que con otro. ¿Estará bien? Algunas me respondieron que sí, que es normal pero que hay que manejarlo. Otras me dijeron que por ningún motivo, que el amor hacia cada una de las hijas e hijos es completamente igual. Pero para mí esto no se trata solo de amor. Yo amo a mis hijos de la misma manera. Lo que ocurre que siento que tengo más afinidad con una que con otro.
Jamás pensé en el efecto que esto podría tener en ellos, hasta que el mayor un día me dijo: “A mí no me amas como a mi hermana”. Me lo dijo de verdad, yo me di cuenta que era real lo que sentía. Y fue un golpe tremendo, que me estremeció. Porque recién ahí pude comprender que el contexto en el que le tocó nacer a su hermana determinó un vínculo diferente que el que construí con él. Y claro, visto así, es injusto.
Creo que es humano sentir mayor afinidad con un hijo o hija, lo inapropiado es demostrar esa predilección sin cautela, haciendo una diferencia con los demás, incluso relegando o menospreciando consciente o inconscientemente al hijo “no preferido”. Porque aunque sea de manera inconsciente podemos comprometer la salud y bienestar del niño o niña, y también poner en juego toda la estabilidad familiar. Y justamente era eso lo que yo estaba haciendo.
Desde entonces me esfuerzo en entender que las madres no somos perfectas, y que es importante ser conscientes de nuestras predilecciones porque eso nos permite ser más sinceras con nosotras mismas y más realistas con nuestras hijas e hijos. Al final –como leí en uno de los tantos artículos que busqué sobre el tema– “reconocer que la relación con un hijo es más fácil que con otro sin culpabilidad nos impulsa, paradójicamente, a seguirlos queriendo por igual”.
Creo que entender que las hijas e hijos son diferentes es clave para no compararlos y no esperar de ellas y ellos algo que no van a ser. A veces, ante la misma situación, un hijo necesita que lo escuchen y otro un abrazo, y ambas cosas están bien. El amor es una emoción adaptativa y, por lo tanto, flexible para acoplarse a las personas que amamos. Y con las hijas e hijos se pone a prueba a diario. Esto no supone una discriminación o favoritismo de entrada, simplemente significa que cada relación madre-hija o madre-hijo es un universo en sí mismo. Como la mía con mis niños, que son diversas, pero cada una llena de amor.
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