Acoso callejero: esto sigue pasando

Acoso callejero



“Eran un poco más de las once de la mañana. Estaba parada en el estacionamiento del mall esperando un Uber. Vi que se acercaba un camión con varios hombres en la parte del copiloto. ‘Aquí vamos de nuevo’, fue el primer pensamiento que pasó por mi mente. ‘Naaa, esto ya no se da tanto’, reforcé. Pero me equivoqué. El camión disminuyó la velocidad al pasar al lado mío. Me tocaron la bocina y me gritaron un par de cosas. A las once de la mañana.

La primera vez que fui acosada en la calle tenía 12. Iba caminando con una tía por el centro de Maipú. Avanzamos unos metros por una vereda y de repente me pidió que me cambiara de lugar con el de ella. ‘Es que había un tipo mirándote. Mejor ponte aquí’, me dijo tomándome de los hombros. Yo no entendí bien lo que había pasado, hasta que llegamos a la casa y mi tía le contó a mi abuela. Luego de darle varias vueltas me di cuenta de que alguien no solo me había mirado como miraría a cualquier persona, sino que me estaba mirando con otros ojos: con ojos sexualizados. Después de ese episodio vinieron más, también en mi época escolar. El que más recuerdo —y aún me atormenta— es cuando iba caminando del colegio a mi casa por la ruta de siempre. Tenía unos 14 años. Paré un segundo porque vi a un gatito y quise acercarme. De la nada escuché un ‘Miau’ cerca de mi oreja. Era un hombre que vivía en esa casa. Me hice la desentendida y seguí caminando. A mi amiga le hizo gracia. A mí no, sobre todo después de darme vuelta varios metros más allá y corroborar que me seguía mirando y haciéndome señas con la mano. Días después seguí el mismo camino y ahí estaba el hombre, en el antejardín de su casa, diciéndome hola y pidiéndome que me acercara a saludarlo. También me fui y también me quedó mirando por un largo rato. Terminé cambiando de ruta para no encontrármelo más, pero siempre con el temor de poder verlo en el supermercado, en alguna plaza o cualquier lugar cerca de donde vivía.

Alguna vez la socióloga, activista feminista y fundadora del Observatorio Contra el Acoso Callejero (@ocacchile) María Francisca Valenzuela (@franciscalafeminista en Instagram) me dijo algo que nunca voy a olvidar y que me pareció fundamental para comprender el acoso desde una perspectiva más amplia: ‘Piensa en una escolar que sigue el mismo camino a su casa todos los días y de repente tiene que dejar de hacerlo, tiene que cambiar de vereda, porque alguien le hizo un comentario inapropiado sobre su cuerpo. Esa escolar ya no va volver a pasar por ahí porque le arrebataron el derecho de caminar libre’. Eso fue lo que me pasó a mí, lo que le ha pasado a muchas y les sigue pasando a tantas.

Me gustaría decir que luego no sufrí más episodios de acoso, pero no fue así. No creo que deba minimizar mis experiencias, porque todas percibimos las agresiones de formas distintas, pero estoy consciente de que probablemente estas ‘anécdotas’ están lejos de ser comparadas con otras incluso más terribles que han vivido muchas.

Iba en primer año de universidad. Estaba probando distintas alternativas para llegar a mi casa. Un día quise probar con una micro, así que esperé en un paradero en Providencia. Estaba escuchando música cuando de reojo vi que se me acercaba un señor de la tercera edad. Pensé que me preguntaría indicaciones para llegar a algún lado o algo así, pero me dijo, serio y determinado: ‘Oye, voy a tomar un taxi hasta el Paseo Ahumada. Súbete conmigo y te bajas antes si quieres, pero yo llego hasta ahí’. Había mucha gente en el paradero, mucha gente que escuchó la ‘propuesta’ y notó mi incomodidad, pero nadie hizo nada. ‘No, gracias, estoy bien’, respondí. ‘Te estoy diciendo que te subas al taxi, ¿acaso no entiendes?’, me dijo de una forma muy despectiva. Le dije que no y me puse los audífonos. Al cabo de unos minutos hizo parar a un taxi, abrió la puerta de atrás y siguió insistiendo: ‘Ya, po’, ¿te vas a subir o no?... Ahhh, le tienes miedo a un viejo. Ya, chao’.

¿Por qué mi primer “no” no fue suficiente? ¿Por qué, en primer lugar, se me acercó con esa propuesta? Después de una experiencia así cuesta seguir el trayecto tranquila.

Según una encuesta realizada por la consultora Ipsos para L’Oréal París en la que participaron más de quince mil mujeres de quince países, un 79% de las mujeres evita ciertos espacios públicos para disminuir las posibilidades de ser acosada. El 59% de ellas adapta su ropa para evitar situaciones de acoso y el 54% evita ciertos medios de transporte. Gran parte de las encuestadas ha percibido que durante la pandemia el acoso callejero ha aumentado.

Aterrizando el tema a Chile, en 2021 el Observatorio contra el Acoso Callejero publicó el primer estudio Sobre experiencias de violencia sexual en medios de transporte y espacios públicos en Chile. La muestra arrojó que un 83,8% de las y los encuestados han sido víctimas de acoso en la vía pública, medios de transporte público o privado, en donde son más frecuentes los acosos verbales y visuales (sentirse observada/o, recibir silbidos, recibir comentarios sobre el cuerpo). Este sondeo indicó que las mujeres son más propensas a sentir que pueden ser víctimas de acoso en espacios públicos o medios de transporte que los hombres.

No, no es un caso aislado. No nos pasa solo a algunas. Nos pasa a todas. No nos pasa solo cuando salimos ‘bien vestidas’, según los estereotipos de la sociedad; también nos pasa cuando vamos a comprar pan con la ropa de estar por casa, porque aún, en 2022, una mujer caminando sola en la calle, de día o de noche, sigue convirtiéndose en un target por el solo hecho de ir sola.

Quienes tratan de quitarle importancia al acoso callejero argumentan que cuando recibimos el piropo de un hombre hegemónicamente bonito no nos importa, que hasta incluso nos sentimos halagadas; y que la molestia es únicamente cuando el comentario viene de alguien a quien no consideramos atractivo. Cuánta equivocación.

Mi tía solía tomar el mismo camino para llegar desde el metro hasta la casa. Un día notó que un tipo de un auto la saludó, pero supuso que él seguiría por la pista que le correspondía, así que ella cruzó la calle. No se dio cuenta cuando de repente el hombre iba siguiéndola en el auto, por una calle muy estrecha, diciéndole desesperadamente que la había encontrado muy guapa, que le fue inevitable no seguirla y que, por favor, saliera con él. Mi tía le dijo que no. El tipo insistió, le pidió que al menos le diera su número, que necesitaba volver a verla.

Esto pasó hace más de diez años. Cuando le pregunté a mi tía si podía comentar su experiencia en este texto, me dijo que sí, porque cree necesario seguir discutiendo estos temas. También me confesó que aún siente miedo cuando un auto se le acerca mucho en la calle.

Pero ¿cómo les hacemos frente a los acosadores? Siempre he sido de la idea de que si los confrontáramos, no sabrían qué decir. Incluso algunos experimentos sociales que se han vuelto virales lo han demostrado. Pero también existe la posibilidad de que el agresor se apropie aún más de ese adjetivo y actúe de una forma violenta contra nosotras. Hubo una época en la que levantaba el dedo de al medio cada vez que me gritaban algo en la calle. No sabía si lograban ver mi gesto, porque generalmente eran tipos en autos o en motos, pero al menos sentía que estaba haciendo algo, que no me estaba quedando callada. Luego de un tiempo dejé de hacerlo y empecé a pasar por alto todas esas situaciones, a asumir que me va a seguir pasando y que, sea cual sea la situación, no podré defenderme de la forma que quiera porque no voy a saber cómo será la reacción del acosador hacia mí.

Es una problemática de la que se ha generado más conciencia gracias al feminismo, sí. Existen probabilidades de que si somos acosadas frente a más gente, ésta actúe a nuestro favor, sí. Pero es algo que sigue pasando. Muchas mujeres ven su día arruinado cuando reciben un piropo que no pidieron. Muchas deciden no usar cierto tipo de ropa en algunas ocasiones porque saben que pueden ser víctimas de acoso y que sería parcialmente su responsabilidad por haber escogido esa tenida en primer lugar. Nos han enseñado a culpar a las víctimas, aun cuando las víctimas somos nosotras mismas.

Todavía no podemos caminar por la calle tranquilas, y esta es solo una de las razones”.

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