Un psiquiatra debería reconocer las señales de alarma. Debería saber, por ejemplo, que si se siente atraído hacia un paciente, lo abraza con frecuencia o comienza a atenderlo al final del día para alargar la sesión, algo anda mal. Que si lo piropea, toma decisiones por él, deja de cobrarle honorarios o le cuenta detalles de su vida privada, está cruzando un límite peligroso. Está cayendo por lo que los mismos psiquiatras llaman la pendiente resbaladiza, un fenómeno que empieza con pequeñas transgresiones a la ética profesional y puede terminar en citas fuera de la consulta o en abuso sexual.
Un psiquiatra o un psicólogo está formado para reconocer la pendiente y frenar. El paciente, en cambio, puede caer por el abismo sin darse cuenta. Está en una posición vulnerable. "El terapeuta tiene un halo de autoridad y poder, maneja información confidencial del paciente, conoce sus fragilidades y puede manipularlo fácilmente", dice el psiquiatra Pedro Eva-Condemarín, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y autor de un artículo llamado Transgresión sexual en la relación médico-paciente, publicado hace cinco años en la Revista Chilena de Neuro-Psiquiatría. "A esto se suma que durante el tratamiento se establece una relación de dependencia emocional y el paciente sufre una especie de enamoramiento hacia su terapeuta, algo ampliamente descrito en la literatura especializada", agrega.
Teniendo en cuenta ese desbalance de poder, los códigos de ética del Colegio de Psicólogos y de la Asociación Psico-analítica Chilena, así como el juramento hipocrático, prohíben las relaciones sexuales o románticas entre terapeuta y paciente. La Asociación Psicoanalítica Internacional, fundada por Freud, extiende esta regla a los ex pacientes.
Carolina, madre de dos hijos y ejecutiva financiera, fue al psiquiatra porque quería salvar su matrimonio. Llegó al especialista por recomendación de unas amigas que se habían tratado con él. "Mi marido estaba cesante y yo sostenía la casa, apenas. Teníamos cero comunicación y peleábamos. Me sentía sola, fea. No sabía cómo manejar lo que me estaba pasando, pero no quería separarme", dice Carolina. Entonces tenía 26 años.
Lo que más le gustó del psiquiatra fue que la escuchaba con atención. "Yo hablaba y hablaba, incluso de sexo, aunque mi marido y yo no teníamos problemas en ese plano", recuerda Carolina. "Y el psiquiatra era muy cariñoso, me abrazaba mucho. Yo me tendía en el diván, con sandalias, y él me hacía masajes en los pies mientras me escuchaba. Me decía que yo era buenamoza, creativa, inteligente. Sus piropos me subían la autoestima. Era justo lo que necesitaba escuchar".
Una vez a la semana, sagradamente, Carolina iba a terapia. Bajó de peso, se compró ropa, se bronceó en el solarium. "Se me aceleraba el corazón cuando entraba a la consulta. Pensaba que mi psiquiatra me valoraba, no como mi marido, que nunca me decía piropos. El terapeuta me contaba que estaba casado, pero que se llevaba mal con su señora. También insistía en que dejara a mi marido porque era flojo y menos inteligente que yo. Eso me chocaba, porque yo todavía quería salvar mi matrimonio. Pero igual la imagen de mi marido se me fue desmoronando. Confiaba en mi psiquiatra, me hacía sentir ciento por ciento especial, pero había algo en él que me desesperaba. Me hablaba de sus otras pacientes, incluida una amiga mía que se atendía con él. Me decía que ella lo atraía eróticamente, y yo me moría de celos".
Carolina llevaba seis meses en terapia cuando se sentó en la barra de un pub y marcó el número de la consulta de su psiquiatra. Eran las diez de la noche y él contestó el teléfono. "Le conté que me estaba tomando un trago y le pregunté si quería venir. Llegó en quince minutos. Conversamos por horas, nos reímos, coqueteamos y terminamos besándonos. Después cada uno se fue a su casa. Yo quedé en las nubes. Al día siguiente nos vimos en la consulta y él me advirtió que no nos podíamos volver a juntar afuera de su oficina porque no quería poner en peligro su matrimonio. Me dolió, me sentí traicionada. No entendía nada. Me dijo que siguiera yendo a la terapia, pero no quise volver a verlo. Quedé en el aire. Se me desató la locura. Aunque seguía casada, empecé a salir con varios tipos. Era mi escape. Seis meses después mi marido se separó de mí. Caí en una depresión profunda. Recién entonces me di cuenta de que el psiquiatra me había dejado la cagada".
El punto débil
Las consultas por salud mental están en alza en Chile. En 2001 hubo 805.023 prestaciones médicas en psiquiatría, psicología clínica y otros procedimientos psiquiátricos en los sectores público y privado. En 2004, las prestaciones subieron a 1.063.443. Esto significa que aumentaron 32% en cuatro años.
"Manejar la atracción hacia un paciente forma parte del ABC de la formación de un psicoterapeuta", explica Alfonso Pola, psiquiatra y presidente de la Asociación Psicoanalítica Chilena. "Si a pesar de eso al terapeuta se le hace difícil controlar la situación debe pedir la supervisión de un colega o derivar al paciente", agrega.
El doctor Eva-Condemarín dice que los especialistas que violan los límites sexuales no sólo atentan contra la ética profesional, sino que cometen un error técnico. "Pierden de vista el objetivo de la terapia para privilegiar la satisfacción de sus deseos", dice.
A los 17 años, Javier, ahora ejecutivo de un medio de comunicación, quiso despejar dudas sobre su orientación sexual. "Había tenido varias pololas, pero encontraba que no me gustaban tanto las mujeres. Quería saber qué me estaba pasando", dice. Leyendo sobre el tema, encontró un libro que decía que los hombres deben desarrollar su lado femenino para ser personas integrales. Lo firmaba un psicólogo. Javier pidió hora con él.
"El terapeuta tenía como cuarenta años y me cayó bien. Me decía que yo era grosso, un hombre del nuevo milenio, por querer desarrollar mi lado femenino", dice Javier. "Pero más que ayudarme a enfrentar mis problemas me llenaba de elogios. A la décima sesión me citó a las ocho y media de la tarde y no a las cinco, como siempre. Cuando entré a su oficina, me abrazó y me empezó a decir cosas al oído, cosas sexuales, bien degeneradas. Sin soltarme me recitaba poemas eróticos. '¿Por qué no nos desnudamos?', me dijo de repente. Me sentí súper incómodo. Entonces me dijo: 'Veamos si eres gay o no'. Se sacó la ropa. Vi que estaba muy excitado. Se acostó en el diván. Yo me desvestí y me quedé de pie, mirándolo. No me excité. Entonces le dije: 'No me pasa nada contigo. Es la tremenda prueba de que no me gustan los hombres'".
Javier se vistió lo más rápido que pudo y se fue. "Mi duda se resolvió de la peor manera posible. Había acudido a este psicólogo buscando apoyo y, en vez de ayudarme, me había traicionado. Quedé con la sensación de que se aprovechó de mi fragilidad. Si yo no hubiera reaccionado él habría abusado sexualmente de mí. Aunque igual lo que me hizo fue un abuso. Me puse a carretear y a tomar más de la cuenta para olvidarme del asunto. Siempre con amigos, para sentirme protegido".
Por lo general, un paciente abusado interrumpe el tratamiento y queda severamente desorganizado. Es una de las consecuencias de una larga lista que el doctor Eva-Condemarín detalla en su artículo de la Revista Chilena de Neuro Psiquiatría. En él afirma que en el 90% de los casos la persona abusada queda con secuelas. Lo que gatilla el daño es un profundo sentimiento de traición.
"Cualquier beneficio terapéutico que hubiera obtenido el paciente antes del abuso se anula. Los síntomas que lo llevaron a consultar se agravan y a esto se suma que debe elaborar y superar el nuevo trauma. Lo más grave es que le cuesta empezar otro tratamiento porque desconfía de los terapeutas", dice el médico. En la lista de secuelas también figuran depresión mayor, abuso de alcohol y drogas, cuestionamiento del propio sentido de la realidad, dudas sobre la orientación sexual, disolución del matrimonio y suicidio.
Recién ocho años después de haber sido abusado, Javier volvió a terapia. "De a poco elaboré sicológicamente lo que me había pasado", dice. Desde entonces sólo se atiende con mujeres. "Me siento más seguro con ellas", explica.
El perfil del acosador
En Estados Unidos la prevalencia de transgresiones sexuales es de 7 a 10% en psiquiatras hombres y de 1 a 3% en terapeutas mujeres. Los estudios, basados en autorreportes anónimos, indican que la mitad de los hombres que abusan de sus pacientes reincide. En Chile no hay investigaciones similares. "Pero uno podría pensar que estas cifras son aplicables a nuestro país, al igual que otros fenómenos médico-sociales, como el suicidio y los trastornos alimenticios", dice Eva-Condemarín.
El perfil de los terapeutas que violan los límites sexuales está definido. Uno es el profesional prestigioso que pasa por un momento crítico y se convence de que cierto paciente es especial y que con él sí puede mantener una relación amorosa. El terapeuta que calza con ese perfil normalmente no reincide. En cambio el que cae en la categoría de depredador, lo hace con frecuencia. Deliberadamente abusa de pacientes vulnerables. Sofía, ingeniero comercial, soltera, de 28 años, se topó con uno en julio pasado.
"Mi mamá se había muerto recién y, para superar la pena, fui a donde un psicólogo que había atendido a mi hermana. Desde un principio encontré raro que insistiera en hablar de sexo conmigo, en preguntarme qué me gustaba y qué no en la cama, porque no tenía nada que ver con el tema que me preocupaba. Él me hablaba mucho de su vida privada. Me contó que había tenido sexo en trío y que había vivido con una ex paciente. Una vez me puse a llorar mientras hablaba de mi mamá y él me abrazó. No fue un abrazo de consuelo. Fue incómodo. Todo el tiempo sentía que él estaba buscando el momento para tirarse encima mío. Dejé la terapia, porque el ambiente en la consulta estaba cargado de tensión y además este psicólogo no me estaba ayudando a superar mi duelo. Entonces mi hermana me contó que cuando ella había estado en tratamiento con él se habían besado en la oficina".
Las psiquiatras o psicólogas que violan los límites sexuales frecuentemente obedecen a otro perfil. "Están frente a un paciente antisocial con graves carencias afectivas y sienten que la única forma de salvarlo es a través de su amor. Se convierten en la madre amante y generosa que el paciente nunca tuvo", dice el doctor Eva-Condemarín.
A mediados de este año la Defensoría Metropolitana Norte contrató a una psicóloga casada, de 50 años, para evaluar a un hombre de 33, acusado de violar a dos universitarias en la rotonda Grecia. Durante el proceso la psicóloga terminó el informe y cobró los honorarios. Pero siguió viendo al violador por su cuenta, incluso después de que fue sentenciado a veinte años de presidio.
El 15 de septiembre un gendarme sorprendió a la psicóloga y al preso besándose en la sala de peritajes. En un oficio de Gendarmería, fechado el 20 de septiembre, el preso reconoció y explicó el beso. "De un tiempo a esta parte estaba sintiendo un cariño especial por ella, que va más allá de la atención profesional al paciente, y, por lo que ella me ha dado a conocer, también tenía una atracción especial por mí", declaró. En el mismo oficio, la psicóloga aseguró que todo había sido un malentendido, que estaba mirando una cadenita que el preso tenía en el cuello. De todas maneras le prohibieron el ingreso a la cárcel. Entonces ella le escribió una carta al juez del Octavo Juzgado de Garantía diciéndole que le preocupaba la salud mental del condenado y que le diera permiso para visitarlo en calidad de pareja.
"En casos como éste se tiende a olvidar que la víctima es el antisocial. La transgresión de límites éticos sólo es imputable al terapeuta. Jamás al paciente", dice el doctor Eva-Condemarín.
Un caso sin pruebas
En Chile los casos de pacientes abusados por terapeutas no llegan a los tribunales. El abogado Raúl Meza, uno de los fundadores de Fiscalmed, organismo que defiende a víctimas de negligencias médicas, explica por qué: "La relación entre un paciente y su terapeuta es a puertas cerradas. No hay testigos ni pruebas, a menos que haya habido una violación. Es la palabra de la víctima contra la del psicólogo o el psiquiatra. Se pueden encargar peritajes para medir la credibilidad del relato del paciente, pero es muy difícil establecer ante un juez que es ciento por ciento verosímil. Imagina que testifica una víctima que tiene un historial de depresión, crisis de pánico o delirio de persecución. Una corte no le cree".
Tres mujeres han acudido a Fiscalmed con la idea de demandar a su terapeuta por abuso sexual. A una de ellas, una profesional de treinta años, el psicólogo le decía que se sacara la ropa y la tocaba desnuda. A otra, una mujer que tenía problemas sexuales con su marido, el psiquiatra la hacía ver pornografía en la consulta. A la última, de 18 años, su psiquiatra la hizo desnudarse y la manoseó. Ninguna de estas tres historias llegó a un tribunal. "El gran obstáculo en estos casos es la prueba y los abusadores lo saben", dice Raúl Meza.
En la contraparte, el abogado Francisco Miranda, fundador de Medilex, una empresa que se dedica, entre otras cosas, a defender a médicos en juicios por negligencia médica, reconoce que los pacientes abusados por terapeutas casi no tienen posibilidades de ganar un juicio. "Como no hay pruebas físicas del abuso, la defensa se centra en desmerecer el testimonio del paciente", aclara.
Otro factor que perjudica a las víctimas en un juicio es que, si llegan a hacer una denuncia, frecuentemente la hacen meses o años después del abuso. ¿Por qué pasa esto? El doctor Alfonso Pola explica: "Como parte del tratamiento los pacientes desarrollan cierta regresión y pierden lucidez en ciertos períodos. Eventualmente, alguien que estuviera en un momento muy regresivo podría suponer que lo que hace el terapeuta es parte del tratamiento, aunque sea un abuso flagrante. Un paciente puede tardar meses en darse cuenta de lo que le pasó realmente".
Victoria, diseñadora de 28 años, pensó en algún momento en denunciar a su psicólogo por abuso, pero finalmente se convenció de que no valía la pena porque seguramente el juicio no llegaría a ninguna parte. Prefirió olvidar lo que le pasó a los 12 años. “Acércate”, le dijo su psicólogo en la consulta. Victoria llevaba cuatro sesiones con él. Se sentía sola, se había cambiado de colegio y no tenía amigos. Una tía le había recomendado el terapeuta, que entonces aparecía en un matinal de televisión. “Acércate más”, le dijo el psicólogo. Victoria se acercó. “Pensé que era parte de la terapia, pero me pareció raro”, dice ahora. “Acércate hasta que nuestros cuerpos se quemen”, insistió él. Pero Victoria retrocedió. “Desde acá te escucho bien”, le contestó, seria, pensando que el psicólogo era un fresco. En la sesión siguiente, el terapeuta se puso a bailar lento con ella. “Quedé tan plop que le seguí la corriente mientras pensaba qué hacer. Me dio asco. Estaba tiesa como un palo. Él se dio cuenta y me soltó. Después me dio plancha contarle a mi mamá. Le dije que el sicólogo me caía mal y no fui más”.