Paula 1191. Sábado 16 de enero de 2016.
En el patio de su casa en Olmué, en una parcela en las faldas del cerro La Campana, Carola Correa (40) construyó hace un par de meses una gran sala de madera con ventanales que miran a árboles frutales. Aunque el lugar estaba destinado para una cancha de fútbol, la chef convenció a su marido para instalar allí lo que por estos días es lo que ella define como el motor de su vida: hace un año se convirtió en instructora certificada del Método Cyclopea de Activación Interna de la Glándula Pineal, tras más de cuatro años asistiendo a seminarios y estudiando acerca de este sistema que, entre otras bondades, promete combatir el estrés, estimular un sueño reparador, regenerar las células, materializar los deseos y encontrar un estado permanente de felicidad.
Y allí está: con el pelo suelto, sin una gota de maquillaje y con una polera color morado –su favorito, porque es el color que simboliza la transformación espiritual– sentada en su sala frente a una treintena de personas que absorben expectantes la información que ella les entrega sobre este sistema de crecimiento personal. Les habla sobre los campos magnéticos de la Tierra, sobre el amor como sentimiento movilizador y, por supuesto, sobre la glándula pineal. "Se llama epífisis, está en el cerebro y tiene el tamaño de una lenteja. Su función es secretar melatonina, una hormona que induce al sueño y funciona como antioxidante con propiedades antienvejecimiento. Por eso también la llaman la hormona de la 'eterna juventud'. El problema es que con los años esta producción disminuye y, con la activación de la glándula, se logra revertir esto", explica. Este es el séptimo seminario que imparte desde que se convirtió en instructora certificada. En total, más de 200 personas han acudido a sus talleres, hombres y mujeres, incluso científicos e ingenieros –los más reticentes al método–, según Carola. También personajes de la televisión. Todos buscando encontrar la felicidad.
Carola pide a los asistentes cerrar sus ojos y visualizar, en el centro del cerebro, la glándula pineal como una perla incandescente que ilumina ambos hemisferios cerebrales, que permiten conectarse con la energía. Tras 20 minutos de dinámica, da la orden para abrir los ojos. Tal como lo hace ella desde hace años, la recomendación es repetir esta rutina todos los días, mañana y noche, para mantenerse conectados. "La materia está formada por moléculas que se mueven en una determinada frecuencia, lo que determina la calidad del resultado, por lo tanto puedo tener mi cuerpo en alta o en baja frecuencia, y ahí comienza la magia. ¿Por qué? Porque acá no hay azar, es una cosa de sincronía: al activar la glándula, ando en alta frecuencia, entonces el taco es menos, voy al banco y no me toca cola, hay un asalto en la esquina y yo voy dos cuadras más lejos. Por esta elevación de frecuencia, empiezas a comer menos carnes, por ejemplo. El alcohol te deja, el cigarro te deja, que son hábitos de baja frecuencia. Comienzas a experimentar la felicidad como un estado y no como un momento pasajero", explica Carola, quien asegura que ella ha vivido todos esos cambios. "Desde que me activé tengo una energía desbordante, las cosas me salen bien y, cuando no, me las tomo como una oportunidad. Por ejemplo, apenas empecé con la activación se acabó mi contrato como chef en la televisión, donde trabajé diez años. Podría haberme calado el ego porque no me llamaron más, pero no. Justo salió la opción de venir a vivir a Olmué y empezar a hacer otras cosas, de cero y sin miedo. También dejé de tomar alcohol, ya no necesito ese estímulo para pasarlo bien", afirma Carola.
"Desde que estoy en esto, tengo una energía desbordante, las cosas me salen bien y, cuando no, me las tomo como una oportunidad. Cuando se acabó mi contrato como chef en la televisión, me salió la opción de venirme a Olmué. Pude hacerlo porque ya no le tengo miedo al cambio"
Fue la curiosidad la que terminó con la chef hoy convertida en instructora. Fortuitamente, leyó en una revista una entrevista a Fresia Castro, periodista chilena y creadora hace más de 25 años de este método, cuyo libro instructivo El cielo está abierto va en su decimosexta edición, desde su publicación en 1994. "El artículo decía: 'los milagros existen, puedes hacer de tu vida un milagro. Cada uno puede tener la varita de Harry Potter y empezar a hacer magia'", cita Carola. Se inscribió en el primer seminario disponible para aprender a "activarse", como ella le llama. "Allí descubrí una enormidad de casos de gente que estaba sin pega, quienes tras activarse encontraron el puesto ideal; otros sin pareja que encontraron el amor, gente que mejoró tras años de depresión e incluso gente que no podía tener hijos y que luego los tuvo. ¿Cómo eso no va a ser magia?", se pregunta.
Esta, asegura, no es una volada. "Esto no es algo new age ni pasado a incienso. Yo no le creo a nada ni a nadie. De hecho, ni siquiera sigo alguna religión, no creo ni en la Biblia. Soy lo más de tierra que hay: soy ejecutiva, empresaria. Tengo los pies en la tierra", afirma Carola. Y agrega: "Lo que me gustó de este método es que tiene una base científica potente y que no tiene maestros a los que seguir; acá no hay nadie que se haga llamar 'gurú', que esté en lo alto ni que se vista de blanco. No hay nadie a quien endiosar ni templos a los que acudir. Esto se trata de automaestría, donde Dios o La Fuente, como se le llama en este método, está dentro de cada uno", explica.
LEJOS DE LA METROPOLI
Por una decisión familiar, en 2012 el clan de los Correa –liderado por el empresario gastronómico Raúl Correa– se trasladó a vivir a una gran parcela en Olmué. Tras su llegada, luego se instalaron los hermanos de Carola y, finalmente, ella junto a su marido Francisco y sus hijos Francisco (17), Agustina (15) y los gemelos de casi 4 años, Pascual y Samuel. "Habernos venido de Santiago a Olmué tiene que ver con que le he perdido el miedo al cambio. Perdí el miedo a la vida y, por ende, a la muerte. Una vez que lo haces, te mueves con una libertad impresionante. Siento que tengo el control de mi vida y no que otros la controlan por mí".
En Olmué, Carola matriculó a sus hijos en un colegio Waldorf. "Fue el tremendo cambio desde su colegio en Santiago, donde les enseñan a los niños a llevar una vida exitista, presionados por ser los mejores del curso, por entrar a la mejor universidad y ganar plata. Habernos liberado de ese modelo ha sido increíble. Mi hija hoy hace orfebrería, mi hijo toca guitarra. Han descubierto miles de talentos y se les abrió un mundo de posibilidades para imaginarse qué van a ser de grandes, aparte de ser ingenieros", cuenta.
En su patio, junto a su sala de seminarios, Carola plantó un huerto con el que abastece a su familia y de donde saca las verduras y hierbas con las que elabora los almuerzos y coffee breaks para los asistentes a la activación. Pero no solo a ellos es a quienes "activa la glándula pineal". "Toda mi familia está activada. Mis dos niños mayores me piden que los conecte. Hace unas semanas me lo pidieron cuando íbamos en el auto al colegio, porque estaban en periodo de exámenes finales y necesitan activarse para aumentar su concentración. Aunque son chicos, a mis gemelos también trato de activarlos para que crezcan sanos. El que más me costó fue mi marido. Pasamos por una crisis terrible cuando me metí en todo esto, porque él tenía muchas barreras, no creía mucho. Después de cuatro años logré activarlo y ahora es otro, todos dicen que está más amoroso. Incluso dejó de tomar los remedios que de por vida tenía indicados para una condición que tiene en la cadera", dice.
"Lo que más me gusta de este método es que tiene una base científica potente y que no tiene maestros a los que seguir; acá no hay nadie que se haga llamar 'gurú', que esté en lo alto ni que se vista de blanco".
A pesar de sus labores profesionales, como su programa en radio El Conquistador, las grabaciones de su programa culinario –que hace en su propia cocina– que pronto se emitirá por la televisión por cable y encargarse del restorán familiar que los Correa abrieron en Olmué, a Carola le sobra tiempo para jugar con sus niños, ocuparse de la huerta y cocinar. "Tengo un ritmo más pausado que la vida en la ciudad", afirma. "Estar en una frecuencia alta ha generado un cambio positivo en mi familia
Por ejemplo, en casa lo más importante es la alimentación y no ha sido un sufrimiento para nadie, porque todos estamos en la misma sintonía. Para mi familia elaboro un menú de la felicidad, que es mi nueva filosofía culinaria. Básicamente, se trata de comer sin alimentos procesados, con muchas verduras y granos integrales y todo cocinado en casa. Disfruto cuando estoy haciendo un queque y la casa se impregna con el olorcito a horneado y los niños llegan del colegio sintiendo ese aroma, ese calor de hogar. Cuando vivíamos en Santiago, hacer esto era imposible. Cada uno estaba ocupado en sus rutinas y el poco tiempo que pasábamos juntos era durante algún día del fin de semana. Ahora, todos los días son tiempo de calidad en familia. Poder almorzar todos los días juntos me hace tremendamente feliz".