María Elisa Hurtado (37) es cientista política, y madre de dos hijos. Hace poco tiempo le confesó a sus amigas que sólo sigue casada con su marido porque tienen hijos. Para ella, no fue sorpresa que varias le respondieran lo mismo, y que todas se vieran atrapadas en una vorágine de supervivencia dentro de una relación que las hace infelices, pero con la misión de mantener la familia en la que sus niños están creciendo.
En este contexto se pregunta: ¿sería una locura pensar en un “Acuerdo de Unión en Crianza” en donde el buen cuidado de la niñez no esté condicionado por los sentimientos de la pareja?
“Llevo 10 años de casada, y hace dos, empecé a cuestionarme seguir en mi matrimonio por la pérdida del deseo y la intimidad con él”, comienza María Elisa. “Creo que nos absorbió mucho la labor maternal y paternal, estábamos muy enfocados en la distribución de los roles, y yo personalmente, en una lucha por que esa distribución fuese equitativa.
Nuestra pareja ha ido desapareciendo, y eso me ha dado paso para cuestionarme cuánto dura el amor realmente: conocí a esta persona cuando tenía 20 años, me hacía sentido en ese momento, pero hoy tengo 37, mis intereses son otros, mis gustos son otros, y ya ni las lecturas, ni las series, ni los hobbies, ni los sueños ni las proyecciones son en común. Pero claro, tenemos hijos.
Una vez vi un documental con el que me obsesioné, se llama La Teoría Sueca del Amor (2008), y lo que reflexiona, es que hay muchas mamás en Suecia que deciden tener hijos a través de un banco de esperma, pero porque saben que el Estado les ayuda en la crianza en finanzas, cuidado y prevención. Eso me hizo pensar que acá en Chile hacemos tan homólogo el hacer pareja, el amarse, y además, criar juntos. Y en realidad, hay otras sociedades donde la crianza está separada de la vida en pareja.
Yo creo mucho en los contratos. ¿Se imaginan que existiera un instrumento legal, un Acuerdo de Unión en Crianza, que sacase de en medio los resquemores del amor en la misión de criar a los niños en vínculos familiares seguros? Podría ser una decisión desde el principio: No nos casemos, hagamos un Acuerdo de Unión en Crianza o tengamos hijos porque estamos alineados en la manera de criar.
No necesariamente tiene que ser la pareja amorosa, la misma persona con la que tienes hijos, porque al menos para mí, ni el deseo ni el amor pasa por los logros domésticos ni de crianza. No me llama más la atención que cambie o no el pañal de la guagua.
Para mi sería un éxito que efectivamente pudiésemos pensar que el querer ser mamá o papá es una decisión distinta a la de ser pareja. Eso sería liberador, porque al final, la idea de encontrar el amor de tu vida y casarte para poder ser mamá o papá no es sostenible, el amor va cambiando, uno va cambiando, y lo que quiero entregarle a mis hijos, trasciende ese cambio.
¿Qué significaría institucionalizar un Acuerdo de Unión en Crianza?
Francisca Millán es abogada especialista en derechos humanos y género, y socia de AML Defensa de Mujeres. Ha visto casos donde el divorcio significa complicaciones para la crianza, y por eso, opina que no sería loca la idea hipotética de un Acuerdo de Unión en Crianza, y que “sería una buena opción tenerlo para generar las bases de una dinámica de cuidado, que no sea mediada por la contingencia, sino más bien con los aspectos que las partes puedan tener en común”.
Pero inmediatamente advierte, que ese acuerdo debe suceder en la medida que “exista la posibilidad de que esas personas estén dispuestas a llevar y cuidar un acuerdo, un interés común en la participación co-responsable en la crianza y la ausencia de violencia en la dinámica parental”.
María Elisa Hurtado siente que en su caso, habría que ser cuidadosos por el hecho de enfrentar los acuerdos en un contexto de divorcio, pero a la vez, por eso mismo hubiese sido bueno tener el apoyo de una institución que hoy llega tarde. “El tercero —en este caso el Estado— que es la ayuda, llega ante la alerta, cuando los niños ya están en entornos emocionalmente vulnerables, o los contextos se vuelven peligrosos, no antes. Todo eso está permeado por el hecho de que somos un país que constantemente descansa en la familia tradicional en términos de cuidado”.
Ricardo Carriaga, terapeuta y director del centro Vivir en Pareja, está de acuerdo con que es una institución, un contrato, que podría formarse desde antes de manera preventiva y no reactiva. “La gente hoy se casa con un contrato deducido, o sea, uno deduce que el compromiso existe, que dice ‘sí, acepto’, pero ¿'sí acepto’ a qué? Debiese haber un contrato más concreto, más real, y en este caso, si el matrimonio además pretende criar, que ese acuerdo de luces de qué hacer en casos, por ejemplo, de separación”, explica.
El Acuerdo de Unión en Crianza entonces, estaría constituido por acuerdos mínimos previstos, y que además, según Carriaga, deberían hacerse “en el momento en que quienes se comprometan estén bien, con entusiasmo de formar una familia, no cuando todo esté mal”. Esos mínimos comunes, según los especialistas, debiesen garantizar que prime la idea de que la familia no se fracture, que sigan existiendo los tiempos para que la niñez se desarrolle en este vínculo de a varios, si es que existen simetrías en los acuerdos y no hay rasgos riesgosos para la niñez en esas relaciones, por supuesto.
El cambio de cultura primero
Ahora, probablemente al leer esta idea de acuerdo hipotético, también pensamos en cómo se las arreglan legalmente las personas que ya están divorciadas. Francisca Millán enfatiza en que lo que existe en términos legales, es el “Acuerdo Completo y Suficiente”, un documento que regula materias incluidas, de hecho, en la Ley de Matrimonio Civil, no en la Ley de Garantías y Protección Integral de los Derechos de la Niñez y Adolescencia.
Ese acuerdo resguarda la alimentación, el régimen de bienes y el cuidado personal de los hijos, y “los derechos del cónyuge más débil y los hijos”. La Ley no menciona el cuidado de la emocionalidad, la salud mental ni el resguardo de, por ejemplo, los entornos y experiencias que los hijos viven. Si pensamos en las múltiples necesidades que tiene la niñez para estar bien, esta parte de la Ley, queda corta.
Aunque el tema de mayor relevancia, según Francisca, “no es la falta de institucionalidad a la hora de resolver la crianza post divorcio, es la falta de cultura judicial y psicosocial. En estricto rigor, hoy, las partes pueden llegar a un acuerdo sobre crianza y coparentalidad. El problema es que muy poca gente hoy está en condiciones de hacerlo, ya sea por desconocimiento de esta posibilidad, por la falta de gestión psicoemocional que se requiere, o la falta de asesoría jurídica.
“Incluso aunque estos acuerdos pudiesen ser muy completos e integrales y contemplar los aspectos necesarios, igual no existe la cultura de intervención ni la disponibilidad efectiva por parte de la sociedad y de lo jurídico, para hacerlos”, agrega Francisca. “Si uno piensa en la creación de una institución en esa perspectiva como el Acuerdo de Unión en Crianza, tal vez hay que pensar que en vez de crear algo distinto, hay que robustecer la que ya existe para efectos de cuidar a la niñez”, finaliza.