Ya sea como consecuencia del estrés que generó la pandemia de Covid-19 o simplemente producto de la ansiedad propia de nuestro estilo de vida moderno, el aumento en los últimos años de trastornos de sueño a nivel global ha sido claro. En Chile, según la última Encuesta Nacional de Salud, un 63% de las personas consultadas dijo creer que sufría de algún trastorno en esta etapa tan importante para el organismo, siendo el problema más común el insomnio.
Si bien el sueño históricamente fue asociado a la inactividad y fue sinónimo de una pausa en la que el cuerpo deja de funcionar y repone energía, hoy se sabe que es un proceso mucho más complejo. Dormir está lejos de ser un acto pasivo, ya que el sueño es una fase crucial del día durante la cual se desencadenan muchos procesos biológicos. No por nada pasamos entre un tercio y un cuarto de nuestras vidas durmiendo. En el artículo Sueño: conceptos generales y su relación con la calidad de vida publicado por especialistas chilenos, se explica que “el sueño normal se define como un estado de disminución de la conciencia y de la posibilidad de reaccionar frente a los estímulos que nos rodean”. Además, el sueño impacta en la función de distintos sistemas del cuerpo y, por ende, “un mal dormir es la causa o bien exacerba un amplio rango de patologías: enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus tipo 2 y síndrome metabólico, enfermedades psiquiátricas y cáncer” según explica el documento. Una publicación hecha por el Hospital Johns Hopkins en Estados Unidos explica que el sueño tiene importantes consecuencias en la función cerebral: vivir con sueño afecta la plasticidad del cerebro y disminuye nuestra capacidad de procesar lo que hemos aprendido durante el día o nos dificulta recordarlo.
Quizás porque hoy la idea del sueño como un elemento crucial del bienestar prima por sobre las antiguas nociones del sueño como actividad pasiva, es que cada vez más personas deciden tomar medidas para mejorar el sueño cuando sienten que éste no es óptimo. Y esas medidas suelen ser fármacos que se utilizan para conciliar o mantener el sueño s. Francisca Convalia, neuróloga especialista en trastornos del sueño de Clínica Somno confirma que “cuando la gente busca una respuesta para el insomnio, en lo primero que piensan es en medicamentos”.
En nuestro país -de acuerdo con cifras entregadas en la última Encuesta Nacional de Salud-, el gasto de los chilenos en productos asociados a mejorar el sueño estaba sobre los 2.700 millones de pesos anuales. Además, el Instituto de Salud Pública indicó que la zopiclona —uno de los compuestos más usados para tratar problemas al dormir— está dentro de los 10 medicamentos más vendidos junto al ibuprofeno y el paracetamol.
Sin embargo, el consumo de estos medicamentos que parecen ser la píldora mágica para lograr un sueño reparador, no están exentos de riesgo. Y una de las consecuencias más frecuentes del uso de fármacos para dormir es la adicción que se puede generar a ellos. “Cada vez es más frecuente que pacientes lleguen consultando porque se han habituado a un medicamento o porque su sueño se ha vuelto dependiente de este”, confirma la neuróloga Francisca Convalia. “A veces nos llegan pacientes que ocupan entre 5 y 7 comprimidos al día de diferentes fármacos y cuando los quieren dejar, no pueden”.
Pero, además de la habituación o la tolerancia que pueden llegar a generar algunos de los medicamentos hipnóticos que se utilizan para tratar alteraciones del sueño, existe también la dependencia psicológica que muchas personas desarrollan a sus efectos sedantes. Y a la idea de que necesitan estos compuestos para funcionar en el día a día, uno de los efectos que se considera poco al momento de decidir consumir productos para inducir y mantener el sueño, ya sea con o sin supervisión médica. Francisca explica que el efecto de dependencia emocional se produce sobre todo cuando los tratamientos no son dirigidos por un especialista. “El manejo del insomnio no es solamente el fármaco, sino que implica ver qué hay de fondo”, comenta. “Hay temas de higiene del sueño, de genética y emocionales que influyen. Cuando estoy tomando medicamentos y pienso ‘qué bueno porque con esto ya estoy durmiendo’ no se ha hecho ningún trabajo de base para mejorar el problema”.
Si bien más de la mitad de los chilenos cree padecer un trastorno de sueño, la realidad es que solo cerca de un 6% cuenta con el diagnóstico oficial de un profesional de la salud. Y es que, independiente de la indicación médica, cuando se trata de mal dormir, muchos prefieren recurrir a estos medicamentos sedantes sin contar con toda la información. La neuróloga de Somno explica que precisamente en estos casos, en los que no ha habido un abordaje integral del trastorno, es que los pacientes se impresionan y se resisten con fuerza a la posibilidad de dejar los fármacos que, hasta ese punto, habían sido la solución. “Cuando les hablamos a los pacientes de suspender el medicamento se empiezan a sentir súper ansiosos y no quieren caer en lo mismo en lo que estaban antes”, explica. Y si bien esto se puede producir por una dependencia real al fármaco, muchas veces tiene que ver con el no haber indagado realmente en la causa del problema y estar usando el medicamento como un parche.
La neuróloga explica que muchos pacientes y médicos se han quedado con la idea de que los medicamentos para trastornos del sueño son inocuos porque fue así como se presentaron muchos al entrar al mercado. Sin embargo, hoy se cuenta con mayor información y estudios sobre el tema que han demostrado que esta premisa no es completamente real. “No es tan inocuo como se pensó, pero mucha gente se quedó con esa impresión”, explica. Por eso hay que estar atento a las señales de alerta. La especialista menciona que algunos de los comportamientos que podrían indicar un abuso de medicamentos es la falta de controles médicos y el aumento de las dosis sin indicación. En esos casos —pero también cuando simplemente existe la sospecha de un trastorno de sueño— su recomendación es hacer lo posible por consultar con un especialista que pueda evaluar todas las aristas del problema. Y no solo quedarse con la solución de un medicamento como una píldora mágica que simplemente no existe.