ADIÓS A LA GORDA QUE LLEVO DENTRO

Hace 5 meses la artista Marcela Trujillo (44), también conocida como Maliki, quiso darle una pelea frontal a la gordura que la acompaña desde niña. Entró al Grupo de Obesos en Control de Excesos, GOCE, que trabaja la adicción a la comida, igual como hace Alcohólicos Anónimos con el alcohol. Tras un profundo proceso emocional, hoy ostenta 19 kilos menos, dejó de ir a fiestas y tomar cerveza y habla como una rehabilitada: "tengo que mantener a raya a la gorda que llevo dentro", dice.




Paula 1119. Sábado 31 de agosto 2013.

"La esperanza de bajar de peso es la última que perderé en la vida", escribió hace poco más de cinco meses en Twitter Marcela Trujillo (44), destacada artista audiovisual, pintora y dibujante de cómics que firma como Maliki y cuya biografía ha estado atravesada por el sobrepeso.

Como respuesta, recibió un mensaje que le aconsejaba probar suerte con el grupo GOCE. No bien lo leyó, buscó las siglas: Grupo de Obesos en Control de Excesos. "¿Obesa yo?", pensó, "No, solo soy gordita", se dijo a sí misma. Pero quedó intrigada y escribió un correo solicitando información, el cual fue respondido de inmediato. "En el año de la serpiente, esto es lo que necesito para cambiar de piel", se dijo y anotó fecha y hora de la próxima reunión del grupo.

El lunes 1 de abril a las 19:00 horas llegó a una reunión de GOCE en la comuna de Las Condes (también funciona en La Florida y Alameda), fundada hace más de siete años, que ya ha tratado a 2.500 personas y cuyo lema es "No nos centramos en el peso sino en la persona como un todo" asegurando que "el grupo da la fuerza, la contención y la garantía del logro". A Marcela le llamó la atención que se tratara con terapia grupal "los rollos" y también la relación horizontal con los especialistas.

"Dentro de mí tengo una guatona", dice. "Una Maliki guatona, chascona y peluda como una cavernícola. Esa guatona me dice que me merezco un pan con manjar después de tanto esfuerzo. Y eso me da miedo. Miedo a sucumbir. A comer. A engordar Otra vez".

Marcela, que en sus dibujos se autorretrata con una figura redondeada y rolliza, adjudicaba sus 86 kilos a una condición genética. Eso fue lo que le dijo a la sicóloga Karolina Lama y al doctor Antonio Abud, que guiaban la reunión en la que, sentados en círculo, una decena de personas compartía sus problemas de adicción con la comida.

–Pesé como 5 cinco kilos al nacer y la pobre de mi mamá me tuvo con parto natural. Fue súper heavy, mi familia siempre me cuenta que era tan enorme que la matrona al verme había salido arrancando por el pasillo y que a mi parto tuvo que ir a ayudar el director del hospital–, relató Marcela.

–¿Disculpe, le va a echar la culpa a su mamá de su gordura? –le preguntó el doctor. Marcela quedó sin conducta–. Le creo a los cinco años, no a los 44. Esto es bien simple: usted está gorda única y exclusivamente porque come mucho. Y comer mucho es no saber poner límites en el plato ni en el cuerpo. Punto.

A los pocos minutos de entrar, Marcela aprendió su primera gran lección: "Yo soy responsable de mi gordura", se dijo autoconvenciéndose.

Luego, escuchó los testimonios de otros asistentes y llegó a la conclusión de que si a ellos les había resultado bajar 20 o 30 kilos, ¿por qué no le iba a resultar a ella?

Terminó la reunión. Salió de la sala y se pesó: 86 kilos (mide 1.62 de altura). Luego, firmó un compromiso: bajar 30 kilos. "Era un compromiso importante porque muchas veces me prometí adelgazar sin conseguirlo. Pero en soñar no hay engaño", dice.

¿Con qué soñaba Marcela? Con que nunca más la llamen "guatona asquerosa", como le dijo una vez la actual pareja de su ex. Con que sus papás dejen de discutir por quién le dice que tiene que bajar de peso. Con darles un buen ejemplo a sus pequeñas hijas, que también estaban con sobrepeso. Con volver a usar jeans, comprar ropa de talla normal, empilucharse frente al espejo y encontrarse rica. Con dejar de sentir vergüenza de su cuerpo.

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Los terapeutas le dieron una dieta. "Es para seguirla, no para entenderla". Café con pan integral y mermelada diet o quesillo sería su desayuno. Sopa de zapallo y cebolla y ensalada con una pequeña porción de carbohidratos o proteínas su almuerzo. De once una fruta o un yogurt. Para la cena lo mismo que el mismo almuerzo.

A saber: el método de GOCE, según señalan en su página web, aborda la obesidad como una adicción. Sus pilares son la abstinencia, la desidentificación con la comida y los límites. La abstinencia tiene que ver con que "el problema no es la comida, sino la relación que se establece con ella". Luego, la desidentificación "es situar a la comida lejos de lo central de la propia vida. 'Yo no soy comida' es el lema de este punto". El límite con la comida tiene relación con determinar que "es la puerta para comenzar a establecer límites en donde no existían, más específicamente es la puerta que lleva a 'tener el sentimiento en las manos' y 'no estar en manos del sentimiento', descubriendo e integrando el manejo de la ansiedad como parte natural de la vida de cada ser humano específicamente en la era adictiva actual".

Con un compromiso firmado, con la ayuda del grupo y con la sencilla premisa de que para adelgazar hay que comer menos y mover el cuerpo, Maliki empezó su nueva dieta.

HAMBRE EMOCIONAL

4 de abril, 11 de la mañana. A tres días de iniciada la dieta, Marcela decae en su entusiasmo y siente apetito. El almuerzo le corresponde a las 13:00 horas, pero faltan dos horas y el tiempo transcurre con la lentitud del hambre. Marcela duda. Quiere comer. Pero no debe. Se siente horrible. Guata y razón se disocian, se contraponen. En ella habita una Marcela que ansía con toda su alma adelgazar y otra que no da más de la privación. Entonces, se aferra a la mesa de dibujo como para no moverse. Se ve a sí misma y siente una pena parida.

Llora desconsoladamente.

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Toma el teléfono y llama a su mamá para desahogarse. Para consolarla, la madre le cuenta que cuando era una guagua de cuatro meses tuvo que ponerla a dieta por indicación médica. Y, pese a que se le partía el corazón, la dejaba llorando de hambre procurando cuidarla. Marcela cuelga el teléfono y se ve de guagua sintiendo el mismo desamparo.

"Hoy creo que es bueno llorar. Me lo permito", dice. Llora sobre todo en las reuniones de GOCE. Y trata de no hablar delante de sus compañeros porque sabe que un nudo en la garganta dificultará sus palabras. Aun así, cada vez que alguien cuenta su relación con la comida, ella suele hacerlo. "La verdad es que fui por lana y salí trasquilada. Fui a adelgazar y me encontré conmigo misma y mis soledades, mis vacíos. Y me tuve que hacer cargo", sentencia.

En GOCE aprendió que el primer abuso lo cometió ella consigo misma: comer sin control. Tomar alcohol. Fumar hasta quedar sin voz. Enamorarse de tipos que no la amaban. Buscar aprobación entre las multitudes. Eso, concluyó, es abuso.

Marcela comenzó a deambular por el camino de la delgadez sin llegar a dimensionar el sentido emocional que adquiriría su viaje. Ahora, asegura, está en eso: en la sanación. Primero es el físico, cambiar la dieta, pesarse, no comer, luchar consigo misma, pesarse, adelgazar. No más comidas a escondidas. No más bolsas de papas fritas antes de dormir. No más cervezas. No más proteínas con carbohidratos. No más casi todo.

"Es como si tuvieras un hoyo en el estómago. Entonces, antes de comer, te viene como una emoción. Y comes ansiosa y a los tres segundos ya no hay nada. La comida se acaba y viene la culpa. Súmale a eso que, a diferencia de mis hermanas, que son flacas, yo jamás hice deporte. No me movía para nada. No me gustaba caminar y si íbamos a la playa a mí me gustaba quedarme en la casa dibujando, leyendo, viendo tele. En el colegio me cargaba hacer gimnasia. Me recuerdo fingiendo enfermedades para no ir a clases. Además de gorda, tenía el estigma de ser floja", recuerda.

Por otro lado, Marcela compensaba sus vacíos con una personalidad fuerte y extrovertida. Era presidenta de curso, participaba en los festivales de la canción y en cuanta actividad pudiera. También dibujaba y le gustaba que le celebraran sus trabajos, que la miraran.

"Pecaba de hablar mucho, tenía muy claro que mis aptitudes como líder no iban por el lado de las apariencias físicas, porque siempre tuve el pelo corto y si bien no era obesa, sí me asumía como la gordita, la de cachetes grandes y cara redonda. Entonces, me escudé en un carácter fuerte, en la simpatía. Mi aspecto no era una herramienta, entonces era buena para la talla, porque siendo así podía llegar adonde quería y ser aceptada y querida".

Había también en su gordura un halo de rebeldía: "Filo con el físico, no es importante, es una frivolidad", pensaba. Una mezcla de provocación y rabia. Así pasó de un look convenientemente hippie y vaporoso, al negro del punk anulando cualquier rasgo de femineidad. No tenía por qué ser mina. Ella estaba destinada a ser artista, intelectual y política, y, en ese esquema, la frivolidad de ser delgada no tenía cabida.

"Además, tenía el rollo de que yo era muy masculina, siempre tuve el pelo corto porque mi mamá me lo cortó quizás porque le daba lata peinarme. Además, usaba lentes… También estaba el cuento de que me esperó todo el embarazo pensando que era hombre. Y salí yo, igualita a mi papá, del mismo signo zodiacal, Tauro. Ya de grande, y para convencerme por acumulación de hechos, empecé a verbalizarlo: 'yo tengo una energía súper masculina, yo no me quiero casar ni tener hijos, yo quiero ser profesional, independiente, autónoma' ".

Y así, a los 20 años, ya en la universidad, se vio por primera vez como una gorda. El consumo de alcohol y el carrete dispararon su peso. Los pitos y su insufrible bajón. A dos años de haber entrado a la universidad estaba más gorda y su parada punk era el escondite perfecto. Aunque, siendo honesta, en el fondo de sus pensamientos, le cargaba ser así.

Por esos días se enamoró y se puso a pololear con su mejor amigo de la universidad. Dejó la comida, el cigarro y el copete. Estaba delgada por primera vez en su vida. Comenzó a tomar pastillas para adelgazar, las que dejó recién hace dos años. "Cambié la adicción por la comida por la adicción al amor", afirma.

UNA FLACA SIN VIDA SOCIAL

Marcela saca un texto titulado "Cuando la comida sustituye al amor" que le dieron en GOCE. Recuerda que apenas lo empezaron a leer en la reunión, le dio algo así como un calambre en el alma. Y explotó en llanto.

Dice: "La compulsión es desesperación en el nivel emocional. Es el sentimiento de que no hay nadie en casa. Nos volvemos compulsivos para sentir que hay alguien en casa. Lo único que siempre quisimos fue amor. No queríamos volvernos compulsivos. Lo hicimos para sobrevivir. Lo hicimos para no volvernos locos. Porque nos hacía bien. La comida era nuestro amor. Era nuestra manera de ser amados... Somos muchos los que hemos estado usando la comida como sustituto del amor durante tantos años que ya no reconocemos la diferencia entre buscar el amor en la comida y buscar el amor en el amor. Aunque chocara con nosotros y nos derribara, no reconoceríamos el amor. Y no porque seamos ignorantes, sino como nunca nos han amado bien, nosotros tampoco podemos amarnos bien. El comportamiento compulsivo en el nivel más fundamental es una falta de amor hacia uno mismo; es una expresión de nuestra creencia de no valer lo suficiente".

De un momento a otro, la comida, su dependencia, le reveló a Marcela que tenía un vacío incalculable. Como los alcohólicos y adictos en general que buscan tapar sus inmensas soledades con un dedo.

En las reuniones conoció más relatos parecidos al suyo, todos signados por la misma tristeza. Y entendió que la comida era el medio. Que el problema era más profundo. "Lo mío es un vacío emocional, un hoyo que intenté tapar con comida", sentencia hoy.

Antes de ir a GOCE Marcela era el alma de todas las fiestas. Su risa inundaba todos los espacios por los que deambulaba. Su chasquilla, labios rojos, minifaldas animal print, calzas onderas y desbordante personalidad y simpatía. Así la recuerda esta reportera, imagen que contrasta con la mujer que es ahora: con talla 40 y hablando como una rehabilitada. ¿Volverá a ser como antes, entretenida, intensa? Marcela aclara que esa gorda feliz de antes, nunca fue tan feliz en verdad.

Desde que entró a GOCE, se fue para dentro. Desapareció de la vida social. Dejó de tomar y fumar. Se suicidó en Twitter y en Facebook. Sacó la tele de su pieza y en su lugar puso libros. Se hizo cargo de las compras de su casa. Cambió el supermercado por la feria. Puso a dieta a sus hijas. Las empezó a ir a buscar al colegio. Cambió la loza. Y hasta ordenó su clóset.

Desde que entró a GOCE, se fue para dentro. Desapareció de la vida social. Dejó de tomar y fumar. Se suicidó en twitter y en facebook. Sacó la tele de su pieza y en su lugar puso libros. Se hizo cargo de las compras de su casa. Cambió el supermercado por la feria. Puso a dieta a sus hijas. Las empezó a ir a buscar al colegio. Cambió la loza. Ordenó su clóset. Se compró jeans. Se puso a dibujar. Pensó en cómo avanzar.

"Yo cachaba que por mi pinta la gente no me iba a aceptar, entonces decidí ser la más simpática, la más buena onda. Es el peso de la obligación de tener que agradar, y yo lo hice durante toda mi vida. Sin pensarlo, cuando llegaba alguien yo me forzaba a comenzar la conversación, a caerle bien, ser divertida y alegre. Eso es muy agotador y ya no lo quiero hacer. Ahora, cuando veo a alguien, procuro que sea gente que me quiere. Me cuido. Y cuando me veo buscando aprobación me detengo. Me quedo callada. No tengo esa necesidad de estar todo el rato hablando. Estoy aprendiendo a recuperar el control. Ya no quiero generar relaciones de dependencia, relaciones tóxicas en las que siempre me exponía al abuso porque yo, inconscientemente, así lo quería".

MI GORDA INTERNA

En GOCE a la primera semana bajó 2 kilos y medio, la segunda 2 kilos y así sucesivamente. Ya van 19. "Nunca había sido tan fácil para mí bajar de peso, y era solo comer menos". Está mentalizada, convencida. Y se ve bien. Vestida de impecable negro, jeans ajustados, tacos y luciendo un envidiable abdomen plano, atrás quedaron esos días en los que se miraba al espejo y odiaba su aspecto desparramado, "de camionera", como se describe.

Lo que le cuesta, asegura, es el día a día, sobre todo hoy, en la mitad del proceso, ahora que ya está flaca, que la gente la alaba, la miran en la calle, le tiran el churro, se compra ropa y le queda bien, se mira en el espejo y se encuentra rica.

"Ha sido una transformación profunda porque no hay otra forma de sanarse. Me he dado cuenta de que todo está conectado. He tenido que aprender a practicar la humildad, a dejar la rabia y la violencia de la gordura que te hace ser prepotente y pararte frente al mundo diciendo: 'soy gorda y ¿qué tanto?'. Recuerdo que en una de las primeras clases el doctor hizo la siguiente analogía: uno tiene un cajón lleno, que no cierra, desordenado, con mil cosas, hasta basura. Entonces, tú puedes o comprarte un cajón más grande o bien, abrir el cajón, vaciarlo para ver qué hay y elegir lo que te vas a dejar y lo que hay que botar a la basura. Nosotros somos como un cajón. Siempre pienso en eso, en la necesidad de vaciar mis cajones y ver qué huevadas tengo dentro olvidadas, escondidas. Yo, por mi deformación profesional, vivo a través de las imágenes y esto que estoy haciendo se parece a mis procesos artísticos, que son muy personales y biográficos. La diferencia es que nunca había llegado tan adentro. Y quiero y debo hacerlo así porque necesito ver por qué es tan terrible para mí enfrentarme a mis cajones, de manera de que no me venga esa compulsión de nuevo", dice.

Y lo cierto es que siente miedo, a veces. Como ahora: se ha estancado y no logra bajar más de peso. Y vuelve a sentir ese vértigo de que, como muchas otras veces, es probable que se autoboicotee y sucumba ante la comida. Ya lleva 19 kilos menos. No puede fallar. Entonces cierra los ojos y se encuentra cara a cara con su alter ego: "con la guatona que llevo dentro; una Maliki guatona, chascona y peluda como una cavernícola", describe. Esa que le dice que coma, que no pasa nada, que se merece un pan con manjar después de tanto esfuerzo. Entonces, el miedo. El miedo a sucumbir. A derrumbarse. A comer. Y engordar otra vez.

Entonces, Marcela decreta que debe sacar a esa guatona de su vida, eliminarla. Y a su mente vienen los actos sicomágicos de Jodorowsky y se concentra para imaginar un enfrentamiento cara a cara con su gorda interna. Y la visualiza. La ve: chica, gorda, peluda, chascona, cavernícola. La Marcela flaca saca una de sus gomas de borrar y la elimina como si fuera un dibujo a lápiz. En otras oportunidades, simplemente la asesina.

Marcela flaca abre los ojos y desiste de su crimen imaginario: "Tengo que comprender a la gorda que llevo dentro, educarla, dominarla, lavarla, cortarle el pelo y adelgazarla. No borrarla ni asesinarla. Es parte de mí", se repite. Le quedan 13 kilos por bajar, para decir victoriosa que ha vencido a su gorda interna. "Ahí voy a estar mejorada, voy a estar en paz", sentencia mientras su irreconocible cuerpo delgado va a la cocina a preparar té sin azúcar.

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Novedades de Maliki

Marcela Trujillo se apresta para el lanzamiento de su libro Maliki en tinta china el 5 de octubre en la Galería Plop! y en la Feria del Libro, con prólogo de Sebastián Lelio y que incluye una recopilación de todos sus cómics en tinta china. También de El diario iluminado de Maliki 4 ojos con prólogo de Lina Meruane (ambos de la Editorial Ocho Libros) que es la segunda parte del Diario íntimo de Maliki 4 ojos publicado en 2011 y cuyo último capítulo narra su experiencia en GOCE. Con Margarita Dittborn y Andrea Felztenstein está preparando un proyecto de obra llamado Equipo adiposo enfocado en el tema de la compulsión por comer, la gordura y la fascinación por la comida. Margarita trabajará con fotografía y cerámica, Andrea en fotografía, y Marcela en pintura e ilustración. A la par, realiza clases en la UDP y en su taller www.taller demaliki.cl, donde enseña cómic autobiográfico, acuarela y pintura acrílica.

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