¿Qué otro modisto en la historia podía jactarse de que su mera silueta podía ser reconocida en el mundo entero y en todos los estratos sociales? ¿Qué otro creador podía permitirse decir lo que quería sin jamás autocensurarse? ¿Quién otro en el mundo de la moda podía como él seguir asombrando temporada tras temporada, con una creatividad e imaginación sin límites?

Tras la muerte de Yves Saint Laurent (su amigo/adversario) en 2008 y de Hubert de Givenchy el año pasado, Karl Lagerfeld era el último de los dinosaurios, el último de los grandes nombres de la alta costura y el prêt-à-porter donde alguna vez reinaron creadores como Christian Dior, Coco Chanel, Jean Patou o Jeanne Lanvin. Pues a pesar de que estaba intensamente anclado en el presente (nada detestaba tanto como la nostalgia), Lagerfeld era un hombre de dos mundos, el de sus raíces aristocráticas en Hamburgo, que solía evocar con un cierto orgullo, y el apasionado de todo lo nuevo, el irreverente que no dudaba en diseñar una botella para una gaseosa y rodearse de los más jóvenes ídolos de la moda, la música o el cine como Pharell Williams, Lily Depp o Kaia Gerber.

Lagerfeld comenzó a dibujar, a sugerencia de su madre, "porque eso hacía menos ruido que el piano", una actividad que se transformaría en la pasión que lo acompañaría toda su vida. El dibujo, más una fascinación por la moda, lo llevaron hasta el estudio de Pierre Balmain, de quien fue su asistente, para luego acceder al puesto de director artístico de Jean Patou en 1959. Luego vendrían Chloé y más adelante Fendi, en 1965. A todas esas míticas casas, Lagerfeld traería un viento de renovación que las pondría otra vez en el candelero. Pero en ninguna como en Chanel, cuyas riendas asumió en 1983, provocaría el terremoto que llevaría a una respetable pero ligeramente anticuada maison, a la vanguardia de la moda.

Lagerfeld era el prototipo del nuevo tipo de creador, el director artístico que abarca todos los aspectos de la creación de la marca. Gracias a su visión a la vez cultivada y popular hizo entrar a la moda en la esfera pública, más allá de la burbuja en la que se había desarrollado hasta entonces.

El mundo reverencioso de Balenciaga, donde los desfiles eran misas silenciosas, quedaba definitivamente atrás, el creador escondido no era para él. Lagerfeld adoraba la luz (aun tras sus gafas oscuras) y era un asiduo participante en emisiones de TV donde no dudaba en dar su opinión sobre lo que le preguntaran.

Cada desfile Chanel by Lagerfeld, especialmente desde que había 'tomado' el Grand Palais de París, era una inesperada caja de sorpresas, un evento. No solo sus fabulosas escenografías (playa, supermercado, calle parisina, galería de arte, plataforma de lanzamiento, bosque…) no tenían igual sino que cada colección proponía siempre un look diferente, una prenda sin precedentes, una idea original. Habiendo tenido el privilegio de asistir a sus desfiles desde hace muchos años, nunca pude dejar de asombrarme de la inagotable creatividad del que muchos llamaban "el Káiser".

En 1984 Lagerfeld lanzó su propia marca y bajo su nombre abarcaría una inmensa paleta de actividades. Allí donde Chanel no podía ir, Karl sí. Su colección para la cadena sueca H&M se agotó en veinte minutos. Pero su creatividad no se limitó a la moda. La fotografía fue una de sus pasiones, de la que hizo una carrera paralela cuando, insatisfecho de lo que se le proponían a Chanel, decidió realizar él mismo las imágenes de las publicidades y catálogos, una actividad que propagó luego a otras marcas y a revistas, e incluso en 2015 la Pinacoteca de París expuso sus obras, imágenes de moda, retratos y otras.

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Año 1976. El diseñador Karl Lagerfeld en su casa en París.[/caption]

Asimismo, incursionó en la decoración, en el diseño de gafas, de automóviles, de muebles, se improvisó en relator en ocasión de la boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton, participó en un video del rapero Snoop Dog, creó un postre de Navidad para el pastelero Lenôtre y posó para una publicidad sobre la seguridad en la ruta con un chaleco fluorescente ("Es amarillo, es feo, no va con nada, pero puede salvar una vida").

Lagerfeld era un hombre vanidoso. Durante muchos años en sobrepeso se escondía tras un abanico que aun así lo convirtió en su accesorio personalizado, no disimulaba su descontento con su figura. En el año 2000, deseoso de entrar en los trajes que su amigo Hedi Slimane diseñaba para Dior Homme, se sometió a un régimen draconiano y perdió cuarenta y tres kilos en trece meses, una experiencia que relataría en un libro. Desde entonces, no solo la coleta y las gafas marcarían su estilo sino un cuello blanco almidonado, guantes sin dedos y cadenas y, por supuesto, su infaltable traje negro, un look que mantuvo hasta el último momento.

Su muerte -a causa de un cáncer de páncreas- deja a Chanel y a Fendi huérfanas de esa figura cenital que las guía desde hace décadas, pero, como él mismo era muy consciente, la moda es un business y en ambas casas se prepara el pos-Lagerfeld. Él, que jamás miraba atrás, seguramente lo aprobaría.

KL EN SUS PROPIAS PALABRAS

"No amo nada permanente y definitivo".

"Yo sé cuán molesto, imposible y difícil de complacer puedo ser. No me recomiendo a mí mismo como huésped de nadie".

"Estoy viviendo mis memorias, no necesito escribirlas".

"Me gusta ser creativo todo el tiempo… Si no, estaría aburrido, y el aburrimiento es un crimen".

"El cambio es la manera más sana de sobrevivir".

"De todo lo que hago hay cosas que Coco odiaría".

"Odio la conversación intelectual con intelectuales porque solo me importa mi opinión".

"Tengo los pies en la tierra, solo que no en esta tierra".

"Creo que los tatuajes son horribles. Es como vivir en un vestido de Pucci a tiempo completo".

"Hay una cosa que amo en la Tierra: aprender".

"Yo diseño de la misma manera en que respiro. Uno no pide respirar, sencillamente sucede".

"Nunca salgo sin mis gafas oscuras. Me gusta observar, no ser observado".

"La personalidad comienza donde las comparaciones terminan".