Cuando Laura (14) tenía recién 10 años empezaron sus episodios de angustia. Aunque en esa época no sabía que se llamaban así. Todos los adultos le decían que lo que sentía era normal, que se le iba a pasar cuando creciera y que era parte del desarrollo. Se le hizo normal llorar, sentir angustia, el pecho apretado y que se le acelerara la respiración. Hasta que eventualmente las crisis se hicieron más seguidas y su mamá decidió llevarla al psicólogo.

“Después de estar dibujando durante cinco sesiones, me dijeron que era la edad y que se me iba a pasar”, recuerda. Pero no se le pasó. La adolescente –que está pasando a segundo medio en un colegio de Paine– cuenta que siempre ha tenido sobrepeso y que esa condición le ha causado estrés toda la vida. Siendo muy chica distintos especialistas la pusieron a dietas restrictivas, prohibiéndole el azúcar y ciertos alimentos. “Mi mamá es muy correcta, entonces cuando le decían que yo no podía comer ciertos alimentos, no me los daba. Esto me generaba mucha pena y estrés”, recuerda.

Así vivió durante sus primeros años de adolescencia, hasta recientemente, cuando llegó a la consulta de una psicóloga nueva. “Me fue muy difícil hablar porque no la conocía, pero a la cuarta sesión me abrí y le conté todo. Ella me dijo que tenía un trastorno de la ansiedad y me derivó a un psiquiatra porque también tenía algo de depresión combinada con pensamientos muy negativos”.

Tener 14 años y sufrir de ansiedad hace que Laura se sienta aislada de sus pares y que no se pueda abrir totalmente con ellos. “Cuando me preguntan cómo estoy me cuesta responder con la verdad, aunque mi rostro y mis acciones suelen demostrar lo que siento”, explica y agrega: “Cuando estoy mal no le puedo decir a mi mamá que me siento así, pero me voy a mi pieza a calmarme y ella se da cuenta y me va a ver. Ahí me pegunta si estoy mal y le respondo que sí, y es como si se abriera una fuente, se me aprieta el pecho, me da mucha rabia. Siempre estoy alerta por si me pasa”.

Pero lo cierto es que Laura está lejos de ser parte un selecto grupo de adolescentes ansiosos, sino que al contrario, está en amplia compañía. “Es común que los adolescentes tengan ansiedad, porque es el resultado de un conflicto interno marcado inconscientemente”, explica el doctor Juan Martín Castillo, psiquiatra infantojuvenil del Centro de Adolescencia de Clínica Alemana. “Como el adolescente no sabe poner en palabras lo que le pasa, el conflicto está muy presente, porque hay un impulso que quiere avanzar y un control regulativo que no lo deja”. Según el especialista, en el mundo pre pandemia los jóvenes tendían a canalizar estas emociones en el colegio, realizando deporte o juntándose con sus amigos, pero actualmente el contexto no ha permitido esas dinámicas y se ha registrado un aumento de cuadros ansiosos tanto en niñas y niños como en adolescentes.

Sobre por qué la adolescencia es terreno fértil para los síndromes ansiosos, Castillo explica que a partir de los 12 años hay un cambio muy importante en la persona, porque empiezan a tener pensamientos racional abstractos y pueden razonar, armar hipótesis y deducir consecuencias, pero no tienen la experiencia de la adultez. “Uno funciona con suposiciones, pero ellos no tienen la experiencia gracias a la cual los adultos suponemos y creemos muchas cosas”, dice y añade: “En la adolescencia la ansiedad está marcada por el predominio de la falta de control y de regulación desde el razonamiento y se manifiesta de forma más corporal que en los adultos”.

Mientras que en la adultez podemos expresar lo que sentimos de forma más precisa, los adolescentes se ven remitidos a corporalidades, a somatizar estas emociones de forma digestiva y respiratoria. El problema, es que tal como le pasó a Laura, Castillo reconoce que es muy común que la ansiedad en adolescentes pase por conductas normativas de la edad. Por otro lado, no son capaces de dimensionar las consecuencias de sus conductas de riesgo, a través de las cuales pueden tratar de canalizar sus cuadros ansiosos. “El problema está en el aislamiento, especialmente en esta época donde hay menos opciones de compartir con los pares, poniéndose más irritables, sensibles, escondiendo sus emociones y presentando conductas de riesgo, tales como consumo de sustancias o fugas del hogar”.

Como en casi todo lo relacionado a los menores de edad, la clave está en la reacción de sus padres o cuidadores. “A veces los papás asumen que se les va a quitar solo o tienen ciertos prejuicios hacia la psiquiatría y prefieren no llevarlos por eso”, explica Castillo y complementa: “Cuando no tienen acceso lo manejan solos, con los pares y amigos, y en esos casos el tratamiento es frecuente y poco adecuado. Hablamos de uso de alcohol y drogas, así como abuso de bebidas azucaradas y comida. Lo ideal es que se acerquen a sus padres para darles la opción de entender lo que les pasa y conversar”.

Y es que la forma en que se maneja un cuadro ansioso en la adolescencia es clave para el futuro adulto de la persona. “Si se transita de una buena forma, la persona puede formar su identidad y carácter apropiadamente. Pero si no se trata, una persona ansiosa podría no aprender a manejarse en lo individual y social de manera adecuada y muchas veces termina teniendo dificultades en la adultez asociadas a esto”.