Todos hemos visto las imágenes de TV: un hombre o una mujer, blancos, chilenos, sonrientes, junto a un niño o niña negra, directamente traída de Haití. Matrimonios y mujeres solas que, remecidos por el desastre del terremoto haitiano o conmovidos con las labores humanitarias de los militares en la zona, se sintieron llamados a abrir sus corazones y decidieron adoptar a un niño. Todos vimos las fotos, las entrevistas, las emotivas escenas. Pero la película siguió corriendo y el resto no se vio en la pantalla.
No se sabe cuántos niños haitianos llegaron en Chile. No hay registro. En el transcurso de esta investigación, Paula supo de once casos. El Sename tiene contabilizados nueve y de ellos solo dos han conseguido que un tribunal chileno falle la sentencia que declara la adopción. El resto ha quedado en el largo y tortuoso camino para legalizar su vínculo. Y no hay ninguna certeza de que lo consigan. Muchos padres se sienten temerosos de que les quiten a esos niños o que la PDI llegue a sus casas y descubra que sus niños no tienen la visa al día. Otros viven con el dinero justo, y ahora están endeudados porque han gastado millones en abogados sin ver resultados. Y también en sicólogos, que ayuden a contener a esos chicos marcados por el abuso y la miseria. Niños acostumbrados a dormir en el suelo, a comer compulsivamente pensando que quizás mañana no exista el alimento. Padres que intentan controlar pataletas e inculcar hábitos, muchas veces sobrepasados, desconcertados ante insalvables diferencias culturales. Entusiasmados, esforzados, generosos, pero agotados. Y hay situaciones límite: un niño que fue devuelto o pidió regresar a Haití, por razones que aún no se han aclarado y dos niñas que ahora se encuentran viviendo con una familia de acogida del Sename, luego que un tribunal acusara a su madre adoptiva de vulnerar los derechos de las niñas.
El espíritu humanitario y las buenas intenciones, hoy se convierten en un calvario kafkiano. Las familias se sienten desprotegidas; los niños están en la incertidumbre; el Sename dice que no apoya estas adopciones. El final feliz aún no llega.
Witnise me eligió
Verónica Rubio (periodista, 45) pisa el orfanato Bon Samaritain en Puerto Príncipe. El lugar es sucio y frío. Hay cientos de niños pequeños y adolescentes desnudos que conviven en cinco reducidas piezas donde no hay camas; todos duermen en el suelo. Nadie se ríe, nadie se mueve. "Están desnutridos y no pueden gastar ni un gramo de su energía", piensa Verónica. Pero, entre tanta opacidad, brilla la mirada fija de una niña que se acerca y le toma la mano. Se llama Witnise Occelien y tiene 4 años. "No fui yo quien la eligió, fue ella quien decidió que yo fuera su mamá", dice Verónica, tres años después de ese primer encuentro con la niña haitiana que se trajo a vivir con ella a Chile.
El entusiasmo, la vehemencia y una buena reserva de amor movieron esta historia. Verónica ya había pasado los 40 años y tenía la certeza de que no sería madre biológica. Pero no renunciaba al deseo de tener un hijo y se abrió a la posibilidad de adoptar. Como mujer soltera, sabía que en Chile sería difícil, ya que la ley de adopción nacional le da prioridad a los matrimonios. Lo comentó con algunos amigos. Fue Isabel Araya, entonces señora del embajador en Haití, Marcel Young, quien le sugirió adoptar en ese país. "Todas las semanas, algún niño se muere de hambre en los orfanatos. ¿Por qué no adoptas y, de paso, salvas a un niño de morir?", le dijo.
Verónica se puso en acción. Consultó cómo hacerlo en el Sename, la autoridad en adopciones internacionales. La respuesta fue que no lo intentara, porque era sumamente complejo, que mejor adoptara en Chile, que aquí había muchos niños disponibles. "Pero allá se están muriendo de hambre", respondió Verónica. Si contaba con el apoyo de la embajada, pensó, no podía ser tan complicado.
Verónica partió a Puerto Príncipe. Un auto de la embajada la trasladó al orfanato donde la esperaba Witnise. El chofer la acompañó a hacer todos los trámites. En solo dos semanas Verónica tenía en sus manos la partida de nacimiento, el pasaporte, y el documento de la cesión del cuidado personal, donde el padre de la niña le entregó la tuición para poder traerla a Chile. Los documentos, traducidos y legalizados por la embajada, la hicieron sentir segura. En mayo de 2008 Verónica regresó con su maleta en una mano y su nueva hija en la otra. No tuvo ningún problema.
Pero la historia estaba recién empezando: ahora se imponían los desafíos de la convivencia cotidiana. Witnise no tenía hábitos de sueño. Se tiraba en el suelo a dormir, donde estuviera y a cualquier hora. No había caso de que durmiera en la cama. Tampoco que usara cubiertos. Caminaba encorvada y comía con las manos, compulsivamente, lo que hace todavía, seguramente por todo el hambre que pasó en Haití, piensa su nueva mamá. "Si yo le decía que comiera más despacio, gritaba y lloraba sin control". Una sicóloga la ayudó a controlar las pataletas. Mientras avanzaba en el difícil proceso de generar un vínculo madre-hija, contrató a una abogada para que tramitara la adopción. Ya ha gastado 3 millones: dinero que no tenía y que pidió prestado.
–Fui a los tribunales, confiada. Mi abogada encontraba tan linda nuestra historia, que estaba segura de que la adopción iba a salir al tiro. Primero, nos tocó una jueza buena onda, que nos mandó a hacer varios trámites, entre ellos una evaluación con la sicóloga. Pero después otra jueza dijo que esto tenía que evaluarlo el Sename, por ser una adopción internacional. Pasan y pasan los meses y ahí sigo. Esperando que el Sename dé su opinión.
Miedo. Angustia. Incertidumbre. Esas palabras utiliza Verónica para describir su situación. Lleva 3 años con Witnise pero, oficialmente, ella no es su mamá. Tiene la tuición legal, pero es revocable. El día de mañana el padre de Witnise podría reclamarla de vuelta y ella tendría que entregarla. La única forma de convertirse legalmente en su madre es que el tribunal falle la adopción definitiva.
–Legalmente yo soy "amiga" de Witnise. Es un absurdo, una locura. Le fui a sacar carné de identidad y no puedo ir a retirarlo, porque solo puede hacerlo la madre o el padre. Eso me da mucha rabia. También me aprieta el pecho.
Un vínculo roto
Desde que llegaron los primeros niños de Haití, el Sename manifestó sus reparos. Básicamente, porque Haití no forma parte de la convención de La Haya, que suscribe Chile, la cual fija los procedimientos para que las adopciones internacionales se hagan resguardando los derechos de los niños y de sus familias de origen. El exdirector del Sename, Eugenio San Martín, a quien le tocó conocer los primeros casos, asegura: "Haití tiene una precariedad institucional que no permite asegurar que los trámites de adopción que allí se realizan, sean completamente regulares".
Pero los niños llegaron igual. Y el recuento de lo que ha pasado con ellos es preocupante. En mayo de 2009, el tribunal de familia decretó que dos niñas haitianas, P.M. y J.M., entonces con 9 y 8 años, pasaran a vivir con una familia de acogida del Sename, abandonando de esa forma el hogar que tuvieron por tres años con la periodista María Elena Andonie, su madre adoptiva chilena. La medida la tomó el tribunal, luego que el Sename acusara a la mujer de vulnerar los derechos de las niñas, lo cual la periodista ha negado rotundamente.
Tres años antes, María Elena se había convertido en una de las primeras chilenas que sacó de la extrema pobreza a dos niñas haitianas para ofrecerles un futuro mejor. Por entonces, ella tenía 50 años, un hijo mayor de edad y la intención de volver a ser madre. Y pensó que sería buena idea materializar ese deseo en Haití, donde 80 por ciento de la población vive bajo la línea de la pobreza y subsiste con menos de un dólar al día. No hay agua potable y las condiciones sanitarias son tan malas que el promedio de vida es de 52 años. La taza de hijos es de 5 por familia, pero como no pueden hacerse cargo de todos, hay muchos niños en situación de abandono.
Según relató María Elena, el año pasado en una crónica de su autoría publicada en el diario La Nación, viajó a Puerto Príncipe en 2005 y, tras consultar en la embajada adónde dirigirse, llegó al orfanato Bon Samaritain, el mismo que visitó Verónica Rubio, y que es apadrinado por las fuerzas de paz chilenas desplegadas en Haití. Entonces, se fijó en dos niñas: la mayor, aguerrida, peleando por su comida, y la otra, más pequeña que no dejaba de seguirla. Tenían 4 y 3 años y eran primas.
María Elena demoró varios meses en tramitar en Haití los papeles necesarios para sacarlas del país. En diciembre de 2005, lo consiguió. Abrazó a sus hijas en la embajada de Chile en Haití, donde los abuelos de las niñas se las entregaron. Dice que en ese momento tuvo "un conflicto ético" y que les comunicó a los abuelos que tenían todo el derecho de arrepentirse. Ambos confirmaron la entrega, argumentando que ellos no tenían cómo alimentarlas.
Era Navidad cuando María Elena aterrizó con las niñas en el aeropuerto de Santiago. Estaba ilusionada con el feliz capítulo que se abría en su propia vida y en la de sus niñas. Les compró ropa y juguetes, les enseñó español y a capear olas, las matriculó en un colegio, contrató una sicopedagoga y les dio atención médica. Pero, nuevamente, tuvo que lidiar con los hábitos y conductas de las niñas, que al haber vivido violencia en su primera infancia manifestaban agresividad y tenían crisis de pánico difíciles de controlar.
Pensando que el Sename podría ayudarla y, asesorada por un siquiatra que le dijo que debía darles atención individualizada a las niñas, se acercó a la institución y les planteó la posibilidad de que el organismo cuidara, temporalmente, a una de las chicas.
–Fue el peor error de mi vida– declararía más tarde a la prensa.
El Sename estudió su caso. Y demandó a María Elena por vulnerar los derechos de las niñas, argumentando, entre otras cosas, que no había comenzado los trámites de adopción en los tribunales chilenos, lo cual era efectivo, y que los informes que se le practicaron para determinar su competencia para cuidar a las niñas no fueron favorables. En mayo de 2009, el tribunal de familia decretó, como medida de protección, que las niñas debían irse a vivir con una familia de acogida. En noviembre de ese año las niñas habían sido sacadas de su casa.
Tras un incidente ocurrido en la primera visita, sobre el cual hay distinas versiones, el tribunal prohibió a María Elena ver a las niñas y todo acercamiento hacia ellas. Y en marzo de 2010 sentenció que fuesen desafiliadas como cargas suyas en la isapre y traspasadas a Fonasa.
Esta dramática situación aún no se resuelve. Las niñas siguen viviendo con una familia de acogida y María Elena luchando porque vuelvan con ella. Después de un año sin verlas, el tribunal la autorizó hace un mes para que las visite una vez a la semana. Consultada por Paula, declinó hacer declaraciones.
Nadie sabe si María Elena logrará sacar adelante la adopción ni cuál será el destino final de las chicas. La esperanza con que esta historia se inició se ha convertido en una cruel interrogante.
Cerrar la frontera
Desde 2005, cuando Chile inició misiones en Haití –enviando, hasta ahora, más de 9 mil efectivos de fuerzas armadas y policiales– el interés de los chilenos por adoptar niños haitianos ha ido en aumento. El peak se dio justo después del terremoto en Haití, el 12 de enero de 2010: según cifras de la Unicef, un millón de niños pasaron a engrosar las filas de la orfandad.
–La situación conmovió a mucha gente que quiso salvar a esos niños. Había casos que eran de vida o muerte. Muchos chilenos escribieron a la embajada preguntando cómo adoptar niños– relata Marcel Young, embajador en Haití en ese momento.
–Nosotros les advertimos siempre que el proceso era complejo y que debían legalizarlo en Chile. A los que llegaron los orientamos con los trámites y los apoyamos con traslados porque la situación de seguridad en Haití es compleja. Fuimos muy cuidadosos de no influir en una decisión tan personal.
Al Sename también le llovieron las consultas. Y el asunto, revela hoy el entonces director del organismo, Eugenio San Martín, se convirtió en tema de debate a alto nivel. "Se constituyó una mesa de trabajo en la que participaron varios ministerios; Mideplan, Relaciones Exteriores, Sename, la Junji. No fue una discusión fácil. Había una línea muy voluntariosa a favor de abrir la puerta a las adopciones. Pero el Sename estaba en sintonía con la Unicef y la convención de La Haya, porque consideraba que más allá del drama humano de los niños de Haití, no era posible saltarse trámites de rigor para las adopciones". Y puntualiza: "En Haití ya había denuncias de que la debilidad institucional del país podía prestarse para tráfico de niños o trata de blancas. Chile no podía prestarse para aceptar adopciones irregulares".
La decisión fue cerrar la frontera para las adopciones de niños haitianos y hacer un llamado a través de la prensa para que dejaran de ir a buscar niños.
Un caso que San Martín citaba, entonces, para extremar las medidas de resguardo, era el del adolescente Erique Elma, que fue traído en 2009 por el suboficial del ejército Germaín Insunza, quien estuvo asignado seis meses en Cabo Haitiano. Fue allí donde el militar conoció a Erique, de 15 años, que solía correr con él. Tanto se encariñó con el adolescente, que decidió hacer los trámites para adoptarlo en Haití. Erique arribó a Arica en julio de 2009, donde viven Insunza con su mujer y sus 3 hijos biológicos. Pero duró poco. En septiembre de ese año se devolvió o fue devuelto a Haití por razones que siguen siendo confusas. "No pudo adaptarse a Arica y nos pidió regresar", fue la respuesta del suboficial a la prensa en ese entonces.
–Los niños no son una mercancía que se puede devolver en un container. Eso, es vulnerar los derechos de un niño. Y aunque sabemos que muchos chilenos viajaron a Haití con la intención de salvar a esos niños, la adopción no es la solución. Los niños pobres no tienen que ser adoptados. Tienen que ser amparados y protegidos por el Estado y sus familias, para que puedan desarrollarse normalmente– agrega Eugenio San Martín.
Llévame a Chile
Al definirse el Sename contrario a las adopciones en Haití, los niños que ya estaban en Chile quedaron en un limbo. Solo dos casos han logrado la sentencia definitiva que declara la adopción en un tribunal chileno. La primera –en febrero de 2009– fue Berdine, la niña que el exsuboficial de la Fuerza Aérea, Mario Castillo, trajo en 2006, cuando tenía apenas cuatro años.
El militar fue uno los 579 chilenos que partió a Haití con el primer batallón de las fuerzas de paz que Chile envió a la isla en 2005. Casado y con dos hijas veinteañeras, Castillo llevaba una misión secreta: el deseo de su mujer de adoptar. Recuerda que cuando los niños del hogar supieron que Berdine sería adoptada, le decían a la niña: "Dile a Castillo que también me lleve a Chile". Castillo tuvo que esperar un año para obtener la sentencia de adopción del tribunal haitiano, y otros dos para legalizarla en Chile. Fue el primer chileno en obtener una sentencia de adopción de un niño haitiano en tribunales nacionales. Era, además, un ejemplo inspirador: Berdine se integró a su nueva familia, entró al colegio en Iquique, aprendió a leer y escribir, se convirtió en una atleta sobresaliente y ganó medallas en las competencias interescolares. Hoy tiene diez años, está en quinto básico y, como otros niños de su edad, usa computador y tiene celular.
–Desde que la traje, ha crecido el doble. Antes me llegaba a la cintura, ahora me llega al hombro.
La otra sentencia exitosa la obtuvo en 2010 Bárbara Vigoroux, madre de la pequeña Amélie. Tan comprometida ha estado con el tema que, junto a otra chilena en proceso de adopción, Rosemery Donoso, creó hace un año la fundación Familias Multicolor, que promueve la adopción de niños haitianos en Chile. Bárbara y Rosemery declinaron participar en este reportaje. Familias Multicolor posee una casa de acogida en Puerto Príncipe con capacidad para recibir a 16 menores de tres años, susceptibles de ser adoptados por chilenos. Sus directoras establecieron un riguroso protocolo basado en las exigencias chilenas para que las familias estén resguardadas al momento de legalizar esos enlaces en Chile.
Consultado, el Sename plantea que "Familias Multicolor no es una institución acreditada". Familias Multicolar indica que trabaja a través de Fundación Mi Casa, institución que sí es acreditada.
El Sename no ha variado su posición. Las nuevas autoridades concuerdan con la administración anterior. Dice Rolando Melo, director del organismo: "Haití no ha firmado la convención de La Haya, por lo que las adopciones con este país no están reguladas en Chile, y el Sename no tiene facultades para subsanar eso. La normativa está pensada para hacer feliz a un niño y darle su derecho a vivir en familia y no para hacer felices a los padres que tienen el anhelo de dar amor un niño. Ese es el paradigma".
Sus palabras son concluyentes, pero no resuelven la urgente situación de las familias y niños que esperan, y arrojan un manto de sombra para quienes todavía buscan traer un niño de Haití. ¿Qué pasará con los niños haitianos que ya están aquí? ¿Cuál será el destino de las niñas que pasaron de un orfanato en Puerto Príncipe a un hogar del Sename en Santiago?