Adopciones ilegales: “Durante 46 años pensé que me habían abandonado”
María y Carolina se reencontraron después de 46 años. María creía que su hija había fallecido. Carolina estaba convencida que la habían abandonado. Víctimas de una adopción ilegal, hoy madre e hija intentan recuperar el tiempo perdido.
Sopló las velas de su cumpleaños número 24. Y como todos los 30 de agosto, lloró.
“¿Cómo pudieron abandonarme?”, se preguntaba - una vez más - Carolina (46). Pero ese año era diferente, la angustia parecía ser más profunda. Hace tres meses había dado a luz a su hijo Diego y no lograba entender cómo su mamá biológica no había sentido esa conexión con ella. “Después de tener nueve meses en la guata a mi hijo, no era capaz de entender que alguien pudiese olvidar todo ese proceso. Yo creo que esos sentimientos solo los entiende la mujer. Y ahí me preguntaba, ¿se acordarán de mi?”. Lo que Carolina no sabía era que María, su madre biológica (76), también lloraba cuando cumplía años. Salía al jardín a rezarle a su “estrellita”, esa hija muerta de la que nunca se pudo despedir. María no tenía idea que su estrellita la estaba buscando.
Carolina vivió una infancia feliz. No tuvo hermanos ni un papá presente, pero su mamá, tíos y primos se encargaron de darle el amor que necesitaba. A los 15 años todo cambió; se enteró que era adoptada y un sinfín de preguntas se instalaron en su cabeza. “¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Por qué me abandonaron?”. Si bien tenía una necesidad profunda de encontrar a su familia biológica, no sabía cómo hacerlo ni por dónde empezar. Y así fueron pasando los años. Carolina, rendida ante la idea de descubrir sus orígenes, siguió su vida como de costumbre.
Hace un año, Carolina estaba haciéndole una sesión de podología a una de sus clientas cuando la escuchó contar una historia que caló hondo en ella. “Me contó que hace muchos años había tenido un hijo que cuando nació, le dijeron que había muerto. Lo extraño era que nunca tuvo su cuerpo. Nunca lo vió ni se pudo despedir”. En ese momento un destello de ilusión se instaló en ella. “¿No me habrá pasado eso a mí?”, se preguntó. En el auto camino de vuelta a su casa, decidió reanudar la búsqueda.
Con ayuda de su hijo, se realizó el test de ADN que tenía guardado hace meses en su velador, pero que no se atrevía a abrir. Con algo de suerte, esta prueba le permitiría descubrir a personas con coincidencias genéticas, es decir, familiares biológicos. La espera del resultado pareció eterna, pero lo que ahí descubrió fue el inicio del fin: compartía un 56% de ADN con alguien que se llamaba Miguel y vivía a un par de cuadras de su casa. Sin pensarlo mucho, Carolina marcó al número de contacto que aparecía junto al resultado. “Yo soy la hija de Miguel”, respondieron al otro lado del teléfono. “Pero anda a verlo a su peluquería. El trabaja ahí”.
Aunque se sentía cada vez más angustiada, su afán por descubrir de dónde venía era mucho más fuerte que el miedo y decidió ir a la dirección entregada. Al llegar, Carolina y Miguel se observaron, un poco incómodos. “Eres igual a una de mis sobrinas, la América. Pero es imposible que seas su hermana”, le dijo Miguel. “Pero, ¿a la Maruja no se le murió una hija?”, le recordó su esposa. Hubo un silencio y el tema, como si nadie quisiera abrir esa herida, se desvaneció.
Con el tiempo comenzó a nacer una relación entre Carolina y Miguel. Luego, de a poco comenzó a reunirse con quienes sospechaban que podrían ser sus hermanos por el evidente parecido físico. Primero, conoció a Manuel. “No necesito hacerme ningún ADN, yo sé que tu eres mi hermana”, le dijo entre lágrimas cuando la vió por primera vez. Luego conoció al resto: Sergio, Joaquín y América. Si bien todos estaban convencidos que eran familia, Manuel se realizó el test de ADN para confirmalo. El resultado, que llegó unas semanas después, despejó las pocas dudas que tenían: eran hermanos. “Cuando vibró mi celular y vi el resultado, creo que fue el día en el que más lloré durante toda mi vida”.
El reencuentro: “Es un sueño hecho realidad”
La noche antes de conocer a sus papás, Carolina casi no pegó ojo. Con una planta entre sus manos como regalo, se presentó frente a la casa de quienes siempre quiso conocer. Al ver a su mamá, la abrazó con fuerza, como si quisiera retroceder el tiempo y así haberla tenido siempre cerca. “Sus abrazos fueron de mucha pena. Me intentaba contener, me tocaba el pelo, la cara”, recuerda Carolina. Después, apretujó a su papá. “Tranquilo”, le decía, “Uy, tenemos los mismos ojos”. Y así, entre risas, comenzó lo que sería el primer encuentro familiar. Ese que siempre había soñado.
Para Carolina, lo que ha pasado durante los últimos meses “es un sueño hecho realidad”, aunque el proceso no ha sido fácil. “Ha sido lindo pero muy difícil. Es un cambio muy brusco, me ha costado. Toda mi vida he seguido un camino y cuesta tener que cambiar hábitos. Pero ya no existe ese vacío que tenía”. Desde hace un mes, va a visitar a sus papás todos los viernes por la tarde intentando, de alguna forma, recuperar el tiempo perdido. “Sé que tenemos una conversación pendiente con mi mamá, pero le estoy haciendo el quite. No quiero verla llorar, no quiero ahondar en su pena”.
Más allá de lo afortunada que se siente Carolina por el reencuentro, la angustia sigue habitando en ella. “¿Por qué me privaron de criarme junto a mis hermanos? Tuve muchos más privilegios que mi familia biológica, pero yo hubiese preferido vivir junto a ellos”, dice con los ojos brillosos.
Red de tráfico ilegal
La historia de Carolina no es azarosa. En 2014, un reportaje de Ciper reveló las adopciones ilegales ocurridas entre el 50 y fines de los 90. La investigación fue como una chispa; mujeres de todo el país se agruparon en fundaciones como Nos Buscamos e Hijos y Madres Del Silencio, y se presentaron las primeras denuncias a la justicia. En 2018, el magistrado Mario Carroza, que estaba a cargo de la investigación, sacudió al país al informar que las cifras de adopciones ilegales llegaban hasta 20.000 casos.
Si bien las cifras aún no están claras ni hay una versión oficial de los hechos, los antecedentes permitieron revelar que se usaron tres fórmulas para quitarles a los menores: hacerlas firmar documentos que no entendían; informarles que los niños nacieron muertos; o declarar a las mujeres incompetentes para la crianza. La investigación judicial indica que estuvieron involucrados médicos, matronas, asistentes sociales, religiosos y jueces de menores, y que las mayorías de estos niños terminaron en Suecia, Italia, Estados Unidos, Holanda, Francia y Alemania.
El pasado martes 10 de enero, la Cámara de Diputados aprobó el proyecto que solicita al Presidente Boric la creación de la “Comisión de Verdad, Justicia y Reparación para Víctimas y Familiares de Adopciones Irregulares”. La comisión podría entregar cifras claras y dar medidas de reparación para los afectados.
En busca de reencuentros
Cuando era pequeña, Marisol (48) pedía con ansias tener una hermana. “Ya tienes una, Sol, pero está en el cielo”, le respondía su mamá. “Entonces vamos a verla al cementerio”, exigía. Lamentablemente, eso no era posible. El cuerpo de su hermana supuestamente fallecida, nunca fue entregado. “Le dijeron a mi mamá que lo iban a usar para investigaciones. Cuando fui creciendo, entendí que había algo raro”. Tras el reportaje publicado por Ciper, Marisol comprendió que su familia había sufrido una adopción ilegal y a falta de una ayuda clara por parte del Estado, fundó Hijos y Madres Del Silencio.
Esta agrupación, al igual que Nos Buscamos, busca generar reencuentros entre quienes sufrieron una adopción no voluntaria. Entre las dos fundaciones ya han logrado que 580 madres e hijos se vuelvan a encontrar. En septiembre, Marisol viajará a París, Ginebra, Cerdeña y Roma para discutir el asunto con autoridades y conocer a algunos de los afectados. Si bien aún no sabe dónde está su hermana, no pierde la esperanza de que tanto ella como otras familias al fin se reencuentren con aquellos que hace tanto tiempo desaparecieron.
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