“Mi camino hacia la política fue más de reflexión. O de sentirme atraída, en distintos momentos de la juventud temprana, por el poder entender por qué existían tantas desigualdades sociales. Cuando entré a la universidad y pude interactuar con profesores exiliados de otros países latinoamericanos, entendí que existía toda una conceptualización y teorización al respecto. Y en ese andar, participé en política estudiantil y finalmente me especialicé en sociología agraria.

Entré a trabajar en la Corporación de Reforma Agraria durante el gobierno de Allende y ahí conocí a personajes claves del movimiento de mujeres, como María Antonieta Saa, que en esa época era dirigente de la Asociación de Funcionarios. Yo entré a trabajar en Capacitación Campesina, a difundir la propuesta en materia de reforma agraria de Allende.

Estuve dos años ahí y entre medio me casé y tuve a mi hijo. Pero después vino el golpe de Estado y mi ex marido se fue a Austria. Yo me fui al poco rato con mi hijo de cinco meses. Ahí estudié alemán, revalidé mis estudios de sociología y trabajé en varias instituciones. Me rodeé de mujeres activistas y teóricas, que por ese entonces teorizaban respecto al proceso de la renovación de la política y que hoy puedo decir que son las que cambiaron mi concepción de cómo hacer política; me había educado en una ortodoxia marxista – leninista que en Europa ya se estaba cuestionando. Así mismo ya estaban consolidados los movimientos por el medioambiente, los partidos verdes y el partido ecologista, que desde muy temprano fueron relevantes.

También existía una fuerte crítica hacia los partidos políticos tradicionales, que en Chile aun no se vislumbraba, y surgían movimientos en torno a temas puntuales. Había personas estudiando alternativas –desde la denuncia pero también la propuesta– para el tema ambiental. Se cuestionaban los antiguos paradigmas de izquierda. Era toda otra manera de concebir lo social y lo político.

Por primera vez, estando allá y siendo madre sola (sin las redes de apoyo que podría haber tenido en Chile), fui consiente de la condición propia de ser mujer. Siendo estudiante quizás me había sentido a la par, pero al ser madre me di cuenta que había una particularidad que me ataba y me limitaba en muchos intentos de desarrollo personal, por el solo hecho de estar criando o por estar anclada a la sustentación de la casa mientras mi ex marido trabajaba. Yo igual salía a la universidad, pero naturalmente había situaciones que me las vivía solo yo; pensar en qué cocinar, comprar las cosas. Todo eso lo fui problematizando allá.

“Siendo estudiante quizás me había sentido a la par (con los hombres), pero al ser madre me di cuenta que había una particularidad que me ataba y me limitaba en muchos intentos de desarrollo personal”.

Y me sirvió mucho rodearme de colegas que proponían otro marco teórico distinto al que regía hasta entonces en Chile. Mis compañeras austriacas estaban haciendo una crítica a la desigualdad de género, pero no como algo aislado, sino que la unían a una estructura patriarcal basada y sustentaba en el capitalismo. No se podía hablar de inequidad de género sin hablar de la matriz que la englobaba.

En el 82 decidí volver a Chile con todo este bagaje, sabiendo que estábamos en plena dictadura. Me uní a los movimientos de mujeres y empecé a profundizar en los derechos sexuales y reproductivos. Ya se hablaba de violencia, de divorcio, pero ahora tenía más herramientas para analizar otro tipo de situaciones. Y de a poco empezamos a levantar los reclamos por los derechos de autonomía. Algunas desde la reivindicación de derechos civiles y políticos, pero otras desde la teoría profunda.

Me acerqué a grupos como La Morada y el Centro de Estudios de la Mujer, y nos fuimos dando cuenta que había que armar una plataforma no solo por el derecho a la igualdad, sino que para dejar al descubierto el sufrimiento de miles de mujeres que no podían tomar la decisión libre de abortar en situaciones traumáticas como las que hoy constituyen la Ley de aborto en tres causales.

Estábamos en plena dictadura, entonces no había escenario propicio como para levantar banderas alternativas a la lucha por la recuperación de la democracia, pero incluso en ese contexto nos dimos cuenta que nuestra lucha no estaba disociada. En esa misma pelea en contra de la dictadura, nos fuimos superponiendo los grupos, salimos a la calle y definimos que así como se había perdido la democracia en el país, había un espacio en el que aun no existía; el hogar. Julieta Kirkwood levantó la consigna ‘Democracia en el país y en la casa’ y develamos que en ese espacio oculto y doméstico existían golpes, violencias, insultos, manipulaciones y faltas de respeto. Fueron las primeras conversaciones en torno a la idea de que lo privado e íntimo es en verdad público y político.

Armamos una plataforma entre todas y algunas del Movimiento Feminista nos fuimos a los partidos políticos a tratar de instalar nuestra propuesta dentro de la Comisión Política. Pero ponernos de acuerdo fue todo un desafío. Para las que somos de izquierda, el divorcio y el aborto eran temas sumamente relevantes, pero en la medida que fuimos avanzando tuvimos que ceder para ir generando acuerdos. Se dio paso a la Concertación de Partidos por la Democracia y a la Concertación de Mujeres por la Democracia, que agrupaba también a mujeres católicas y de la Democracia Cristiana que no querían por ningún motivo que dentro de las demandas estuviesen esas dos.

En el 90, cuando fui elegida diputada, presenté un proyecto de ley para reponer el aborto terapéutico que había regido en Chile durante 70 años. Y en el 93, cuando fui a la reelección por el distrito que representaba, se articuló una campaña en mi contra que buscó instaurar la idea que yo estaba en contra de la vida y en contra de la familia, solo por haber presentado proyectos ligados al divorcio y al aborto. En sectores religiosos y zonas rurales se predicaba que había personas que parecían buenas pero que en definitiva estaban en contra de la vida.

Pero para mí, aunque me haya costado la elección, se trataba de algo más grande; revocar el aborto terapéutico fue un retroceso para las mujeres chilenas, que durante años tuvieron la opción de salvar sus vidas cuando corría peligro por el que estaba por nacer. Me pareció una insolencia hacia con las mujeres y con la historia que se hubiera revocado. Desde donde pude, luché por eso.

Hoy vislumbro esa misma posibilidad de retroceso, específicamente con los derechos sexuales y reproductivos. El año 90 abrimos el debate del aborto terapéutico y recién el 2015 la presidenta Bachelet pudo sacar la Ley de aborto en tres causales. No hay que olvidar que estos derechos son frágiles y se tienen que revisar constantemente para no perderlos. El problema es que estamos con una arremetida conservadora en este momento, que se está intentando constitucionalizar, y eso es preocupante porque juegan a instalar un relato ambiguo que solo confunde y genera miedo.

Hay mucha desinformación, el tema de la delincuencia se ha tomado la agenda y ha pasado a ser un bastión de batalla de sectores de derecha. También hay una tendencia a nivel región, de correr el cerco hacia la extrema derecha, pero que en Chile no habíamos visto en estos últimos 30 años. El triunfo del Rechazo en el primer proceso constituyente y la derrota de una propuesta progresista, que era consistente con lo que se venía haciendo en el país, abrieron paso a que aparecieran fuerzas, no solo políticas, sino que con respaldo popular, que nos puedan hacer retroceder.

“Es clave que se generen cruces intergeneracionales y que no se piense este movimiento (feminista) en términos de olas o etapas disociadas”.

Los avances que tuvimos los logramos luchando con consistencia e integrando a la centro derecha, además. Los debates del aborto en tres causales se dieron con el apoyo de parlamentarios que se abrieron a esta opción. Fueron avances civilizatorios que involucraron a la sociedad en su conjunto. Pero hoy estamos frente a la posibilidad de que el péndulo se mueva hacia la ultra derecha.

A veces pienso que cuando se recuperó la democracia, hay ciertos activismos que se fueron debilitando, porque se dieron por sentadas ciertas cosas y sentimos que no era necesario seguir luchando. Pero también sé que con el tiempo, hay ciertas demandas que permearon y que hoy son transversales a todo sector y postura política. Es esa la fuerza que tenemos, porque si bien ya no existe ese movimiento totalmente orgánico, las mujeres que somos parte estamos siempre en movimiento. El feminismo se instaló y es la visión, la filosofía, la acción y la táctica de las mujeres en Chile hoy. Esa es mi esperanza.

Lo que nos falta es robustecer nuevamente los movimientos. Estamos un poco apagados y replegados, pero para seguir avanzando y frenar esta posible regresión de derechos, es importante que se refuercen las organizaciones y que lleguen más mujeres con agendas feministas al parlamento.

Así mismo, también es clave que se generen cruces intergeneracionales y que no se piense este movimiento en términos de olas o etapas disociadas. Las jóvenes tienen un inmenso conocimiento, pero las que iniciamos el movimiento, o las que dimos esta cruzada larga de ir pasando una propuesta a otra, de ir corriendo los límites, transgrediendo y llegando a acuerdos, tenemos mucha experiencia y nos pasamos la vida pensando y repensando alternativas. Aunque no se piense así, somos muy actuales”.