“El domingo por la mañana me dirigí a la universidad para una clase, cuando vi a un grupo de mujeres que salió corriendo de la residencia de mujeres de la universidad. Pregunté qué había pasado y una de ellas me dijo que la policía las estaba evacuando porque los talibanes habían llegado a Kabul y que golpearían a las mujeres que no llevaban burka. Todas queríamos llegar a casa, pero no podíamos usar el transporte público. Los conductores no nos dejaban entrar en sus coches porque no querían asumir la responsabilidad de transportar a una mujer. Fue incluso peor para las mujeres que no son de Kabul, que estaban asustadas y confundidas por no saber a dónde ir”. Con este relato parte un testimonio de una estudiante afgana en Kabul publicado ayer por el medio británico, The Guardian.
Mediante su experiencia, la estudiante busca transmitir el miedo que están viviendo las mujeres de ese país, luego de que en estos días los talibanes tomaran el poder en Kabul, después de haber sido desplazados hace 20 años atrás. Una situación que, más allá de los tintes políticos, ha encendido las alarmas de las organizaciones que defienden los derechos de las mujeres en el mundo. Así lo declaró, por ejemplo, la activista pakistaní y Premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai, a través de su cuenta de Twitter: “Observamos completamente conmocionados cómo los talibanes toman el control de Afganistán. Estoy profundamente preocupada por las mujeres, las minorías y los defensores de los derechos humanos. Los poderes globales, regionales y locales deben pedir un alto el fuego inmediato, proporcionar ayuda humanitaria urgente y proteger a los refugiados y civiles”, escribió.
Malala fue víctima en 2012, cuando tenía 15 años, de un atentado por parte del Movimiento de los Talibanes Pakistaníes, quienes le dispararon cuando subía a un autobús escolar provocando graves heridas en su rostro y cuello. Un temor que durante las últimas horas ha invadido la mente de las mujeres de ese país. De hecho, en la columna previamente mencionada, la estudiante cuenta que ayer, mientras trataban de escapar, se encontraron con hombres que se burlaban de las niñas y mujeres en las calles. “Se reían de nuestro terror. ‘Ve y ponte tu chadari [burka]’, gritó uno. ‘Son tus últimos días en la calle’, dijo otro. “Me casaré con cuatro de ustedes en un día’, dijo un tercero”, relata.
La joven ha completado dos títulos simultáneos en dos de las mejores universidades de Afganistán. Debería haberse graduado en noviembre de la Universidad Americana de Afganistán y la Universidad de Kabul, pero estos días sintió que todo esto se terminaba. “Trabajé tantos días y noches para convertirme en la persona que soy hoy, y esta mañana, cuando llegué a casa, lo primero que hicimos mis hermanas y yo fue ocultar nuestras identificaciones, diplomas y certificados. Fue devastador. ¿Por qué deberíamos ocultar las cosas de las que deberíamos estar orgullosos? En Afganistán ahora no se nos permite ser conocidas como las personas que somos. Como mujer, me siento víctima de esta guerra política que iniciaron los hombres. Sentí que ya no podía reírme a carcajadas, ya no podía escuchar mis canciones favoritas, ya no podía encontrarme con mis amigos en nuestro café favorito, ya no podía usar mi vestido amarillo favorito o lápiz labial rosa. Y ya no puedo ir a mi trabajo ni terminar la carrera universitaria por la que trabajé durante años”, escribe en el texto.
Durante estas dos décadas han habido avances significativos en los derechos de las mujeres en todo el mundo, pero para muchas mujeres afganas, miembros de la sociedad civil, políticas, periodistas y otras, lo que ocurra de aquí en adelante no es un buen augurio para ellas. En un artículo publicado en abril en The New York Times, Raihana Azad, miembro del Parlamento de Afganistán dijo que “las mujeres son víctimas de las guerras de los hombres (...) Pero ellos también serán víctimas de su paz”. Cuando los talibanes gobernaron Afganistán de 1996 a 2001, prohibieron a las mujeres y las niñas aceptar la mayoría de los trabajos o ir a la escuela, y prácticamente las convirtió en prisioneras en sus propios hogares; a veces ni siquiera se les permitía salir de sus hogares sin un tutor masculino que las acompañara.
Según el medio estadounidense, durante estos 20 años, Estados Unidos gastó más de $780 millones de dólares para promover los derechos de las mujeres en Afganistán. El resultado es una generación que alcanzó la mayoría de edad en un período de esperanza para la igualdad de las mujeres. Sin embargo, los logros para las mujeres en algunos lugares durante los últimos veinte años han sido fugaces y se han distribuido de manera desigual a pesar de los millones invertidos en programas de derechos de las mujeres. “Recuerdo cuando vinieron los estadounidenses y dijeron que no nos dejarían solas, que Afganistán estaría libre de opresión y de guerra y que se protegerían los derechos de las mujeres”, dijo Shahida Husain, activista en Kandahar, en el sur de Afganistán. Provincia donde los talibanes se levantaron por primera vez y ahora controlan grandes extensiones de territorio. “Ahora parece que solo eran eslóganes”, agregó.
“A pesar de las mejoras reales, Afganistán sigue siendo uno de los lugares más desafiantes del mundo para ser mujer”, dice un informe de vigilancia del gobierno de Estados Unidos publicado en febrero pasado. “Los esfuerzos para apoyar a las mujeres, las niñas y la igualdad de género en Afganistán arrojaron resultados mixtos”, concluye. “Como en todos los conflictos en la mayor parte de la historia, las mujeres y los niños han sido los principales objetivos en la guerra, y en particular en el conflicto de Afganistán. Han sido los objetivos más vulnerables de los grupos fundamentalistas, que han asolado nuestra nación durante casi tres décadas”, escribió también la integrante de la Asociación Revolucionaria de las Mujeres en Afganistán, Samia Walid.
Y aunque algunas mujeres como Fatima Gailani, negociadora del gobierno afgano que participa en las continuas conversaciones de paz con los talibanes, son un poco más positivas para ver el futuro –“Una cosa es cierta: ya es hora de que aprendamos a confiar en nosotras mismas. Las mujeres de Afganistán son ahora totalmente diferentes. Son una fuerza en nuestro país; nadie puede negarles sus derechos o su estatus”, dijo en abril de este año–, lo cierto es que en diversos relatos publicados por distintos medios internacionales por estos días, se revela que lo que la mayoría de las afganas siente, es terror frente a la incertidumbre. Así se ve en otro testimonio publicado en Eldiario.es, de España, por una mujer periodista, que ni siquiera se atreve a decir su nombre: “La mayoría de las mujeres y niñas que conozco también han huido de la ciudad y están tratando de encontrar un lugar seguro. No puedo dejar de pensar y de preocuparme por mis amigas, mis vecinas, mis compañeras de clase. Por todas las mujeres de Afganistán”.
“Me encantaba hacerme las uñas. Hoy, de camino a casa, eché un vistazo al salón de belleza al que solía ir a hacerme la manicura. La fachada de la tienda, que había sido decorada con hermosas imágenes de niñas, había sido pintada durante la noche. Todo lo que podía ver a mi alrededor eran los rostros atemorizados y asustados de las mujeres y los rostros feos de los hombres que odian a las mujeres, a quienes no les gusta que las mujeres se eduquen, trabajen y tengan libertad. Lo más devastador para mí fueron los que parecían felices y se burlaban de las mujeres. En lugar de estar a nuestro lado, apoyan a los talibanes y les dan aún más poder”, remata la estudiante afgana, en la columna de The Guardian.