Existe el cansancio físico que puede ser consecuencia de diversas actividades y que en ciertas ocasiones tiene efectos sobre nuestro cuerpo generándonos sueño, dolores de espalda, de cabeza o musculares. La buena noticia es que muchas veces somos capaces de detectar a qué se deben. Sin embargo, existe otro tipo de cansancio silencioso y que no solo tiene efectos psicológicos, sino que también puede llevar a síntomas físicos. Se trata del cansancio mental, ese que puede afectarnos a todos los seres humanos, sin discriminar edad y sexo; que puede aparecer por preocupaciones, pensamientos, tareas, pendientes y situaciones emocionales dolorosas. A diferencia del cansancio físico, muchas veces no nos damos cuenta de su acumulación y nos cuesta asociar esta sensación de agotamiento a un pesar mental.

Un concepto que se asocia a lo anteriormente descrito es el burnout, descrito por el psicólogo alemán Herbert Freudenberger, como un trastorno generado por un estrés laboral crónico y caracterizado por un agotamiento emocional extremo que produce malestar psicológico y físico. Y aunque muchas profesiones que requieren de un vínculo afectivo o de contacto humano se ven expuestas a padecerlo, en la actualidad se ha ampliado a otros contextos como el burnout parental, ese que apareció con mucha fuerza durante la pandemia. Pero, ¿por qué es importante tenerlo presente? Debido a que es la antesala a patologías psicológicas que pueden agravar el estado emocional de la persona.

En esta instancia me quiero detener en el agotamiento mental que pueden padecer las mujeres debido a las tareas de la maternidad, el trabajo doméstico y profesional. No quiero generalizar, ya que todas tenemos una aproximación distinta a las tareas que este rol nos demanda, sin embargo, es importante puntualizar que muchas de ellas caen exclusivamente -o en mayor medida sobre las mujeres-, como sí naciéramos con mayores habilidades para esto que los hombres. No es que quiera entrar en la diferencia o complementariedad entre ambos sexos, sino reconocer y validar la sensación de agotamiento que pueden vivenciar muchas mujeres en silencio, ya que el sentimiento de culpa y del “deber ser” les impide expresar estas emociones relacionadas con la maternidad.

Cuando una mujer asocia emociones desagradables a las tareas relacionadas con el cuidado de los hijos y de la casa, se interpela profundamente, ya que socialmente todavía nos cuesta acoger con empatía este sentir. En mi carrera he podido observar cómo para algunas mujeres es doloroso y vergonzoso aceptar sentimientos desagradables hacia la maternidad, no sentirse aptas para las tareas a las que se ve enfrentada. Esto sucede porque estas responsabilidades son invisibilizadas, pareciera que muchas de ellas se hacen de manera automáticamente e inconscientes, y el contexto por su parte no las considera ni nombra.

No es sorpresa para nadie que en la mayoría de las casas las tareas relacionadas al hogar y de los hijos/as recaen en nosotras. Y no es algo que yo lo diga, más bien así lo afirman los estudios que se han realizado respecto a este tema, sobre todo en pandemia. La UNESCO por ejemplo, ha mostrado en un estudio que 77% de las mujeres encuestadas dicen que son las que han ayudado a sus hijos/as siempre o casi siempre en las tareas escolares. Otro estudio expone que las mujeres dedicaron nueve horas semanales más que los hombres a las tareas domésticas. Dos claros ejemplos de lo expresado anteriormente.

¿Cuáles son las tareas que ocupan la mente de las mujeres y deben conciliar con otras responsabilidades? Gabriela Sánchez, matrona y docente universitaria, hace una adaptación a un listado entregado por el Centro de Psicología de Guadalajara, agregando que a las madres de niños con capacidades distintas se le suman un sin fin de tareas más. Solicitar hora al doctor para los niños, comprar colaciones y almuerzo para el colegio, pensar y realizar lista de compra de alimentos, organizar actividades de los niños (extraprogramático o sociales), coordinar traslados, recordar comprar regalos de cumpleaños de amigos, comprar y organizar la ropa, organizar ayuda en el hogar (si es posible), conseguir o comprar útiles escolares y durante el año enviar material solicitado, organizar días de cambio de sábanas y toallas, solicitar entrevista con la profesora jefa si es necesario, comprar regalos de los propios niños (cumpleaños, navidad), recordar los remedios; y a quien no le ha sucedido que durante las horas de trabajo estamos pendientes de la casa por alguna situación. Son esos solo algunos de los ejemplos de la cantidad de tareas que no solo debemos realizar sino también gestionar. No sólo “el hacer” cansa, sino el tener que pensar en coordinar todo lo que se debe realizar genera el invisible agotamiento mental, ese que cuesta tanto explicar.

¿De qué sirve enumerar las tareas si debemos de todas maneras hacernos cargo? No hay forma de cambiar la realidad si no hacemos que exista, tenemos que nombrarla y reflexionar sobre ella para poder generar cambios sobre eso que nos está generando malestar. Vuelvo a exponer que no a todas las mujeres el agotamiento por la maternidad y las tareas domésticas les generan los mismos sentimientos, sin embargo, debemos respetarlos y empatizar con ellos. ¿Qué podemos hacer?

-Reconozcamos qué aspectos de la maternidad y de las tareas domésticas no nos agradan y no nos sintamos culpables por ello. Al reconocerlos podremos tener una aproximación mucho más sana, con menos expectativas y autocrítica.

-No nos juzguemos entre nosotras. Seamos un espacio de confianza para quienes necesitan apoyo.

-Evolucionemos a la idea de que no nacemos con un chip especial que nos hace chef, doctora, profesora, uber o productora y que, por lo tanto, hay muchas de estas actividades que pueden ser desagradables. No vamos a ser mejores madres porque nos guste o no cocinar.

-Dividamos las tareas con el padre de nuestros/as hijo/as. Muchas veces terminamos haciendo las cosas nosotras porque no queremos discutir, pedir ayuda o creemos que no lo hará bien. La crianza debe ser compartida, es responsabilidad de los dos, no se trata de que nos deben ayudar.

-Validemos nuestras emociones y nuestro cansancio mental. Si bien estar 100% conectadas es parte de la maternidad y paternidad, no significa que no nos podamos quejar o expresar nuestro cansancio. No sintamos vergüenza de él, mostrémosle a nuestros hijos/as que no es necesario fingir que todo está bien, que las cosas pueden andar mal y que, cuando eso pasa, necesitamos más que nunca del apoyo y afecto de los otros, no la crítica.

-A veces cuesta mucho darse el tiempo para una misma y son tantas las razones para no hacerlo, que terminamos sumidas en lo cotidiano, perdiendo nuestra espontaneidad y desconociéndonos. Debemos buscar el espacio.¿Es fácil?, para nada. Pero depende de nosotras nuestro propio bienestar. Si estamos bien, nuestros hijos/as también lo estarán.

-El desempeño de nuestra maternidad no puede estar medido por nuestros logros en las tareas domésticas. El cómo nos comunicamos, la relación cercana que logremos, el poder escucharlos/as cuando nos necesiten, el mostrarle afecto y darles tiempo para equivocarse, son mucho más importante. Sin embargo, también debemos tener presente que nos equivocaremos, que a veces no podremos estar para ellos/as, que llegaremos irritables a nuestras casas, que seremos injustas. Siempre habrá días mejores que otros.