"La casa en que crecí queda en la calle Orella 1544 en un sector residencial de clase media en Iquique, del que ya queda muy poco. Era un barrio en el que vivían muchos inmigrantes italianos y empleados de la Empresa de Ferrocarriles del Estado en la que mi bisabuelo era maquinista y donde también trabajó mi abuelo años después. Nuestra casa es antigua, construída por mi bisabuelo en los años 50. En esa época estaba pintada de color amarillo, pero con los años ha pasado por un sin fin de colores, desde rosado hasta verde. Tiene una estructura sencilla muy parecida a la mayoría de las casas del sector, con dos pilares de madera en la entrada y un gran ventanal al lado de la puerta. Por ella han pasado prácticamente todos los integrantes de mi familia en algún momento de sus vidas.
Nuestra casa fue construida usando arena de mar y por eso en los cimientos se pueden ver las manchas de sal que se han formado con los años, casi como costras. Además tiene dos comedores y dos cocinas porque cuando se construyó mi bisabuela y mi abuela vivirían ahí y ambas serían dueñas de casa. Cada una quería tener su propio comedor y cocina. Funcionaron con espacios separados por muchos años y creo que eso permitió la convivencia entre ellas, pero ahora que mi bisabuela ya no está, una de las cocinas se usa como bodega y los comedores se unen para recibir a toda la familia.
Cuando era niña nos vinimos a vivir a Santiago, pero mi casa seguía estando allá. Todas las vacaciones y feriados los pasábamos sin falta en Orella con mis abuelos, mis tíos y todos mis primos. En el verano podíamos llegar a ser hasta 20 personas bajo un mismo techo y siempre había alguna forma de arreglarnos para dormir todos ahí. Como era una casa antigua las habitaciones eran muy grandes y cabían varias camas. Nadie tenía lugares determinados, así que cuando llegabas te asignaban una cama y compañeros de pieza.
La casa de Orella usualmente estaba llena de gente y ahí se hacían todas las reuniones familiares. Navidades, cumpleaños, matrimonios. Mi mamá y mi tía se casaron ahí. La fiesta fue de toque a toque. Las puertas estaban abiertas para todos. Los vecinos nos venían a ver en las tardes, los amigos entraban sin siquiera tocar. A los cumpleaños se invitaba a familia completa: los papás, los hijos y los nietos. Recuerdo que la costumbre era que los adultos celebraran en el patio sus aniversarios de matrimonio y bailábamos hasta que ya no nos daban más los pies. Uno a uno entrábamos a buscar una cama para descansar mientras los demás seguían celebrando. Años después, cuando mis primos y yo crecimos, nosotros organizábamos nuestras propias fiestas con los amigos. Teníamos una pequeña lavandería con dos bateas enormes que llenábamos de hielo para enfriar las bebidas.
Una de las cosas que más me gustaba de esa casa es la sensación de estar en familia. Si bien no es una casa lujosa, siempre hay alguien con quien conversar y compartir la mesa. Hoy es más difícil reunirnos ahí porque vivimos en ciudades diferentes, todos tenemos responsabilidades y hemos formado nuestras propias familias. A pesar de eso, cada año hacemos un esfuerzo por viajar a Iquique durante el verano al menos una semana para compartir juntos; primos, tíos, abuelos, sobrinos, todos con sus hijos y respectivas parejas. Si bien somos muchos, y mientras estamos allá tenemos que compartir todo, nunca hemos tenido problemas de convivencia. Todos sabemos que lo que pasa en esa casa es algo muy especial".
Loreto Hurtado (40) vive en Santiago y es la creadora de la Fundación Escuchando con los Ojos que ayuda a niños sordos.