Mi hija Isidora comenzó a tener problemas de salud cuando apenas tenía un año. Estuvimos casi tres meses sin un diagnóstico claro y en permanentes hospitalizaciones e idas al doctor. Incluso un especialista me llegó a decir que no le quedaba más de un mes de vida. Tiempo después, por fin tuvimos el diagnóstico: celiaquismo.

En ese tiempo, con mi marido teníamos una panadería y planes de venirnos a Cerrillos para comenzar con una amasandería. Que nuestra propia hija no pudiese comer pan era el colmo del panadero. Al principio asumir esta enfermedad nos costó. Esto fue hace quince años, y en esos tiempos había muy poca información al respecto. Recuerdo llamar angustiada a un call center de información al cliente para pedir ayuda, pero ni ellos tenían idea de qué se trataba el tema del gluten.

Cuidaba a mi hija al máximo. No la dejaba sola porque no me atrevía y eliminé de mi dieta todo lo que ella no podía consumir para evitar que me preguntara qué sabor tenía. Hasta que un día decidí intentar hacer cosas que ella pudiese comer. Comencé preparando harina tostada de almendras, luego la caramelicé y le puse café. Así partí; haciendo cosita tras cosita. Como en esos años todo en el mercado estaba contaminado con gluten, tenía que arreglármelas para poder alimentarla. Todavía vendo una granola que terminó siendo certificada por Granotec y por la fundación Convivir. Ahora estamos produciendo hamburguesas veggie sin gluten que repartimos por distintas comunas de Santiago. De a poco he ido aprendiendo. Mis equivocaciones han sido mi mejor escuela. He podido llegar a donde estoy por mi hija, porque fue ella quien me enseñó a volar. Muchas veces me preguntan si no me canso de cocinar y hacer despachos. Pero siempre respondo que no, porque si yo me canso mis sueños se duermen. Y que mis sueños se duerman, no lo permitiré jamás.

Nunca imaginé que iba a lograr lo que he conseguido hasta ahora. Cuando pensaba en el futuro me veía en mi casa, siempre en un espacio muy cerrado. Me costaba mucho proyectar mi vida fuera de ahí, haciendo e inventando cosas para el resto. Un día fui invitada a una exposición de productos sin gluten en Las Condes. Llegué con 300 donas sin gluten que se vendieron en una hora y media. Conocí un mundo totalmente nuevo y me di cuenta de que no estaba sola. Fue muy bonito ver cómo las mujeres crecemos y salimos adelante. Ahora, que tengo mi propio negocio, no quiero competir con otras, quiero competir conmigo misma. Han pasado muchos años y estoy convencida de que para lograr lo que quiero no tengo que dañar o perjudicar a otros que estén buscando su espacio en esta área.

Con todo esto aprendí a quererme más. A mirarme en el espejo y decirme a mí misma: "te amo, me siento orgullosa de ti". Antes no lo hacía. Ni siquiera era capaz de mirarme de frente. Cuando empiezas a creerte el cuento y a quererte, despiertas día a día de una manera diferente. Y cambia todo. Las ideas se empiezan a desarrollar, te sientes más feliz y miras alrededor sintiendo que la gente sonríe. Las críticas que escuchas del resto te afectan de una manera constructiva. Aprendí a dejar que la gente hable y que sus comentarios me empujen a seguir trabajando.

Quererme más me ha llevado a decirme "se puede", aunque el resto me diga que no. Y sobre todo, me ha ayudado a entender que no hay edad para intentarlo. Niñas de quince y señoras de la tercera edad, hombres y mujeres, podemos si nos atrevemos".

Claudia tiene 43 años y es creadora de la marca de productos sin gluten Alun GF, emprendimiento que creó gracias al Programa Mujeres con Propósito de Fundación PepsiCo que busca empoderar a las Almaceneras de Chile.