Alberto Gamboa, un gato de pelea
Héroe mítico del periodismo de trinchera, como reportero dejó las patas en la calle, como titulador de portadas hizo reír a sus lectores y sacó ronchas a sus enemigos políticos, como director de El Clarín y fundador de La Cuarta apostó a la jerga y el humor del pueblo. Hoy, de nuevo su figura salta a la palestra en el recién publicado libro Las siete vidas del Gato Gamboa, donde queda claro que a los 88 años su energía y su chispa aún no se apagan.
Paula 1099. Sábado 7 de julio de 2012.
Si hubiese que escribir la historia del periodismo criollo, el nombre de Alberto 'Gato' Gamboa sería ineludible: es un testigo excepcional de las últimas décadas en Chile y convirtió su oficio en un apostolado, sin medir consecuencias. Hijo de un diseñador de zapatos, Gamboa egresó de Historia y Geografía en la Universidad de Chile, carrera que estudió mientras ejercía en paralelo el periodismo deportivo. Formado como periodista autodidacta en el diario mural del liceo José Victorino Lastarria y en el vespertino Última Hora, cubriendo policiales, supo interpretar el "lenguaje del populacho" y llamar la atención de la gente en los kioscos. Durante la Unidad Popular se convirtió en una suerte de rockstar a la cabeza del diario El Clarín, donde inventaba titulares que mezclaban la provocación y el humor. Un ejemplo es el que publicó a propósito de la visita de la reina Isabel a finales de los sesenta: "La Chabelita es liviana de sangre: tiene buenos choclos".
Las siete vidas del Gato Gamboa, título de un libro recién publicado por Francisco Mouat, resume bien el periplo de este sobreviviente que ha experimentado, desde el periodismo, los vaivenes de su tiempo. Su apoyo al gobierno de Allende desde El Clarín, como director de ese medio, le costó numerosas demandas y encarcelamientos en Capuchinos. Pero eso no fue nada comparado con lo que le pasaría después del Golpe de Estado: fue detenido en el Estadio Nacional, torturado y trasladado al campo de prisioneros de Chacabuco, donde permaneció hasta fines de 1974. Sin embargo, todavía le quedaban vidas al Gato Gamboa y, luego de una tregua en que le tocó trabajar hasta de obrero en la construcción del Metro, a mediados de los 80, volvió con nuevos bríos a ejercer la pasión de su vida: le tocó dirigir el primer diario de oposición al régimen militar, el Fortín Mapocho, ser uno de los fundadores del diario La Cuarta y, más tarde, editor de La Nación, hasta el año 2009.
El Gato Gamboa conoció de cerca la dimensión cotidiana del poder. Con sus ojos verdosos y sus característicos mostachos, fue un observador de la faceta más doméstica de la política y cultivó amistades que incluyen a Presidentes –como Salvador Allende, Eduardo Frei Montalva y su hijo Eduardo Frei Ruiz- Tagle– dirigentes sindicales, empresarios, artistas, parlamentarios y periodistas de las más diversas tendencias y calañas.
Reportero Star
¿Cómo ve el periodismo de hoy comparado con el que se hacía en los 60 y 70?
El periodismo se ha alejado de los movimientos sociales. En los años 60 y 70, la clase media y la clase obrera eran protagonistas de los acontecimientos que estaban ocurriendo en Chile. Otra diferencia es que ahora casi toda la prensa está manejada por dos grandes empresas. Antes había más medios y empresarios audaces como Darío Sainte-Marie, dueño de El Clarín, el diario más vendido de la historia nacional, que llegó a sacar 240 mil ejemplares por día. Para los periodistas era muy bonito participar de esa diversidad.
¿Qué le parece The Clinic? Ellos reivindicaron el lema de El Clarín "Firme junto al pueblo".
Me gusta el estilo y me recuerda mucho a El Clarín. Es el gran fenómeno de los últimos años. Cuando irrumpió me gustaba mucho, pero creo que se estancó un poco. Eso se recupera si se empieza a reportear y se tiene un mayor contacto con la gente. Hay que sacarle un poco de opinión al pasquín, como lo llaman ellos mismos con humor, y meterle calle: que opine el suplementero y la vieja que se cayó de poto.
¿Qué tenían los viejos periodistas autodidactas como Luis Hernández Parker y Gómez López, que no tengan los de hoy?
Que se metían al periodismo porque realmente lo llevaban en el corazón. Lo hacían con todo el amor y profesionalismo y buscaban el contacto directo con la gente. Ahora se usa mucho el teléfono, mucho internet. En la época en que empecé a reportear yo estaba hasta las dos o tres de la mañana en la calle, porque se le daba mucha importancia a la presencia en terreno. Por ejemplo, cuando trabajaba en El Clarín un detective nos dateó de que iba a salir por una tapa de alcantarilla un preso fugado de la cárcel. Fuimos con el fotógrafo al lugar y me tocó ayudar a levantar la tapa al preso, que era un delincuente famoso, y después nos fuimos con él cerca de la población Dávila, donde nos contó detalles de la fuga. Por supuesto que golpeamos con la noticia, pero al costo de que nos llevaron presos a mí y al fotógrafo por complicidad con el delito y al detective que nos dio el dato le pegaron una sola patada en Investigaciones.
Me contaron que usted en esa época era todo un rockstar, muy conocido por la gente…
Claro, modestamente, adonde llegaba se cerraba el negocio. Si iba al estadio la gente se paraba para aplaudirme y me ligaban las minas, porque con la popularidad se hace más fácil la conquista. Los encarcelamientos en Capuchinos también me hicieron famoso, ya que al aparecer en la primera plana de El Clarín los otros medios estaban obligados a cubrir la noticia. Además, tenía una columna diaria que se llamaba Manito de gato, donde opinaba de política como loco. Claro que al final uno se da cuenta que ya pasada la fama pasajera, solo quedan los amigos fieles.
¿Algún mea culpa respecto al rol que le cupo al periodismo de trinchera en el derrumbe del gobierno de Allende?
En esa época no había tiempo para mea culpas, porque no habríamos hecho nada. Hay que entender que el populacho durante décadas no tenía medios que hablaran su idioma, que sintieran sus necesidades, sus descontentos y ambiciones y rescataran su humor y su manera de expresarse. Eso lo interpretaron bien los diarios populares y le hicieron muy bien al periodismo chileno. La gente se reía, leyendo El Clarín, de los opositores a Allende, pero la derecha hacía lo mismo desde sus medios. Uno pensaba que podía contribuir al proceso revolucionario desde el periodismo.
Si tuviera que fundar un diario ahora, ¿qué línea le daría?
Lo haría absolutamente copuchento, pero reporteado en la calle, porque nadie sabe en realidad lo que opina la gente. A la gallada le gusta ser escuchada, aunque hable puras leseras, porque todos hablamos huevadas a cada rato.
Su amistad con Allende
¿Usted militaba durante su época como director de El Clarín?
Siempre he sido socialista, pero más que socialista soy periodista.
¿Qué tal sus relaciones con el Presidente Allende?
Muy buenas. A veces aparecía después de almuerzo en El Clarín a copuchar un poco y pedir cosas. El viejo Darío Sainte-Marie, más conocido como Volpone, era amigo íntimo de él, pero estaba en Europa. Volpone me decía cuando hablábamos por teléfono: "No lo dejes entrar, porque se te va a meter en el diario". Y Allende le hizo empeño a meterse, pero no lo dejé, porque habría dejado la embarrada. No nos convenía a nosotros, porque nos convertíamos en un panfleto del gobierno.
Tengo entendido que también fueron vecinos en El Arrayán…
Allende tenía una parcela en El Arrayán cerca de mi casa. Iba a pasar los fines de semana a ese lugar sin su mujer. Ahí se aislaba, se juntaba con los amigos más íntimos, conversaban y disparaban al blanco. Hay fotos de eso, que después la dictadura usó mucho para desacreditarlo. Y, por supuesto, no faltaba alguna minoca, porque era muy lacho, era cosa seria en esa materia.
Hay un libro que se llama Allende: biografía sentimental, escrito por su colega Eduardo Labarca.
Claro. Yo estoy escribiendo otro sobre la vida más privada de Allende. Mira, una anécdota que ya se puede contar. Una vez me citó a las cuatro de la tarde a La Moneda porque quería darme ideas para el diario. Llegué un poco antes y la secretaria me dice que está durmiendo la siesta en una habitación con cama y baño, que le habían habilitado para que descansara cuando asumió la presidencia. Me quedé esperándolo en su despacho. Y, cuando apareció, venía con una mina, los dos recién bañados. Después en privado le dije: "Presidente, siempre he pensado que usted no es leso, pero aquí está haciendo leseras. No puede estar durmiendo con una mina aquí y más encima bañándose. La siesta suya es la del estadista, no puede andar a poto pelado en La Moneda". Si la derecha lo hubiese cachado en esas andanzas, le sacan una foto a la mala y le hacen un tremendo daño.
Pero a lo mejor esa anécdota no permite generalizar…
Te cuento otra. Una vez estando yo con una amiga, una dirigente política, en un departamento del centro, me asomo a la ventana a tomar aire de noche, cuando veo a Allende con una mina amiga que tenía. Le hice un comentario al día siguiente. "Me viste", me dijo, medio sonrojado. "Claro que lo vi, yo tengo una minoca frente a la suya", le respondí, y nos reímos juntos.
Ahora, por las recientes declaraciones de Patricio Aylwin al diario El País hay todo un debate respecto a si fue buen o mal Presidente… ¿Qué piensa usted que lo conoció tan de cerca?
Pudo haber sido un brillante estadista, pero era demasiado vital y le trastornaban los calzones. Hay gente que quiere convertir a Allende en una estatua y que aun estando vivo lo querían ver sin debilidades. Eso revela que nunca lo conocieron de verdad. Búscate a alguien que lo haya conocido íntimamente, que te diga que no le gustaba el leseo. Claro que en lo demás era muy ordenado, muy disciplinado, muy inteligente y hay que reconocerle que luchó toda una vida por cambiar el destino de los más pobres de este país y que murió como un hombre, como un valiente. Eso es lo que ha quedado en la memoria de la gente y no sus pequeñas debilidades humanas, que todos las tenemos, por lo demás.
¿Usted presintió lo que se venía en Chile en el año 73?
Siempre creí que el Presidente iba a ordenar su manera de gobernar. Hubo divergencias de los dirigentes políticos de la izquierda. Había gente muy valiosa, pero faltó orden y disciplina en los partidos políticos que apoyaban a la Unidad Popular. Eso fue socavando y debilitando el proceso.
¿Después de sus encarcelamientos no pensó en irse del país?
No. Fue mejor quedarse acá. Después de ser liberado sentí la hermandad, el cariño y el respeto entre los que nos quedamos. Lo habíamos pasado mal, pero mantuvimos nuestros principios. Trabajé hasta de obrero de la construcción en el Metro para ganarme la vida y me dediqué a mis hijos y a mi mujer, que se portó muy bien y fue una gran compañera, sobre todo cuando estuve preso. Yo tenía como cien amigos antes de caer detenido y, al volver, con suerte me quedaban once. Me puse precavido, pero con los años, como era lógico, volví al periodismo con la misma pasión de siempre y colgué los botines recién en el año 2009.
¿Qué lección humana sacó de su experiencia como prisionero político?
Aprendí a controlar el miedo, se me robusteció la personalidad y pude seleccionar a los amigos de verdad, los que tenían ternura y respeto por uno. Además, fue una buena experiencia encontrar algo de nobleza donde uno menos lo esperaba, como, por ejemplo, en algunos militares que, dentro del abuso generalizado, se portaron decentemente.
Después de tantas peripecias, ¿no se arrepiente de haber sido periodista?
No, en absoluto. Con sus cosas buenas y malas, es una profesión con la que me he identificado toda mi vida, que me permitió encontrar muy buenos amigos y vivir muy de cerca hitos excepcionales de la historia del país. Plata no gané mucha, pero no me quejo, porque tuve la suerte de resultar entretenido a muchos huevones.
Conversando con el gato
En Las siete vidas del Gato Gamboa (Lolita Editores) el escritor y periodista Francisco Mouat incursiona, una vez más, en el rescate de personajes de retaguardia. A lo largo de 99 páginas y fruto de una docena de conversaciones con el Gato Gamboa, Mouat consigue armar un mosaico de impresiones, semblanzas y anécdotas del periodismo chileno de las últimas décadas y de los cambios sociales producidos en el país, en especial en el periodo que va desde inicios de los sesenta hasta el Golpe de Estado del 73. El periodismo de trinchera y su relación con la bohemia santiaguina, las características de los reporteros autodidactas de antaño, los controvertidos años de la Unidad Popular, son temas que atraviesan esta apasionante conversación entre dos periodistas de distintas generaciones. Mouat advierte en el prólogo del libro que aquel periodista indómito e irreverente está convertido, a sus 88 años, en "un caballero cariñoso y paternal" con "una mirada irónica y descreída" y alejado definitivamente de las pistas de la prensa diaria.
Palabras de Francisco Mouat al Gato Gamboa
Pudiera ocurrir que la primera vez que le preguntas cuántos años tiene se quite la edad. No es que quiera engañarte. Más bien quiere convencerse de que no son tantos como los que refleja su carnet de identidad, aunque quizá solo se trate de un juego. En el último mes de febrero cumplió 91. Para los años que tiene, está extraordinariamente bien parado. Si se piensa además que como buen gato ha vivido siete vidas y todavía se guarda ases bajo la manga, el libro de conversaciones con él que acabo de publicar es apenas una ráfaga de aquellos asuntos sobre los que estuvimos hablando en el último tiempo. La suya es una existencia estrujada, vital, por momentos terrible y la mayor parte del tiempo festiva, a pesar de los dolores infligidos.
Alberto Gamboa Soto, el Gato Gamboa, estuvo el otro día presidiendo la mesa en donde nos sentamos a charlar con los presentes sobre su vida y su obra. Genio y figura. Se robó la atención del público que llenó el teatro hasta la platea alta. En un momento se paró y saludó como hacían los políticos de otros tiempos, y el teatro lo aplaudió larga y sentidamente, y en ese momento experimenté un destello de felicidad por lo reparador que era para él, para el Gato Gamboa, que un grupo de ciudadanos de todas las edades le entregara cariño y reconocimiento a quien fuera por más de diez años director de Clarín, y que, entre otros oficios, fue consejero sentimental, obrero de la construcción en el primer hoyo del Metro y vendedor fracasado de libros puerta a puerta.
Marcelo Lillo me regaló el título Las siete vidas del Gato Gamboa y Patricio Hidalgo la frase de Mastroianni que abre las páginas del libro: "Al menos en mi caso, la extraña sensatez de la vejez está en decir siempre que sí a la vida". Los libros suelen tener varios autores. En el caso de un volumen de conversaciones, con mayor razón. Pocas horas después de la presentación, recibí correos de asistentes que celebraban la lucidez del Gato para hablar de la ternura y no quedarse detenido en aquellos otros asuntos que no deben olvidarse, como la prisión en Chacabuco o las sesiones de tortura sufridas en el estadio Nacional después del Golpe, pero a los cuales debes aislar en tu equipaje de mano para seguir viviendo y que no te pese la mochila. En eso el tiempo es eficaz. El tiempo y la rueda de la vida. Gamboa se encontró no demasiados años después de haber sido liberado con una mujer que le alegró el alma. Se emparejaron, tuvieron un hijo y viven juntos hasta hoy, encantados.
-Gato, ¿qué es lo que te produce más felicidad en este momento de tu vida?
-Mi mujer, mi compañera, la María Estela. Ella es muy ocurrente y entretenida, así que soy un dócil acompañante que disfruta mucho su presencia. Ella está al día de todo lo que pasa en este mundo. Leemos libros, vemos películas, salimos a comer, conversamos, le sigo la corriente. El otro día le decía: si yo fuera un viejo que le gustara jugar a la rayuela y me pasara todo el día pensando en con quién voy a jugar, hace rato que me habrías pegado una patada en la raja.
El Gato Gamboa, fabuloso titulador de diarios populares, figura del periodismo chileno, golpeado por la dictadura pero no destruido, tuvo que reinventarse desde la nada como ciudadano de a pie. No es completamente casual que casi todos los que me escriben para comentar su presencia el otro día se detengan en lo mucho que el Gato mencionó la palabra ternura. Estamos poco acostumbrados. El rigor de la sobrevivencia. Los viejos, como dijo Mastroianni, cuando son afortunados como el Gato y están lúcidos, le dicen que sí a la vida. Escuchar a los viejos es una necesidad vital.
-Cuando revisas lo hecho en tu vida, ¿hay algo que quisieras cambiar radicalmente?
-Meterme al periodismo fue una buena elección. No hice plata, pero gané una experiencia que difícilmente hubiera tenido en otra actividad. Tampoco he sido mala gente. No creo que haya más de dos o tres personas en este mundo que se refieran a mí como un Gato conchesumadre. No todos pueden decir lo mismo, ¿verdad?
FRANCISCO MOUAT
30 de junio de 2012
Fotografía: CDI - Copesa
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