“Dijo que me había preguntado si quería bailar. Aparentemente dije que sí. Había preguntado si quería ir a su dormitorio, le dije que sí. Luego me preguntó si podía tocarme y dije que sí. La mayoría de los chicos no preguntan “¿puedo?”. Normalmente hay una progresión natural de las cosas, desplegada consensualmente. Pero aparentemente concedí permiso completo. Sólo dije un total de tres palabras, sí, sí, sí, antes de que él me tuviera medio desnuda en el suelo”.
Este es un fragmento de la carta que escribió una víctima de abuso sexual. Ella estaba alcoholizada en una fiesta y un joven de su misma universidad decidió que era un buen momento para sacarla al patio, tirarla detrás de unos botes de basura, desgarrar su ropa y penetrarla sin ninguna protección. “Estaba borracha y no se opuso”, dijo él para defenderse.
Este es un ejemplo que la ginecóloga infanto juvenil del Centro de Adolescencia de Clínica Alemana, Pamela Oyarzún, entrega para hablar de un tema que ha estado estudiando a lo largo de su carrera que es adolescencia, alcohol y sexualidad. Para entender esto –explica– lo primero que es necesario revisar es el consumo de alcohol en adolescentes en nuestro país. “El 2018 vino a Chile un grupo de profesionales islandeses que habían participado de un programa muy interesante en ese país, con el cual lograron reducir tremendamente el consumo de alcohol en sus adolescentes de un 42% a un 5%. La idea era que hicieran una evaluación de lo que estaba ocurriendo para adaptar dicho plan a la realidad chilena”, cuenta. Una de las conclusiones que sacaron fue que acá existe cierta tolerancia a que los adolescentes tomen alcohol y que lo hagan desde una edad muy temprana.
Y así lo confirman las cifras. Según una encuesta del Instituto Nacional de la Juventud (Injuv) de 2018, un 40,4% de adolescentes de entre 15 y 19 años declara haber consumido alcohol en el último año. Y en el Estudio Nacional de Drogas del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda), se determinó que el consumo de alcohol en nuestros adolescentes parte a los 13 años. “Estas son cifras muy graves si consideramos que el consumo de alcohol en menores de edad es ilegal, lo que habla de una normalización.
Es más, al ser consultados directamente por la forma en que lo consiguen, dicen que en botillerías (19%), almacenes (9,4%) y supermercados (7,9%). Pero un 17% reconoce que lo hace a través de familiares mayores de 18 años y el 20,7% a través de otra persona mayor de edad. Es decir, casi un 30% de ellos lo hizo con la ayuda de adultos cercanos a ellos que les brindan el acceso”, explica Oyarzún.
Pero no solo eso. El 61,7% de los que reconocen haber tomado, dicen también que se han embriagado. “Existe un concepto que se llama ‘borrachera express’, que se refiere al consumo de una gran cantidad de alcohol en un lapso de dos horas en las que se concentran 0,08 gr/dl, lo que en general ocurre con el consumo de 5 o más tragos en una noche en el caso de los hombres y 4 en mujeres”, dice Pamela y agrega que este patrón de consumo de alcohol está relacionado con conductas sexuales de riesgo: hay más violencia sexual, hay mas relaciones sexuales con desconocidos y hay mas actividad sexual sin consentimiento”.
¿Para qué usan el alcohol?
Pamela Oyarzún cuenta otro estudio que analizaron arrojó cifras que unen el alcohol con la sexualidad de los adolescentes. “Muchos de ellos dicen que utilizan el alcohol por gusto, pero un 48% dice que lo hace para facilitar el inicio de la práctica sexual y un 26% para aumentar la excitación”, dice. El problema –agrega– es que “el alcohol, explicado de una manera sencilla, anestesia el cerebro. Actúa por etapas, entonces muchas veces cuando lo consumimos, después del primer o segundo trago, sentimos que estamos un poco mareados y paramos. Pero cuando se consume de manera rápida –que es lo que ocurre con estas borracheras express– uno no alcanza a darse cuenta”.
En cuanto a las consecuencias, lo primero que ocurre es que se asocia a violencia. “El alterar el juicio de realidad altera también la percepción de patrones de interacción y comunicación de pareja; dificulta el reconocer situaciones de peligro por lo que disminuyen las conductas de autoprotección. Hay una mayor posibilidad de ser víctima de violencia, especialmente física y sexual. Y por otro lado, como disminuye la inhibición de impulsos, hay mayor impulsividad y violencia mayor riesgo de cometer agresiones físicas y sexuales, como exposición a conductas y situaciones de riesgo”, explica la experta. Al mismo tiempo en que deja claro que esto no quiere decir que un acto de violencia sexual se justifique en un contexto de consumo de alcohol.
La importancia del consentimiento
Oyarzún plantea la siguiente pregunta: ¿Podemos hablar de consentimiento cuando hay alcohol de por medio? “Es el típico juicio que se hace, cuando dicen ‘es que ella había tomado’ o ‘es que él también había tomado’. Cada persona tiene el deber del autocuidado, pero eso no le quita responsabilidad al otro. Y es tan así que el código civil, en el artículo 2318 dice que: ‘El ebrio es responsable del daño causado por su delito o cuasidelito’. El hecho de que la víctima haya estado bajo efectos del alcohol y que el victimario también, no le quita de ninguna manera la responsabilidad al agresor”, aclara.
En esto el consentimiento es trascendental. En el ámbito jurídico se entiende como la exteriorización de la voluntad entre dos o varias personas para aceptar derechos y obligaciones. Representa la expresión de la la autonomía de la voluntad y dice que para poder prestar un consentimiento es necesario tener suficiente capacidad de obrar. “Hasta el 2010 la ley decía que la violación se daba cuando la persona oponía resistencia, pero ese año hubo un cambio en la ley en el concepto de incapacidad para resistirse a incapacidad para oponerse. Con eso se pretende incorporar el sentido del consentimiento”, declara Pamela.
La ley también dice que hay violación cuando se usa fuerza o intimidación y cuando la víctima se halla privada de sentido o cuando se aprovecha su incapacidad para oponerse. Y aquí el alcohol es clave.
“Cómo olvidar una frase del entonces diputado Lorenzini quien, en medio de la discusión sobre el proyecto de despenalización de la interrupción del embarazo por tres causales, dijo: ’Hay mujeres que tienen relaciones sexuales porque, a lo mejor, tomaron un tragüito de más. ¿Es violación también? Bueno, la respuesta es sí, es violación”, dice Oyarzún. Y agrega que lo que ocurre es que cuando hay alcohol de por medio se suele relativizar el consentimiento, pero hay que ser enfáticos en explicar que el consentimiento sexual se da libremente, sin presión, sin manipulación o sin la influencia de las drogas o el alcohol. Y eso es importante que lo entiendan los adolescentes desde que son niñas o niños.
“Aquí hay un tema cultural de cómo se han construido las masculinidades. A diferencia de la violencia, que es reconocida como un problema por los jóvenes, la violencia sexual hacia las mujeres es una experiencia totalmente invisible para ellos. Existen muchos mitos en torno a que los hombres tienen un instinto animal que tienen que saciar, que no son responsables de lo que hacen, y eso se aprende en la adolescencia. Interpretan como relación consentida, si no hay una negación absoluta”, declara la experta y dice que en caso de las mujeres, muchas de ellas no se atreven a contarlo porque les da vergüenza, sienten que, por haber consumido alcohol, tienen algo de culpa.
Con todo lo anterior, es evidente que existe una correlación entre adolescencia, alcohol y sexualidad. “Creo que esta combinación es muy dañina y para combatirla los focos deberían estar puestos en la disminución del consumo de alcohol y en la instalación de la cultura del consentimiento. Lo primero es porque debemos ser conscientes de que el alcohol es dañino en menores de 18 años. Volviendo al plan de Islandia, la estrategia estuvo basada en un integración social que involucra activamente a la comunidad y a la familia. Somos responsables como adultos del alto consumo en los adolescentes por nuestro doble estándar, nuestra permisividad y también por el hecho de que pasemos pocas horas con ellos. Lo que ellos proponen es pasar al menos una hora del día con la familia, participar en alguna actividad organizada –idealmente deportiva– y alinearnos en un discurso sin ambivalencia y relativismos: no al tabaco, no al alcohol y no a las drogas antes de los 18 años”, enfatiza Oyarzún.
Y en segundo lugar, apelar a la educación sexual. “Es importante el autocuidado. Pero también es necesaria una educación sexual que involucre temas de género, masculinidades –no podemos seguir repitiendo que el hombre es el que conquista y la mujer acepta–, respeto, violencia desde la edad preescolar, adecuada a cada etapa de desarrollo. También es relevante tener un cambio de la legislación clara en relación a consentimiento –actualmente hay un proyecto de ley en el Senado que habla explícitamente de consentimiento–, campañas que involucren los medios de comunicación y reglamentos y sanciones claras, por ejemplo, en establecimientos educacionales”, dice Pamela.
Finalmente –concluye– se trata de unir todo. “El alcohol y drogas están presentes en mas del 50% de los actos de violencia sexual que involucran a nuestros jóvenes y adolescentes. Esto es porque el alcohol, a nivel cerebral, inhibe la capacidad de reaccionar y la percepción de la realidad, por tanto, no es posible hablar de consentimiento si se está bajo efectos del alcohol”.