Paula 1119. Sábado 31 de agosto 2013.
Una gigantesca escultura tubular está instalada frente al Museo Nacional de Bellas Artes desde hace poco más de un mes. La obra –que pertenece al artista Ariel Bustamante (33) y al arquitecto Alfredo Thiermann (26)–, es un espacio completamente hermético, donde las personas, al ingresar, se enfrentan a una inédita experiencia auditiva y visual. Más de 25 mil personas ya lo han vivido.
Atrás quedó el genio encerrado en su taller. Hoy los artistas más potentes buscan que su obra se inserte en el imaginario colectivo y en el espacio social. Este interés es fomentado por prácticas multidisciplinarias, en las cuales los artistas intercambian recursos con personas de otros ámbitos y, de este modo, integran al proceso de su obra tecnologías y saberes que van más allá del sistema tradicional del arte. Lo que interesa, más que sea o no sea "arte", es producir una experiencia estética que interpele al ciudadano.
Es lo que sucede con la obra Dinámicas del vacío, realizada por el artista sonoro Ariel Bustamente y por el arquitecto Alfredo Thiermann. El trabajo surge del viaje que Bustamante realizó a la Antártica, donde vivió 33 días, en los cuales se sometió a la adversidad de un paisaje totalmente desconocido, realizando una serie de registros de video y sonido. La idea de la obra realizada con Thiermann fue cuestionar el espacio de la Antártica como un lugar que los chilenos reivindican como propio y mostrar que ese territorio se inserta en nuestra cultura como un sitio exótico, mítico y ajeno. "Me interesa generar la ilusión de pertenecer a un lugar imaginario y que no existe, entendiendo que el único territorio que existe es el que uno habita", explica Bustamante.
Los autores tradujeron a una obra visual esa sensación de no pertenencia. Para ello, Thiermann diseñó un habitáculo de formato tubular, dentro del cual uno puede aislarse del entorno y, de algún modo, conectarse con un imaginario desconocido. "Realizarla fue un trabajo arduo de gran precisión y también de experimentación. Implicó desafíos técnicos, de construcción y también artísticos y estéticos de gran envergadura", relata el arquitecto. La estructura, que se instaló en el corazón de la ciudad, está suspendida sobre el nivel del suelo, frente al Museo de Bellas Artes; tiene 18 metros de largo, 3 metros de diámetro y pesa 12 toneladas, lo que implicó una verdadera hazaña logística para su traslado y montaje.
Para fabricar esta obra los artistas consiguieron el apoyo de KRAH, una empresa recién instalada en Chile que importa y fabrica tuberías industriales. Lo inédito es que esta empresa, muy interesada en posicionarse en el medio social como agente de innovación, se entusiasmó tanto con el proyecto que no solo fue auspiciadora y entregó los tubos para fabricar la obra, sino que, además, dispuso a un grupo de sus operarios, quienes trabajaron junto con los artistas 10 horas por día, durante 5 meses, en la construcción de esta insólita escultura, aportando también ideas ingeniosas para resolver detalles técnicos.
Lo más desafiante fue encontrar la tecnología que permitiera aislar acústicamente el interior de la estructura, ya que los tubos no están diseñados para bloquear audio, sino para transportar fluidos y desechos industriales, especialmente, en faenas mineras. Una de las cosas que resultó más sorprendente para la empresa fue ver que sus tubos (que siempre se instalan ocultos bajo tierra), ahora se elevaban sobre el aire, expandiéndose más allá de su función original para entregar una vivencia nueva a las personas.
25 mil personas han ingresado al interior de la escultura sonora creada por Bustamante y Thiermann, para someterse a una experiencia multisensorial, que los sustrae completamente del entorno.
En su extremo la escultura tiene una puerta que permite ingresar como máximo 20 personas a la vez. Una vez dentro, el espectador queda totalmente inmerso en la atmósfera creada por Bustamante, quien despliega una pieza auditiva y visual, instalando un complejo sistema de sonido con micrófonos ocultos distribuidos en todos los puntos de la superficie interna. Al fondo, una pantalla cubre el muro redondo, emitiendo señales de luz y elementos visuales muy simples: solo una imagen se deja reconocer como el espacio de la Antártica, mientras que el resto de las imágenes y sonidos resultan abstractos e irreconocibles. La experiencia tiene una duración de 10 minutos, al cabo de los cuales la puerta se abre otra vez para que ingrese un nuevo grupo.
Sin ser anecdótica, y apartándose de un relato lineal, la obra logra reinterpretar desde el lenguaje abstracto y sensorial la extrañeza del paisaje antártico: al igual que un explorador lanzado a un continente remoto, quien visite esta escultura será arrancado de su cotidianidad y trasladado en un mundo desconocido. La obra puede visitarse de martes a domingo entre las 10:00 y las 18:50 horas en el frontis de Museo Nacional de Bellas Artes.
Alfredo Thiermann y Ariel Bustamante. Los autores de la obra.