Paula 1134. Sábado 9 de noviembre 2013.

A finales de los ochenta, a más de veinte años de la revolución pingüina, la artista Alicia Villarreal ya venía cuestionando con su obra el sistema educativo. Varias de sus instalaciones utilizan libros que despliegan una carga potente como objetos de un saber que impone sus prejuicios y omisiones. Ahora cubrió con ellos el piso de Galería Patricia Ready. Hasta el 22 de noviembre.

Interrogar los códigos que se transmiten desde la educación ha sido desde hace más de 20 años la preocupación que atraviesa la obra de Alicia Villarreal. "Quizás ya es parte de mi forma de mirar las cosas, de pararme en el mundo. Es un tema que me afecta más allá de una crítica intelectual; es algo que no me deja indiferente", explica la artista. En sus obras Alicia ha utilizado, entre otros elementos, mapas, silabarios, timbres, lápices, maquetas, bancos escolares y muchos libros intervenidos. Troquelados, mutilados, acumulados, los libros son usados como material de nuevas estructuras. De este modo, su obra cuestiona el poder que ejerce la palabra escrita inoculándonos informaciones que se pretenden verdades

absolutas.

Heredera de los lenguajes conceptuales de los ochenta, Villarreal siempre ha trabajado dentro del género de la instalación. Ahora, en Galería Patricia Ready monta 1.600 libros rojos troquelados sobre las palmetas de mármol que revisten el gigantesco suelo de la sala principal. Realizando un diseño que sigue la estructura de las baldosas, instala estos libros usados como metáforas de este saber roto, que interactúa en contraste con el impecable piso de una de las galerías comerciales de arte más importantes del país. No hay lugar sagrado, se titula la muestra, parodiando la célebre frase del vicepresidente de HidroAysén, Daniel Fernández, y desplazándola a su terreno de interés: "La educación ya no es un lugar sagrado, fue un espacio violado y se convirtió en un área de explotación", explica la artista.

"Abrir huecos en los libros, troquelados, es una manera de generar espacios de conexión. A través de esos huecos una mira para otro lado y se conecta con otras cosas", explica la artista.

Poco dada al autobombo, Alicia realiza silenciosamente una obra que, a pesar de ser muy crítica, siempre es poética y austera. Además de una decena de muestras individuales, su obra ha estado en las más importantes exhibiciones de arte chileno, obteniendo una beca Guggenheim (1997) y el Altazor (2010). También ha captado el interés de escritores y críticos.

En sus últimos trabajos, también ha cuestionado el museo como una institución que, al igual que la escuela, impone un criterio sobre lo que es y lo que no es valioso. En sus últimos trabajos ha incorporado a la gente y rescatado sus personales maneras de mirar las cosas. Entre otras cosas, ha recolectado objetos domésticos (como un zapatito de guagua) casas de vecinos de Santiago Poniente que luego expone como piezas de museo. De este modo, la artista empodera el valor estético y emocional de la gente común y corriente.

No hay lugar sagrado, se titula la instalación de Villarreal, parodiando la célebre frase del presidente de Hidroaysén.