Álvaro Espinoza cuenta que una vez al llegar a un peaje, bajó la ventanilla de su Mini Cooper y notó que la mujer de la boletería estaba abatida, cansada. "Tenía una cara de poto horrible, ploma de lateada. Le dije hola y ni me miró. Y cuando me despedí y le di las gracias, me vio. Y se le iluminaron los ojos. Le hice el día, se cagó de la risa. No sé si le hice el día, pero al menos la media hora siguiente se debió sentir mejor. Y no porque yo sea nada especial, lo que quiero decir es que de eso te puede servir ser conocido, para empatizar, para ponerte en el lugar del otro. Es generar buena onda, echarla a correr", reflexiona.

Es uno de los últimos viernes del 2019 y el actor de 44 años cierra el semestre más famoso de su carrera. Un giro en la teleserie Pacto de sangre (Canal 13) lo convirtió en el villano protagonista, a tal nivel de fama local que hasta se venden poleras de su personaje y le llueven los aplausos y los miles de likes cada vez que cuelga una foto en su Instagram. Pero Espinoza no se marea. "No soy el protagonista, esta es una teleserie coral", refuta con su voz grave. Está cansado. Benjamín, el personaje que hasta descuartizó a una de sus víctimas , lo tiene agotado. Pero feliz. "Esta pega del actor de teleseries es así, hasta febrero estoy full y después todo se calma. Me he hecho famoso varias veces antes", bromea sentado en el café Tavelli con cortado en la mano y un iPad sobre la mesa, donde tiene los textos de las escenas que le toca grabar la semana que viene. "Está entretenida la teleserie, lo paso la raja. Me devoro los textos porque, al igual que el público, yo también quiero saber qué viene. Y esto está cada vez peor, no sé qué se tomaron o qué fumaron los guionistas, pero los textos están muy buenos", asegura sobre la historia de los cuatro amigos cuyas vidas se vuelven una tragedia cuando una mujer muere en una despedida de soltero.

Debutaste hace 20 años en teleseries: ¿Benjamín es tu personaje más aplaudido, el más famoso?

No sé, creo que es el aquí y ahora. La fama llega y desaparece. Después te conviertes en un huéon conocido, el efecto de fama es súper del momento. No es constante. Si estuvieras todo el tiempo en la tele y siempre haciéndolo la raja, sería otra cosa. Hay hartos factores, se cruza el guión, el director, el equipo, el vestuario. Se configuran muchas cosas para que un personaje se vuelva pop, la tele es un trabajo en equipo. Y en Pacto de sangre sucede con muchos personajes. ¿Quieres un café?

Pausa. El actor, quien fue parte de teleseries de alto rating como El señor de la Querencia, Pampa Ilusión y Los Pincheira pide otro cortado. El sol de la tarde persiste en los ventanales del Tavelli y a ratos la gente pasa y lo mira de reojo, a contraluz. "¿Viste?", dice para corroborar su tesis sobre la fama de los actores de TV. "Me acuerdo de pendejo al empezar en la tele, llegó el tema de las revistas y los diarios y yo mandé un poco todo a la cresta. Me complicaba que me reconocieran. Me daba pudor, me costaba, era más bien pesadito. Con el tiempo entiendes que la gente se acerca con cariño. Aunque te digan que eres malo. Se acercan en buena, se familiarizan contigo. A veces andamos apurados y creo que nos inventamos ese estrés, ese apuro. Hay espacio para ser más cariñoso. Le sonríes a alguien y listo", afirma.

Hablando de la fama, Jaime Vadell se preguntó "¿cómo no te va a gustar que te quieran"

Qué gran persona es Vadell, discrimina lo importante de lo que no, y alguien de su edad lo sabe. Uno se llena de mierda en la tele, por las esperas y dice hasta cuándo. Y él como si nada, camina, respira y espera: "Me pagan por esperar", dice. Y, claro, la gente te quiere. Ahora uno corre el riesgo de pisar el palito y empezar a alimentar el ego, decir: "Me quieren porque soy súper bueno". Cuidado. Tiene que ver con la tele más que con tu calidad, el volumen de gente que se interesa en ti es porque sales en la tele. Hay actores pésimos que son adorados. Además, somos poquitos en Chile, somos un mercadito. Por otro lado, cuando la gente ve un poco más allá en la vida del gallo de la tele se da cuenta de que es bien fome todo. Yo, por ejemplo, soy muy estable. Hace 20 años estoy con la Cata (Olcay, su pareja), y paso en mi casa con mis dos hijas, mis tres perros, me gusta regar. Soy parejito.

Eres una lata...

Claro, una laaaata. Lo que más quiero siempre, y también en este momento, es irme a mi casa, a regar, soy muy feliz así, soy muy casero. Si carreteara como cuando era pendejo estaría muerto, jajajá. No se puede. Maduré. Nada de lo que uno hacía de joven es sostenible.

Tu personaje Benjamín Vial te hizo popular, además, en Instagram.

Yo recién me meto. Twitter es mi medio informativo. Las redes no eran lo mío. Instagram lo abrí por un tema familiar, lo veo pero no sé qué significa, me pasó hace hartos años cuando hicimos El señor de la Querencia que alguien me entrevistó porque tenía un Facebook con miles de seguidores. Pero no era yo, era Buenaventura, el personaje, y yo no tenía idea. Y aún no sé cuáles son los parámetros. Ahora, es power, veo Twitter cuando dan la teleserie y me quedó ahí. Es una comunidad comentando online, todos los días trending topic, heavy... me quedé pensando cómo entran los personajes en la gente. Con El señor de la Querencia quedó la cagá. Pero también se acuerdan de Ídolos, la primera nocturna, que fue muy bizarra y no le fue bien en rating. Fue en 2004 y había sexo hasta de a 4 personas, mi personaje consumía cocaína arriba de los cuerpos de las mujeres, además de ser amante de su suegra, que era alcohólica. Y el personaje de Eduardo Barril se enamoraba de una niñita. Era todo bizarro en estos ídolos que iban cayendo, un experimento. Tiempo después los thrillers pegaron en la noche.

Como le pasa a Pacto de sangre, donde hay hasta descuartizamientos.

No se inventa la rueda nunca. Todas las teleseries sacan referentes. El éxito radica en la manera en que se mezclan los elementos, qué eliges con lo que todos sabemos y las ruedas que todos conocemos. Volver a mezclar y volver a contar hasta encontrar un lenguaje. Esta teleserie tiene un lenguaje y hace un giro narrativo. Este guión (idea original de Pablo Ávila) es fantástico. Cristián Mason la dirige muy bien. Esta producción es como el Everest, no te digo que vamos a subir los 8 mil metros, pero va en ascenso. Poca meseta y poco descanso. Creo que Pacto de sangre sube la vara, no hay vuelta atrás.

¿Los villanos te chupan la energía como actor?

Obvio que sí, es el formato teleserie, esto dura entre 6 o 7 meses en que estás en juego, todo el día en función del terror, jugando al terror, al odio, a la tensión, te agota. Estoy hecho bolsa. Grabas más de 50 escenas en la semana. El músculo es impresionante (se apunta a la cabeza), yo leo hasta 100 veces una escena. Además, mi personaje es el que más sabe, lo sé todo. Es fome, porque en la vida me pasa lo mismo, la Cata ve la teleserie, y no puedo hablar con ella, no puedo hablar con nadie. Me encierro a estudiar. No tengo con quién hablar, es terrible.

¿Lees los comentarios que la gente te deja en redes?

Al principio los leía todos. Después no alcanzas. El humor me mata y el bullying también, me da risa. Pero creo que porque el volumen es súper buena onda, me dicen eres buen actor y eres rico: ¿qué más puedo pedir?

¿Te crees rico?

No, nunca fui. Jamás.

¿El nivel de oscuridad de Pacto de sangre ocurre en Chile?

El mundo está repleto de casos así. Es vergonzosa la teleserie, los personajes son una vergüenza. Y el chileno puede ser violento, hay hueones que andan con un palo en el auto y que deben tener ganas de agarrarse. Quizás la teleserie purga algo de eso. Me llama la atención el personaje de la Ignacia (Baeza, quien interpreta a Trinidad, su esposa en la ficción). En las últimas teleseries el modelo de mujer ha sido la mujer actual y quizás mediáticamente no pasó mucho. Y llega esta mujer tremenda, horrible, un personaje poco empático y se mete en esto y descuartiza a la mina, después llega a la casa, cocina, a mí me pega un sexo rabioso y después me manda a la mierda. Y al otro día se levanta a hacer el desayuno. Toma el toro por las astas. Dejó la cagada en las redes aunque se pasó al lado oscuro.

Es como esos torturadores, que por las noches les daban un beso a sus hijos antes de dormir.

Claro, terrible. Siniestro. Onda, la vida continúa. No es un personaje femenino romántico.

Crees que después de Pacto de sangre te darán un protagónico.

Nunca he tenido futuro. La vida del actor es así, arriba y abajo. Esa necesidad de la estabilidad es distinta del oficio, entonces entrar en esa dinámica es puro estrés. Hay un entrenamiento, yo he vivido siempre así. Me quedo en la confianza. Pero en general no sé qué voy a hacer el próximo año.

Tú trabajaste con el director de teatro Rodrigo Achondo: él decía que eras el heredero natural de Pancho Reyes en la tele.

Jajajá. Eso es porque quería que fuera mi papá en algo. Qué gracioso. Con mucho respeto, tengo que saltarme dos generaciones. Me están cagando, jajajá. Achondo fue un gran director, murió joven (2016). Hice varias obras con él (Munchile, NN2910, Asesino bendito). Hicimos también un ejercicio en la Universidad de Chile, montamos el monólogo de Segismundo (La vida es sueño). Me acuerdo que yo entendía más el texto que Achondo, jajajá. Él no se adaptaba a las obras, eran las obras las que se adaptaban a él, que siempre tenía clarísimo lo que quería contar. Dirigía muy bien. Fernando González (director y profesor de teatro) quedó loco con el Segismundo de Achondo. Tenía mucho talento.

Lo apodaron el Tarantino chileno.

No era un director muy convencional en sus métodos, era de una implicancia que rayaba en la impertinencia. Demasiado intenso. Un realismo dentro y fuera. Fue fascinante en todo caso. Pasaron varios por la compañía de Achondo (Anderblu) el Nico Saavedra, Willy Semler, Pancho Reyes. Existía el fenómeno Achondo, pero nadie sabía cómo tomarlo, éramos nosotros los que estábamos bien enfermos de la cabeza también como para entrar en el juego de los policías y las pistolas. Muchos actores muy taquilleros quedaban desconcertados. Lo respetaban mucho. Llego al Teatro Nacional para dirigir El rucio de los cuchillos con Daniel Alcaíno, un mérito enorme.

Tú fuiste parte de su último proyecto, que quedó inconcluso.

Sí. Tenía grabadas unas imágenes taquillísimas en La Moneda con Ramón Llao. Pero al final no llamó más. En algo vislumbraba su muerte en esa obra. Creo que Achondo se quedó pegado en otra época. Tenía un carácter de mierda, pero era puro corazón, un tremendo director y buen amigo.

Cambio de tema: tú vives en La Reina, ¿qué te parece que el alcalde llamara a la gente a armarse contra la delincuencia?

Una idiotez. Cuando se plebiscitó sobre la instalación de una laguna artificial en el parque Padre Hurtado votaron como 70 mil personas de tres comunas, una muestra mucho más científica y exacta que cualquier encuesta, y entre los temas extra al parque, nadie puso como prioridad la seguridad. Yo bajé una aplicación que te conecta con los vecinos y llegan notificaciones como "hay un auto estacionado con alguien dentro". O "camina alguien con mochila". Algunos están aterrados porque los medios imponen el miedo.

Así disparan el consumo.

Frente al Jumbo de Bilbao hay un letrero publicitario de un club de tiro que, además, es horrible. O sea, un oportunista, sin ninguna mirada política y social, simplemente quiere profitar. Es un gran negocio, por eso que los gringos están armados hasta los dientes.

¿Para ti año nuevo es vida nueva?

No sé. Lo que me interesa en 2019 es concretar un tercer libro digital que hice con Chile Actores. Se llama leamostodosjuntos.cl y es sobre la inclusión. Puedes oír, ver videos con lenguaje de señas y está musicalizado por Nicolás Torres. El primero que hicimos fue sobre la creación. A través de poemas de gigantes como Neruda, Huidobro y Linh abordamos la creación. Eso junto a los cuentos sobre la creación de los pueblos originarios, leídos por Elsa Poblete, Héctor Noguera e ilustrados por gente como Daniel Blanco y Pedro Peirano. Un equipo de lujo. Después vino un segundo libro sobre la transformación y el tercero queremos hacerlo sobre la muerte. El fin es la inclusión por medio de la empatía, ponerse en el lugar del otro, dejar este individualismo de mierda. Entonces para ser inclusivos, dijimos, metamos las dos cosas más impopulares: poesía y pueblos originarios. La gente le tiene terror a la poesía porque piensa que tienen que entenderla y no es así. La poesía es musicalidad, configuración de imágenes, que son las que realmente hacen el efecto poético. Por otra parte, si conozco la cosmovisión de tu pueblo me permite entender tu discurso. Solo puedo entender al otro desde el otro.