“Amar a mis cuarenta años ha sido una experiencia nueva y maravillosa, muy distinta a todo lo que viví en mis décadas anteriores. Nací a mediados de los 80′ y pasé mis veinte y treinta con cero deconstrucción emocional, buscando el amor romántico al lado de puros pasteles, por lo tanto tuve muchos porrazos. Ridículamente muchos. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta que me faltaba harto amor propio para poder elegir bien. No tuve mujeres mayores que me enseñaran sobre la importancia de quererse para querer, ya que me crié principalmente con hombres muy desconectados emocionalmente, y las mujeres que me rodeaban no tenían esa consciencia aún como para poder transmitirme su sabiduría. Quizás muchas de mi generación dieron el paso del amor propio solas y re chicas; yo no. Tuve que cursar mis propias batallas que al final se terminaron convirtiendo en mis herramientas para sanar esa falta de autoestima y autovaloración que desde pequeña me caracterizó y que, entre otras cosas, me hacía caer en relaciones abusivas donde no me valoraban por lo que soy.
Hablar del amor de pareja ahora, a mis casi 40 años, me gusta. Creo que nunca disfruté tanto del amor como ahora. Llevamos un año viviendo juntos y ambos tenemos hijos aparte. Es mi primera relación donde siento un amor puro e imperfecto. Donde ambos somos vulnerables y fallados. Es tan liberador no tener esa presión de la perfección que nos ha permitido vivir un amor crudo y valientes ambos, de mostrarnos tal cual somos. Esto es lo que hay. Abrazar nuestras heridas y tormentos. Validar nuestra sombra frente a un otro sabiendo que apenas somos capaces de verla nosotros mismos y mostrarla a esa persona que amamos con todo el miedo de ser rechazados, como lo fuimos en un pasado por nimiedades más insignificantes.
Cuando nos conocimos, por unos amigos en común, ninguno estaba buscando el amor, cada uno venía de relaciones fallidas, totalmente traumados. Podría decir que incluso ya habíamos tirado la toalla con el sueño de la pareja. Por eso, cuando empezamos a gustarnos y a salir, ambos nos encargamos de tirar toda la verdad al centro de la mesa, lo bueno, lo malo y lo feo. Y fue liberador, un gran respiro, por lo menos para mí. Y creo que fue lo que contribuyó a que me entregara a la relación. Confieso que estaba igual miedosa de que no me amaran al mostrarme tal cual soy, imperfecta, pero resulta que luego empecé a ver mis imperfecciones como aquello que me singulariza; nunca creí que pudieran amarme de verdad. Él me enseña a mirarme con los ojos que otros me miran y así he podido sanar tanto en mí.
Otra cosa que ha sido mejor ahora en los cuarenta es la sexualidad. A medida que pasan los años y conocemos nuestros cuerpos y sentires, si tenemos la fortuna de encontrar un compañero de cama abierto a transitar por la intimidad real, escapando de estereotipos, rigideces sociales y mentales y simplemente entregarse al goce con nuestros cuerpos llenos de historias y hermosas imperfecciones, creo que no hay punto de comparación con la sexualidad de la juventud, llena de inseguridades y siempre con la exigencia de la perfección.
No puedo sentirme más a gusto viviendo por primera vez un amor sano, después de tantos años, donde puedo amar profundamente y ser yo, con mi mal genio o en los momentos en que me vuelvo control freak e incluso reírme de ello porque todos tenemos cosas. Saber que puedo compartir mis locuras e imperfecciones con un otro y recibir puro amorcito sin juicios. Despojarme de las inseguridades en la cama y liberarme de la idea perfecta del amor romántico. Hoy, si alguien me pregunta si quiero quitarme veinte años de encima, digo que no; no volvería nunca el tiempo atrás”.
Loreto tiene 41 años, y es productora audiovisual.