“Cuando tenía 15 años fui víctima de abuso sexual por parte de alguien que pensé que era mi amigo. En ese entonces estaba pololeando, y cuando le conté a mi pololo, se enojó mucho y dijo que lo había engañado. Estaba tan molesto y ‘herido en su orgullo’ que comenzó a hacerme bullying él y todos sus amigos, que eran muchos. Me gritaban “maraca” en los recreos, me tiraban la mochila, me ofrecían golpes, me llamaban para burlarse de mí. Ese periodo fue horrible, porque no solo tuve que afrontar el abuso del cual me hicieron sentir muy culpable, sino que la humillación diaria por años, hasta que salieron de 4to medio.
Desde ese entonces me dio mucho miedo estar en una relación, confiar en alguien otra vez, así que pasé dos años muy sola, triste y avergonzada. Cuando se fueron del colegio, llegó un nuevo compañero que me gustaba mucho y pololeamos por 4 años. Él me ayudó a volver a enamorarme de mí misma, me enseñó que no todos son iguales y que no todos hacen daño. Le estoy eternamente agradecida por eso, pensé que nunca más volvería a estar con alguien. Me costaba hasta crear nuevas amistades, sentía que todos me juzgaban y querían reírse de mí.
No fue fácil para mí entender que había sido una víctima. Es triste que tuviese que darme cuenta de ello sola. ‘No te hagas la víctima’, ‘no seas sufrida’, son frases con las que crecí. El desagradar a otros por poner mis límites es algo que hasta hace un tiempo me daba pavor y siempre preferí aceptar faltas de respeto que alzar la voz. Pero supongo que con el tiempo el cúmulo de rabia a veces te supera y simplemente explotas. Llorar, gritar, patalear por algo que pasó hace años y no pudiste sacar de tu sistema. A medida en que fui creciendo me di cuenta que todas mis amigas, mis primas, mis tías, todas las mujeres tienen una historia de abuso que contar, muy pocas lograron hablarlo con anterioridad y menos aún recibir el reconocimiento o justicia por su dolor. En mi caso logré reencontrarme conmigo misma. Descubrí que siendo lo más honesta con mi historia y utilizando mis vivencias como aprendizaje se podía encontrar la paz interna que tanto necesitaba. Me enfoqué en ser como quiero ser, en vestirme como quiero, en decir lo que pienso, en bailar sin miedo a hacer el ridículo, en reírme con ganas hasta que me duela el estómago. No me obligué a nada por el qué dirán, pues siempre tendrán algo que decir, lo hagas bien o no. Descubrí que soy mi mejor amiga, que soy la única que siempre estará para mí. Descubrí que el amor propio me salvó y lo hizo de la forma más hermosa. Me ayudó mucho un ejercicio que me hizo mi psicóloga sobre imaginarme a mí misma como una niña pequeña y cuidarla como si fuese mía, darle comida saludable, jugar, llevarla al doctor, preocuparme de lo que siente. Me ayudó a darme cuenta de cómo podía quererme a mí misma en el día a día, preocupándome de manera integral, no solo regaloneándome, sino cuidándome mejor que todos.
No ha sido fácil sanar, requiere perseverancia y mucha fuerza. Sobre todo de un trabajo interno para no cerrarme a nuevas experiencias y nuevos aprendizajes. Hoy me encuentro mucho más tranquila, trabajando en mi autoestima. Hoy estoy abierta al amor, soy amante del amor, creo que es lo más importante, en cualquiera de sus versiones, pero necesito enfocarme en amarme a mí antes de amar a alguien más.
A aquellas han pasado por lo mismo que yo les diría: todo pasa. Lo que te ocurrió fue grave, no lo merecías y bajo ningún contexto fue tu culpa. Y no te preocupes, serás capaz de amarte y volver a amar”.
Esperanza tiene 25 años y estudiante de derecho.
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