Han pasado tres años desde la última vez que le dije, a quien era una de mis mejores amigas desde los 8 años, que su pololo no era bueno para ella. Se lo había mencionado un par de veces, sobre todo cuando estaban peleados, pero ese día se trató de una conversación formal. Nos juntamos después de nuestros trabajos. Y yo iba con un propósito fijo en mente: lograr que terminara.
Mi convencimiento y seguridad eran respaldados por una serie de argumentos que tenía a mi favor. Llevaba semanas acumulando información que, por ser mejores amigas, me llegaba sin que yo la buscara. Gente que la había visto llorando en más de una fiesta, zamarreos a "escondidas" y supuestas infidelidades. Además, su familia también había acudido a mí para que intentara intervenir. Así que, por inexperta, pensé que no había nada que perder, que mi querida amiga se apoyaría en mí y saldríamos de esta.
Nos juntamos por más de cinco horas y sus emociones, aunque reconozco que las mías también, oscilaron entre extremos. Discutimos, peleamos, gritamos, lloramos y nos abrazamos. Al principio adoptó una actitud muy defensiva. Nunca me trató de mentirosa, pero sí quería traspasarme la idea de que mis palabras la dañaban, de que estaba equivocada en la forma de hablarle. Y puede ser que haya tenido razón, pero creo que no existe una manera perfecta de poder expresar algo así. Mi información, de todas formas, estaba lejos de ser un balde de agua fría para ella. Y creo que de alguna u otra manera se sintió aliviada al saber que había alguien más que lo sabía, que sus historias ya no la ahogarían.
Una de las cosas que más me llamó la atención fue darme cuenta del poco respeto que se tiene a sí misma. No tuvo que decírmelo, pero bastó con las tantas veces en las que, angustiada, me preguntó: ¿Y si no es él, quién? Eso todavía no lo logro comprender. Me da una impotencia enorme que no pueda darse cuenta de la increíble mujer que es, de cómo ilumina un lugar cuando está relajada y muestra su verdadera personalidad. Le cuesta hacerlo, pero no conozco a persona que no quede alucinando con su humor una vez que la logra conocer. Me da rabia que no sea capaz de ver su potencial, que sienta que vale tan poco y que, por consecuencia, crea merecerse a alguien como él.
Podría estar hasta mañana describiendo a su pololo y ni siquiera sería capaz de expresar cómo me hace sentir. Creo que su personalidad representa a la perfección la de todos los hombres manipuladores y agresivos que se muestran a través de documentales o películas. Y lo que más me enoja es la inteligencia con la que logra salir de cada situación. Por ejemplo, aunque él esté al tanto de nuestras conversaciones, le dice a mi amiga que yo soy una persona que vale la pena tener, porque no me he quedado callada. Pero también niega absolutamente todo. Reconozco que he querido creer sus versiones mil veces. Que los llantos son por otras cosas, que los zamarreos son exageraciones, que las infidelidades no existieron. Sin embargo, hay miles de otras actitudes que, aunque lo demás no fuese cierto, me hacen desconfiar de él. Solo basta con ver cómo ella se comporta a su lado, cómo se avergüenza con las cosas que dice, cómo su expresión se va apagando a medida que él se prepara otro trago.
Esa noche mi intervención acabó como quería. Nos despedimos con un fuerte abrazo y con la promesa de que al día siguiente ambos se juntarían y ella terminaría con él. Le dije que apenas eso pasara, yo iba a estar en su casa acompañándola y que lo haría durante todo el tiempo que fuese necesario. Sabía que quedaría destrozada, así que no me despegué del teléfono para estar atenta ante cualquier cosa. Sin embargo, esa misma noche recibí un mensaje de su parte en el que decía que lo había solucionado todo. Le quería dar una nueva oportunidad con la excusa de que se iba a arrepentir más de no intentarlo que de no pelear por su relación. Mi respuesta fue: ???
Así, en el mismo estado de duda, he vivido durante todo este tiempo. Ellos siguen juntos y nunca terminaron. Y nosotras jamás volvimos a tener la misma amistad de antes. Creo que hay un límite y que uno cumple con su rol hasta cierto punto. Para mí fue desgastante y frustrante. Y, aunque me muera por encerrarla en una pieza hasta hacerla recapacitar, sé que no puedo hacerlo. Lo que sí he hecho es mantenerme cerca para que sepa que, si pasa cualquier cosa, voy a estar a su lado. Pero ella me tiene prohibido ponerle el tema de su relación, así que nuestras conversaciones son superpauteadas y pierden espontaneidad.
Ahora no sé qué postura tomar. Hace unos años, si alguien me comentaba que el pololo de su amiga había hecho algo inapropiado, yo saltaba diciendo que le tenía que contar. Pero ya no sé qué es lo mejor. Es cierto que mi conciencia está tranquila; sin embargo, muchas veces pienso si vale pena sentirse así. La veo a ella mucho más cercana al resto y recuerdo, casi todos los días, aquellos momentos en los que éramos unidas. Quiero volver a esa época, me hace falta tenerla cerca. Y, aunque algunas veces siento que la estoy recuperando, él siempre se va a ser su primera opción. Ella lo eligió y contra eso no hay nada más que pueda hacer.
Andrea Morales (29) es periodista.