“Al mes de conocernos con mi actual pareja, supe que me habían aceptado en un máster en Barcelona, lo que significaba que en poco tiempo más, me iría a vivir al otro lado del mundo por al menos seis meses. En ese momento nos sentamos a conversar sobre qué es lo que queríamos de esa relación, aunque yo tenía muy claro que irme a España era un proyecto anhelado desde mucho antes. Mi postura fue: ‘qué lindo lo que estamos viviendo, pero que dure lo que tenga que durar porque yo me voy’. Pero el Seba, mi pareja, se empezó a planificar para acompañarme. Y me negué. Pensé que sería demasiada presión para una relación que comenzaba recién hace un mes y medio.

Sin embargo, él no se resignó a quedarse en Chile y decidió irse a Suecia –que es donde tiene ciudadanía– a estudiar. Comenzó su proceso de planificación, tuvo que hacer acuerdos para el cuidado de su hija y yo intenté no involucrarme en ese plan. No quería enfocarme en la idea de que él se estaba yendo por mí, para estar más cerca y de esa manera seguir con esta relación; me daba susto sentir la presión de que él estaba dejando su vida acá por mi culpa. Pero tampoco se lo podía prohibir, era su vida. Así que poco tiempo después de que llegué a España, él aterrizó en Suecia donde buscó su propio desarrollo personal. De hecho se quedó allá una vez que yo volví a Chile.

Durante todo ese tiempo mantuvimos una relación a distancia. No era la primera vez. Antes de irnos a Europa, nuestra relación ya había sido en este formato, pues yo trabajaba en Santiago y él vivía y trabajaba en Valparaíso. Pero lo hacíamos funcionar. Yo trabajaba pocos días a la semana y podía viajar harto a Valparaíso a verlo, y cuando él podía, que era relativamente seguido porque trabajaba de noche en un hotel, viajaba a Santiago. Salía de su trabajo a las 6 a.m., tomaba el bus a Santiago y se devolvía cerca de las nueve de la noche. En el fondo, aprovechaba cada minuto que no estaba trabajando ni con su hija para visitarme.

Fue un comienzo intenso, pero nos llevamos tan bien desde el inicio, que parecía como si nos conociéramos desde siempre. Yo llevaba tres años soltera cuando partimos, tiempo en el que había decidido no volver a emparejarme luego de terminar mal mi última relación. Y él pasaba por un proceso similar. Entonces fue muy especial haberme encontrado con el Seba en ese minuto de mi vida y descubrir que ambos teníamos las ganas de que lo nuestro funcionara, a pesar de los obstáculos. Y es que los dos estábamos en la misma: queríamos hacer las cosas bien y hacernos bien.

En Europa pasó lo mismo. Estuvimos un año con una relación a distancia. Yo no podía trabajar mientras estudiaba y por lo tanto no tenía plata para viajar a Suecia, entonces acordamos que él, que sí estaba trabajando, me visitaría cada dos meses en España. Disfrutamos muchísimo cada minuto. Se acabó mi máster y volví a Chile mientras él seguía allá. Y para seguir juntos, acordamos que lo mejor era que yo me fuera a Suecia a vivir con él. Así que cuando llegué a Chile me puse a trabajar para ahorrar hasta que me salió la visa y me fui.

Luego de años de relación, en Suecia fue la primera vez que vivimos juntos y resultó todo bien, a pesar de lo difícil que fue para mí adaptarme a ese país. Para poder pagar las cuentas a ambos nos tocó trabajar mucho, y por lo mismo, aunque vivíamos juntos, nos veíamos poco. Pero nuestra experiencia de relación a distancia previa nos ayudó en ese proceso. Estábamos felices allá, pero llegó la pandemia y nos tocó volver. Una vez en Chile la vida nos puso, de nuevo, la prueba de la distancia. Armamos nuestro hogar en Playa Ancha, pero por mi trabajo en cine –me dedico a la ambientación, que es parte de la pre y producción de una película– tuve que viajar mucho a Santiago e incluso pasar algunos meses en el norte, en el rodaje de una película. Otra vez estaríamos separados.

Cuando me preguntan cómo lo hacemos para mantener nuestra relación con tanta distancia de por medio, inmediatamente se me viene a la mente la palabra libertad. Tener una relación a distancia para mí es la libertad de no frenarme ante nada por miedo a perderlo. Y es que, pase lo que pase, nos tenemos siempre “al lado”; independientemente de donde estemos, somos compañeros. Es la libertad de no sentirme amarrada, pero al mismo tiempo sentir su apoyo constantemente. Él me acompaña a descubrirme y a disfrutar eso que me apasiona y yo lo acompaño en lo mismo a él.

Y me parece que también es un aprendizaje, una nueva forma de mirar las relaciones, en la que no necesariamente tienes que estar pegado al otro, porque esa compañía se da, pero desde un plano más emocional”.

Consuelo González tiene 31 años y es ambientadora y montajista.