Desde chica tengo una concepción fija de lo que debería ser una relación. En las películas románticas siempre nos mostraron que el sufrimiento es parte clave del amor, pero hoy a mis 25 años me doy cuenta de que no tiene porqué ser así. Es lo que nos han mostrado siempre; la clásica historia del hombre que te hace sufrir porque te quiere, porque realmente quiere estar contigo. Pero eso no es así.

Quizás por todas esas películas románticas, desde pequeña fui idealizando el hecho de estar en una relación. Y de ahí en adelante no me preocupé mucho de la persona en sí con la que estaba forjando un lazo, solo de estar emparejada y de cumplir, a toda costa, con esa idea preconcebida de lo que era una relación amorosa. Me obsesioné con eso y me esforcé para lograrlo. Muchas veces, incluso, me emparejé con personas que no tenían nada que ver conmigo, pero los hacía calzar solo por miedo a estar sola. Tenía una idea muy marcada, y muy errada por lo demás, de lo que era el amor y hacía todo para cumplirlo. Incluso si eso significaba no considerarme a mí ni al otro.

Mis primeras relaciones fueron, en consecuencia, muy tóxicas. Ahora sé que el problema radicaba, en parte, en el no poder tomar decisiones sanas para mí. Porque en el fondo, se me hacía más fácil tomar las decisiones en base al otro, y a lo que el otro quería, en vez de definir lo que realmente quería yo. Eso se me hacía muy difícil y por lo mismo, las decisiones que tomaba siempre eran en pos de que la relación funcionara.

La primera que identifico como una relación tortuosa fue cuando tenía 18, cumpliendo 19. Un año antes convencí a mis papás que me cambiaran de colegio para estar en el mismo colegio donde iba él. Nos habíamos visto un par de veces y a mi me gustaba mucho. Haber estado en el mismo colegio casi toda mi vida no iba a ser un impedimento. Así que el último año me cambié. Empezamos a pololear y cuando egresamos, él tenía planes de ir a estudiar a Concepción. Y yo, que en realidad quería estudiar teatro, me inventé un plan para seguirlo. Terminé yéndome a estudiar agronomía a la universidad de Concepción solo para estar al lado de él.

Un día, mientras estábamos en su casa, me enteré que me había engañado. Mi primera reacción fue la de llenar una jarra de agua y tirársela encima. Porque yo siempre he sido muy espontánea y he hecho las cosas desde las vísceras. Esa noche estuvimos en su casa conversando –le pedí que me comprara chocolates y cigarros– y al día siguiente me fui y llamé a la otra chica. Le dije que yo ya había terminado con él pero que ella tenía que saber que nos había estado engañando a las dos.

En el año y medio que estuvimos juntos, no todo fue tan tortuoso e infantil, pero esos últimos seis meses sí lo fueron, y no debí haber permitido que la relación se alargara tanto. Él había perdido a su papá en ese tiempo y yo, por mi lado, estaba muy frustrada de estar en Concepción y de estar estudiando algo que realmente no quería. En verdad desde el minuto que me matriculé siempre me quise ir. Entonces eso me fue desgastando y lógicamente también fue desgastando la relación.

En ese periodo siento que crucé muchos limites propios y no me di cuenta lo poco que me estaba queriendo. Porque estaba súper claro que la relación no funcionaba y que él no quería estar conmigo. Los dos estábamos forzando algo que no tenía por dónde. Aún así yo insistía. Y con esto no lo justifico a él ni sus conductas, simplemente ahora me doy cuenta de que yo debí haber terminado la relación mucho antes. No sé qué buscaba, pero seguramente no quería estar sola. Quería cumplir con esa falsa idea de relación ideal. Él probablemente me engañó varias veces más, y yo seguramente lo sabía, pero en mi cabeza yo pensaba "filo, quiero tener una relación utópica y voy darlo todo para que así sea". Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta que era muy chica y no había aprendido a quererme aun.

Mi segunda relación desgastante fue cuando volví a Santiago y empecé a estudiar teatro. Esa vez cometí muchos de los mismos errores y me dio miedo ver que existía la posibilidad de caer nuevamente en una relación dañina. No me había dado cuenta, hasta ese entonces, que lo que me faltaba era lidiar conmigo misma. Y eso es, justamente, lo que estoy trabajando ahora. Porque todavía me cuesta diferenciar qué es lo que quiero en realidad.

Esa vez se dio así: conocí a Julián en la universidad y primero fuimos amigos. Entre medio él estuvo en una relación y luego en otra. Yo estuve soltera y después empecé a salir con alguien. En tercer año, finalmente, empezamos a estar juntos. No de manera tan oficial, pero sí nos veíamos. A su vez, él seguía manteniendo otra relación y yo también estaba saliendo con otra persona. El problema es que su chica no sabía, y cuando se enteró se armó un caos. Ella se fue muy en contra de Julián y me hizo bullying a mí. Julián a su vez no fue capaz de lidiar con la situación. Tomé la decisión de alejarme, por miedo a repetir los mismos errores. Pero un verano después volvimos a estar juntos.

La relación fue una tortura. Y con muchos niveles de drama. En poco tiempo, me vi nuevamente en una dinámica agotadora y que me drenaba emocionalmente. Yo reprobé mi examen de actuación y toqué fondo. Y además me vi enfrentada a una situación en la que tuve que estar en contra de otra mujer (su ex), siendo que siempre he creído en la sororidad. En un minuto, entonces, decidí cortar por lo sano y los mandé a la mierda a los dos. Busqué ayuda con psicólogos y le escribí a la Fundación Antonia.

Al igual que en la relación previa, no había sido capaz de soltar. Probablemente ni siquiera estaba tan enamorada, pero quería estar con Julián por el solo hecho de estar con alguien y por eso insistí tanto. En todo ese tiempo nunca me preocupé realmente de mí.

Esto fue hace ya siete meses y desde entonces no lo he vuelto a ver. En este tiempo, quise entender cuáles habían sido mis errores porque hasta ahora se me había hecho fácil culpar al otro, más que asumir que también hubo errores por mi parte. Pero de un momento a otra dije: "ok, esto está mal, algo no estoy haciendo bien yo". Y cuando me dije eso, me di cuenta que hasta entonces casi todas las decisiones que me llevaron a estar donde estoy habían sido mías. Nadie me había apuntado con una pistola. Solo que habían sido malas decisiones que no me consideraban a mí.

Por eso ahora mi prioridad es conocerme para ver qué es lo que me viene bien a mí. Quererme y construir un piso, para que cuando alguien entre diga "esta es la José". Eso nunca ha existido porque recién ahora estoy vislumbrando que me tengo que armar y tomar decisiones que corresponden a quién soy. Así voy a poder poner límites, cosa que en mis relaciones pasadas no pude hacer. Y junto con eso, también estoy entendiendo que uno se puede equivocar y por eso, me quiero perdonar. Hay niveles, por supuesto, y hay errores que tienen que ver con personalidades sociópatas y esos no son ni justificables ni perdonables. Pero lo demás, se puede remediar. Si a mi no me hubieran dado la oportunidad de crecer y aprender, no sería la persona que soy ahora.

María José Faúndes tiene 25 y estudia teatro.