“Con mi ex marido y padre de mis niños estuvimos juntos durante 14 años, pero nunca fue una relación sana. Él se mostraba encantador y comprometido, y tenía la capacidad de hacer que todos lo admiraran. Era de esas personas que entraba a un lugar sintiéndose el más bacán y lo transmitía, pero en la casa era totalmente controlador, celoso y limitante. Éramos muy distintos; él pertenecía al mundo de los caballos, el rodeo y los huasos, y yo de a poco empecé a sentir un rechazo profundo por todo ese imaginario. Amaba a los caballos, pero llegó un punto donde ya no los podía ver, porque todo lo que tenía relación a eso me empezó a ahogar. Aun así, por razones inexplicables, el tiempo pasó, tuvimos una niña y después nos fuimos a vivir juntos.
En todo ese rato me fui alejando de mis amistades porque aposté por él, pero cada año que pasaba me iba apagando más y era menos feliz. Él hacía que fuéramos una pareja limitada en cuanto al crecimiento y desarrollo. Si yo decía, por ejemplo, que quería viajar, él se tiraba un comentario como ‘ella, la que quiere viajar’. Y yo no entendía qué había de malo en eso.
Hoy muchas personas me preguntan cómo aguanté tanto tiempo, pero esas son cosas que uno no puede explicar, o no tienen una explicación lógica y racional. Es, de hecho, lo que más se cuestiona cuando alguien levanta la voz y cuenta haber vivido abuso o haber estado en una relación tóxica; todos preguntan inmediatamente ‘¿por qué seguías con él?’, pero es difícil darte cuenta cuando estás ahí. Son dinámicas que se van profundizando y si una no tiene las herramientas o la red de apoyo, cuesta mucho salir. Además, casi siempre hay una dependencia emocional y económica; yo pensaba que no iba a poder surgir, porque eso era lo que él me hacía pensar, pese a que yo era profesional.
Tuvimos a nuestro segundo hijo, en un intento por arreglar lo que ya no tenía arreglo. Los hijos no tienen ese rol y no se lo deberíamos atribuir, por más que uno quiera tener la familia feliz. Llega un punto en el que no se puede nomás, y ampliar la familia o tratar de buscar distractores no es la solución.
En el 2018 me cambié de pega, luego de haber estado durante varios años en un trabajo que no me gustaba tanto. Allí conocí a otra persona. A los dos meses estábamos encerrados en su oficina dándonos el beso más apasionado que había dado en años. Él casado y yo también. La verdad es que nunca imaginé estar en una situación así, pero se dio. Él era muy bajo perfil y totalmente distinto a mi marido, y me llamó la atención desde el primer minuto.
Todo partió como un desliz, y así lo planteamos, pero con el tiempo –ambos teníamos un cargo de líder, yo en el área administrativa y él en el área operacional– nos volvimos muy compañeros. Teníamos mucho tema en común, salíamos a almorzar juntos y hablábamos de las películas que habíamos visto el fin de semana. Hubo mucho goce y crecimiento, porque la verdad es que yo ya había asumido que no quedaba nada con mi marido y que nuestro quiebre era inevitable, pero también estaba postergando la decisión. A su vez, pude darme cuenta que entrar en una dinámica paralela no lo iba a hacer más fácil.
Yo quería arrancar de una relación tóxica, pero entrar en otra dinámica poco sana, con una persona comprometida que tampoco me iba a elegir a mí, no era la manera.
Yo ya había entendido que si bien nos gustábamos mucho, a mi colega le daba lo mismo seguir engañando a su mujer. Y eso a mí no me acomodaba. Iba a ser difícil cortar definitivamente, porque nos veíamos siempre, pero dependía únicamente de mí. Porque si hubiese sido por él, hubiésemos seguido con una doble vida eternamente. Fuera del cariño que nos teníamos, que no lo niego, yo no me estaba sintiendo cómoda. Finalmente, en diciembre del año pasado, me fui de mi casa y al mismo tiempo terminé la relación con mi colega.
Estos meses han sido de mucha reflexión y crecimiento. Me di cuenta que yo no justifico la infidelidad bajo ningún punto de vista, pero en mi caso fue lo que necesitaba para dar ese gran paso; para salir de una relación insana –de dos, finalmente– y estar conmigo misma. Porque si bien le agradezco muchas cosas a mi colega (me hizo ver que existían otras opciones y que la agresividad que yo tenía tan normalizada no era la forma), él tampoco era lo que yo quería. Pero quizás, si no hubiese aparecido, habría estado mucho tiempo infeliz con mi ex marido.
También he pensado que no quiero ser amante ni cómplice de engaños. Que merezco algo mejor. Que la violencia no es normal y que no hay que normalizarla.
Ahora todas las noches figuro sola con una copa de vino en mi nuevo departamento, pero mucho mejor, con ganas de conocerme, de estar conmigo y de salir más fuerte”.
Paula (37) es madre de dos.