¿Hasta dónde podemos llegar "por amor"? Al final de la película La boda de mi mejor amigo el personaje de Julia Roberts se da cuenta de que está enamorada de su mejor amigo Michael y que, por recuperarlo, ha boicoteado la felicidad de todas las personas que la rodean. Especialmente, ha pisoteado a su adorable "enemiga", Kimberly, la novia de su mejor amigo, quien ha sido dulce y amable con ella. "Si no tuviera que odiarla, la amaría", confiesa. Su comportamiento, aunque extremo, no es atípico. El personaje de Julia Roberts, como muchas otras protagonistas de películas románticas, cree que solo ese hombre la va a hacer feliz y está dispuesta a todo para quedarse con él.

Llegar a ser amadas nos puede convertir en villanas si dejamos que nuestras acciones estén dominadas por un supuesto rechazo hacia otras mujeres. En relatos como el de La boda de mi mejor amigo la sororidad no existe, y sus protagonistas buscan desesperadamente a un hombre que las convierta en "personas completas". Esta idea de necesitar a un otro para lograr estar completa se sustenta en la creencia de que solo una pareja romántica puede generar un cambio radical en nuestras vidas o liberarnos del suplicio de la soltería.

La necesidad de una pareja para sentirnos completas se repite en la mayoría de los productos culturales que consumimos. La psicóloga especialista en Teoría de Género, Desarrollo y Políticas Públicas, Francisca Burgos, dice que esta creencia la aprendemos y reforzamos día a día: "Hay una cultura que le entrega valor al hecho de estar en pareja. Que sugiere que a las personas solteras les falta algo y que las que la tienen, son más felices".

Esta idea de que las mujeres estamos incompletas sin un hombre nació en la antigüedad con la imagen de la media naranja o la alma gemela, y que se acentuó en la época contemporánea con el auge del concepto de éxito. La socióloga del Observatorio de Género y Equidad, Tatiana Hernández, explica que la idea de una felicidad lograda en pareja se retoma fuertemente cuando se comienza a pensar en el Estado Moderno, la forma en la que nos constituimos actualmente como democracia y seres públicos. "Eso tiene un impacto muy poderoso en las ideas de las mujeres, como por ejemplo que no somos seres que toman decisiones y que necesitamos a alguien para que nos de esa valoración", dice.

"En la Ilustración se retoman los pensamientos de Aristóteles y de otros filósofos en los que la mujer se ve como un ser incompleto que no tiene categoría y, por esto, no es jerarquizable, no tiene estatus y, de tenerlo, este estatus pasa única y exclusivamente por el varón que nos da valor para convertirnos, entrecomillas, en personas", explica Hernández.

En un punto de La boda de mi mejor amigo, el personaje de Julia Roberts le hace creer al resto que está emparejada con su mejor amigo gay y todos se alegran asegurando que "es lo mejor que le puede pasar". Y es que la construcción de la idea de estar completa no la creamos solas, la vamos construyendo en sociedad. A medida de que crecemos, respondemos más directamente a la necesidad de tener pareja para ser felices. El hombre se convierte en el objetivo de nuestras vidas y dejamos de lado lo demás. Francisca Burgos dice que esto se vuelve una especia de competencia, en la que nadie quiere ser 'la solterona'. "Incluso termina siendo más importante y más valorable que la mujer tenga una pareja que una carrera".

Esto se suma a la idea de que antropológicamente el hombre es un ser carnal y la manera de atraer su atención es visual. Eso lleva a que tendamos a compararnos físicamente con otras mujeres y las veamos como una amenaza. "¿Es ella más linda que yo?, ¿Qué tiene ella que yo no tengo?". Queremos ser elegidas y sentirnos especial por serlo. Es por eso que el personaje de Julia Roberts se siente más válida que Kimberly, su supuesta competencia, solo por ser mayor que ella y haber pasado más tiempo con Michael.

Para no darle espacio a esta competencia, es importante revisar cómo tenemos arraigados estos pensamientos o herencias de movimientos culturales como el Romanticismo: la cuna del amor romántico. Uno de los pensadores de la Ilustración, Søren Kierkegard, definió a las mujeres como unas enemigas mutuas y culturalmente estériles. "Los hombres son naturalmente indiferentes entre ellos; las mujeres son por naturaleza enemigas. (...) La rivalidad, que está limitada entre los hombres a los de cada oficio, abarca en las mujeres a toda la especie, porque todas ellas no tienen sino un mismo oficio y un mismo negocio. (…)'', dijo.

Esto equivale a pensar que para las mujeres el amor es la vida. Para la socióloga del Observatorio de Género y Equidad, el impacto que tiene la filosofía de la Ilustración sobre cómo nos pensaban a las mujeres es tremendamente poderoso para entender la competencia. "Se creía que éramos una flor que se marchitaba cuando cumplíamos nuestra función social y que esta era crecer –no lo suficiente– para casarnos. Como había tan pocos hombres y habían tantas mujeres, teníamos que disputar a los hombres y ser las mejores para que ellos pudieran tomar la decisión de elegirnos". Así lo decía Kiekergard: "Algún día trataré de definir al ser femenino. Y, ¿qué definición puede adecuarse mejor? La de un ser cuya finalidad está en otro ser. La mujer es un ser que existe para otros seres".

Hernández dice que esto llevaba a que "compitiéramos entre nosotras para diferenciarnos y ser elegidas. Porque nuestra única función social era el matrimonio y tener hijos. Cuando es tan fuerte la idea de que eres en tanto te eligen, es obvio que vas a tener a competir". A pesar de que han pasado siglos desde la Ilustración, este imaginario social aún existe. "El impacto que tiene el amor romántico se ve reflejado en la incapacidad que tienen las mujeres de ser sororas entre ellas y la dificultad que experimentan para no sumarse a la manada que las ve como carne, a todas idénticas. Y por ello suelen comportarse de manera tan feroz contra las mujeres como lo son los hombres contra ellas", dice Hernández.

Por esto es importante que la sororidad sea un acto público. "Es clave que los hombres pierdan el control de la sumisión, hay que terminar con la idea de que ellos nos eligen", dice Tatiana. "Vernos a nosotras mismas así nos infantiliza y nos resta valor en la toma de decisiones".

"No nos enseñan a querernos a nosotras mismas, sino a valorarnos según el amor de otros", dice la sicóloga Francisca Burgos. "Es importante tener amor propio para no tener una relación dependiente. Saber que se puede estar en pareja de manera sana, pero que no necesito a nadie para ser feliz".