El amor
Mi primer amor fue como sacro, religioso. Me volví loca, me cambió el cuerpo, el sentido de mi cuerpo, los olores. Era primavera y hasta ahora tengo con la primavera una sensación muy fuerte relacionada con el amor; siempre en primavera me parece que va a pasar algo, como si a las siete de la tarde uno fuera a ir a una fiesta. En primavera tengo onda con la comida, con la tarde, con los ciruelos, con los aromos.
Nos conocimos en el colegio, hicimos un paseo a la playa con un grupo de amigos y yo enganché con el más guapo del colegio. Yo era la más fea, la más mal vestida, la con menos pechugas, la con menos poto. El era medio cuico, taquillerazo, era el cantante del colegio y yo la última mina que tendría que haber mirado y, bueno, me miró. Yo me decía: ¿por qué a mí? Y todo el mundo a mi alrededor decía: ¿por qué a ti? Estuvimos tres años juntos y perdimos la cabeza. Era la primera vez que me acostaba con alguien. Estábamos en una casa en Isla Negra. Estaba también mi mamá. Ella me tiene que haber visto en tal estado que habló conmigo: del amor, de las relaciones sexuales, de que cuando llegaba el momento era mejor hacerlo, de que se daba cuenta de lo que me estaba pasando, en fin, un discurso muy lindo pero también muy práctico. Un día le pregunté a mi mamá si esa noche podía dormir con él, ella me dijo que sí y me dio las buenas noches. Bueno... ahí pasó todo. Estaba nerviosa y asustada, fue espectacular, cada cosa que sucedía tenía una dimensión increíble, todavía me acuerdo de sensaciones y de terrores, de terrores que se transformaban en unas fantasías maravillosas en un solo segundo. El corazón a mil, sentir el cuerpo del otro, la torpeza, la temperatura, el dormir sin dormir. Sentía que ya era una mujer muy grande. Siempre sé con quién me va a pasar algo. Casi siempre parte de una gran complicidad que se produce en el primer "hola". Otras veces empieza al mirar a una persona que me conmueve dolorosamente, desde dentro, y que hace que yo ya no me pueda manejar bien. No sé si es porque es tan fuerte eso que siento, que me traspasa, sale hacia afuera y llega al otro, que también lo siente y que me mira a mí. Me pueden conmover su cuerpo, sus manos, sus ojos, un gesto; me conmueve un hombre al verlo actuar; me conmueven porque son flacos, porque en esa delgadez veo alguna fragilidad. Cuando uno es frágil está desnudo ante la vida, y si alguien es capaz de desnudarse ante mí y frente a la vida, yo lo amo.
No sé seducir, creo que mi seducción es silenciosa, es escuchar, es buscar complicidad ante la vida, la música, una película, un libro. El sentido del humor también me importa: tiene que ver con la humildad y con la inteligencia, con dejar la soberbia a un lado y reconocerse humano, diferenciar las cosas importantes y las simples. Mi papá, para mí, es una persona absolutamente particular: bella, bella, en todo sentido. Creo que es un hombre que no responde a los cánones masculinos de este país, que maneja una sensibilidad y una femineidad que me fascina. Creo que todos los hombres de los que me he enamorado tienen algo de él, algo especial, algo distinto. No me podría enamorar de un macho, de un guatón parrillero, ni del tallero, ni del musculoso, ni del conquistador.
Entre el amor y el dolor existe toda la relación del mundo, no sé por qué, pero creo que cuando uno mira a los ojos de otra persona y te enamoras de esa persona, sientes que se te va la vida en esos ojos y esa persona tiene en sus ojos un pedazo tuyo. Siento que el deseo tiene que ver con el dolor, con la muerte, quizás porque hay una entrega y una pérdida de control y de identidad muy fuerte cuando uno desea a otro. Cuando a mí me conmueve el cuerpo del otro, me duele. No digo "ay, mijito rico", sino que digo "uff, ese cuello, por qué tiene ese cuello, por qué tiene ese maldito cuello con esas malditas venas". Quizás eso tiene que ver con el dolor, porque el deseo es una entrega animal feroz: pierdes tu centro, pierdes tu voz, tu cara, tus gestos, emites sonidos que no manejas, eres del otro y creo que eso es como morirse. Se me va la vida en el otro.
El pudor
El pudor está relacionado con la sensibilidad que tiene uno con respecto a sí mismo: con cómo uno se ve, con qué está dispuesto a mostrar y con qué es lo que uno no entregará nunca. Tiene que ver con los rincones más recónditos del ser humano, con algo muy delicado. Yo creo que la vergüenza es más gruesa, es más concreta, es más evidente: para mí es entrar a un lugar vestida de cuero rojo. Romper el pudor, en cambio, es decirle a una persona que la he echado de menos.
Me acuerdo de las vergüenzas que uno pasó en el colegio cuando tenía diez años y que no se atrevió a contarle ni a la mamá: me acuerdo de la sensación de hacerme pipí en esas sillas azules de formalita, del terror a que me fueran a llamar para adelante, o de salir a recreo y esa soledad inmensa que sufren los niños. Mis papás también me producían mucha vergüenza: yo quería tener unos papás normales, que mi papá nunca tuviera barba, que no fuera actor, yo quería que mi mamá no usara los vestidos raros que usaba, quería que en mi casa hubiera coca-cola, que los muebles fueran como los de todas mis amigas, en mi casa era todo un poco más raro que lo normal.
Ser tan flaca siempre me complicó muchísimo, sentirme tan poco mina, saber que habían pocas cosas en la vida más fomes que bailar un lento conmigo, con la Amparo Noguera A mí nadie me corría mano, no me pasaban esas cosas. Eso tiene que ver con mis pudores.
No siento pudor arriba del escenario. Muy por el contrario: el placer de estar allá arriba tiene que ver con el poder y yo creo que uno pone un pie arriba del escenario y te conviertes en el jefe de esa sala, de todas las personas que están allí reunidas. Tú mandas: mandas el llanto, mandas la risa, mandas la vergüenza, eres amo señor. Eso es lo que te hace atractivo como actor. Siento mucho poder; mucho, mucho poder. Me siento grande.
Para un actor la timidez es algo que en un minuto puede ayudar mucho. El silencio, el estar apartado, el mirar y observar más de la cuenta, te lleva a tener más facilidad para hablar de emociones, porque has recibido las cosas que la gente que ha estado hablando o gritando no ha escuchado por estar ocupada. En cambio, los tímidos siempre hemos estado más desocupados para mirar.
El dolor
Conocí el verdadero dolor hace dos años, cuando se murió mi mamá. Es un dolor que recién estoy manejando ahora. Al ver morirse a mi mamá entendí un poco de qué se trataba la vida. Se me abrió una puerta desconocida que es la pérdida incondicional de la madre; no importa cuántos años tengas, qué trabajo, cuántas nanas, no hay nadie en el mundo que te quiera como te quiso tu madre, no va a existir, no va a existir ese abrazo, ese olor tan reconocible para uno, ese beso en la frente, creo que ahí conocí el dolor. Me duele sentir ahora que la acompañé la mitad de lo que la debiera haber acompañado. Siento que no la comprendí; es lo que a mí más me angustia. Siento que no fui capaz de entender lo que significa que una persona se esté muriendo. Muchas veces me cansé, me enojé porque no se mejoraba, porque le dolía la guata, porque estaba cansada. No le tomé la mano todas las veces que se la debería haber tomado. Ver morirse a alguien es un momento súper íntimo. El último instante, el último suspiro, es algo feroz. Me doblo, me desvanezco.
Me acuerdo de haber dicho: cuando mi mamá se muera yo no quiero que nadie se me acerque, que nadie me dé el pésame, no quiero nada. Pero el día en que ocurrió yo amaba y necesitaba profundamente a cada persona que entraba a la iglesia: Eso me enseñó a conocer la humildad, la necesidad de los amigos, de la tía que uno nunca pescó, saber que uno no es nada.El dolor lo siento en el pecho, en el cansancio. Me desvanezco, pierdo las fuerzas, lo siento en las piernas, necesito que me acurruquen, que me tomen, que me levanten físicamente, siento que me doblo. Pese a todo creo que la vida tiene sentido en el dolor. Uno ama porque tiene dolor, uno necesita porque tiene dolor, uno goza porque tiene dolor, uno es capaz de tocar a otra persona y morir de felicidad porque tiene dolor. El dolor tiene que ver con el destino, el punto es cómo se lo vive uno: si haces vista gorda o si te lo mamas. Yo creo que hay que mamárselo. Es parte de la vida, y es una buena parte de la vida, porque te enseña a ser feliz. Te obliga a ser feliz.