Ana Antico, experta en neuroarquitectura: “Si hacemos pequeños cambios en los espacios que habitamos mejoraremos nuestro bienestar y salud mental”
Cuando era una niña, la arquitecta Ana Antico, tuvo que mudarse del departamento donde vivía con su familia a una casa. La decisión fue por mejor: habría más metros cuadrados para compartir. Pero por alguna razón, el efecto fue contrario. Su madre fue diagnosticada de depresión y Ana siempre la escuchó decir que esa casa era muy fría y oscura, que no tenía luz. Y al parecer eso le quedó en el inconsciente. “Soy super sensible a los ruidos, las luces, tengo hipersensibilidad y necesito que los ambientes sean más cálidos y acogedores para sentirme bien. Quizás esto viene de esa experiencia en mi infancia”, dice.
Luego estudió arquitectura porque es una carrera que la apasiona, pero también porque en alguna parte de su cerebro (o de su corazón) quedaron grabadas las palabra de su madre. “Pensé que justamente trabajando con los espacios podría mejorar la calidad de vida de las personas, sanarlas. Y es que las mujeres tenemos esa capacidad de desarrollar nuestra vida profesional no como los hombres que dicen “business is business”, sino que también podemos hacer negocios con el alma y con propósito”, dice.
Así llegó a la neuroarquitectura. “En realidad es neurociencia aplicada a la arquitectura, porque lo que hacemos es basarnos en la neurociencia para mostrar ciertos impactos que pueden tener los espacios que habitamos en el bienestar de las personas”.
No es algo nuevo. El médico e investigador Jonas Salk durante el desarrollo de sus investigaciones, a principios de la década de los cincuenta, advirtió la importancia que el espacio tenía para el proceso creativo y para que fluyeran las ideas, la inspiración y el conocimiento. Con ese convencimiento encargó al arquitecto Louis Kahn, en 1966, el diseño y construcción del Salk Institute for Biological Studies en San Diego (California). Un edificio que es el primer ejemplo de la relación entre neurociencia y arquitectura dado que fue proyectado para fomentar las mejores condiciones de confort intelectual y físico teniendo en cuenta cómo funciona el cerebro humano.
“Uno de los pilares básicos de la relación entre Arquitectura y Neurociencia surgió hace 25 años, cuando se descubrió que el cerebro humano es plástico. Hasta entonces, se creía que el cerebro adulto perdía neuronas a medida que envejecía y que el organismo, a diferencia de lo que ocurría con las células de la piel, era incapaz de reemplazarlas. A finales de la década de los noventa, varias investigaciones como la liderada por el neurobiólogo Fred Gage demostraron que nacen neuronas a lo largo de toda la existencia humana, sobre todo en el hipocampo, la región del cerebro dedicada a procesar nueva información y almacenar memoria y recuerdos. En 2003, el neurobiólogo americano presentó su descubrimiento en un congreso del American Institute of Architecture, enunciando una idea clave: los cambios en el entorno cambian el cerebro humano y, por tanto, modifican también su comportamiento”, dicen en el grupo de investigación de la Universidad de Sevilla, Architecture & City.
A partir de aquí, la Neuroarquitectura comenzó a desarrollarse como disciplina autónoma en la Academy of Neuroscience for Architecture (ANFA) de San Diego. Su objetivo es entender cómo el hábitat en el que el ser humano desarrolla sus actividades de vida diaria afecta a su salud física y mental, a su estado de ánimo y a su comportamiento. “Se investiga cómo los diferentes aspectos de un entorno arquitectónico pueden influir sobre determinados procesos cerebrales entre los que están el estrés, la emoción, la memoria o el aprendizaje. Pues influye en la cantidad de serotonina y endorfina, hormonas de la felicidad, que pueden aumentar dependiendo de los espacios que habitamos”, dice Ana. Luego de ANFA, en Latinoamérica se creó un Instituto de arquitectura basado en neurociencia en México, Brasil y en el 2019 se fundó el primero en Chile.
¿Esto es importante, sobre todo pos pandemia que pasamos mucho más tiempo en casa?
El 90% del tiempo que pasan despiertas las personas, lo pasan dentro de un edificio o en un entorno cerrado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que el 30% de los inmuebles actuales son edificios enfermos que no ayudan a que el organismo humano mantenga un equilibrio con lo que, consecuentemente, aparecen algunas enfermedades y otras latentes se agudizan.
Suena un poco irrealista hablar de arquitectura de bienestar en un país como Chile donde la calidad de las viviendas la mayoría de las veces es deficiente, muchas personas viven en poquísimos metros cuadrados...
Claramente en esto hay, como en muchas otras cosas, una variable que son los recursos. Hay personas que acceden a más metros cuadrados, a espacios más luminosos desde la propia arquitectura. Pero de todas maneras, siempre se pueden mejorar los espacios en que habitan las personas, más allá de los metros cuadrados. Mi experiencia de niña fue un ejemplo; nosotros nos cambiamos a una casa más grande y fue peor. Por eso es que, incluso en espacios pequeños, podemos tomar algunas decisiones que mejoren nuestra calidad de vida disminuyendo el estrés.
¿Qué podemos hacer?
Yo hablo de “hackear el cerebro”, cuando no tenemos los recursos suficientes. Por ejemplo, uno de los primeros cambios tiene que ser en la luz. Idealmente hay que tener luz natural pues aumenta la vitamina D, disminuye los niveles de tristeza y cansancio. Cuando hay pocas ventanas se puede usar luz artificial pero tiene que ser luz cálida: entre 2.700 y 3.000 grados Kelvin (2700 K – 3000 K). La luz fría se ha demostrado que es útil para las personas que quieren permanecer muchas horas despiertas, pues altera el ritmo circadiano y la salida de la melatonina.
¿Los materiales también son importantes?
La recomendación es usar madera o texturas más naturales. De hecho se han hecho estudios con personas mayores en hogares en donde en los comedores se usaban mesas de vidrio o metal. Ellos comían y se iban a acostar, mientras que si comían en mesas de madera se quedaban haciendo la sobremesa y compartiendo con otros. La madera tiene la sensación de confort, de permanencia. Entonces muchas veces uno tiene materiales inadecuados, te sientes inquieto en ciertos espacios. Y así como los materiales también influye el color de las paredes, hay algunos que generan ansiedad, que te activan, incluso que generan más hambre; la altura de los cielos, que influye en la concentración; si ponemos o no plantas, pues está demostrado que disminuyen en un 37% la ansiedad y limpian el aire; qué adornos o cuadros preferimos…
¿Incluso el tipo de cuadros?
Los adornos y los cuadros. Hay algunos adornos que tienen formas puntiagudas que se perciben en el cerebro como una amenaza, y eso genera hostilidad; en cambio las formas más curvas generan la sensación de contención. Y respecto de los cuadros, en la pandemia sobre todo las personas pasamos mucho tiempo frente a un computador y de fondo solo una pared. Para que la visión funcione bien, tiene que enfocar y desenfocar, es un ejercicio, un músculo que se trabaja; por tanto lo que recomendamos es poner el escritorio frente a una ventana para ver distintos fondos. Y si eso no se puede, los cuadros también son una opción, las imágenes fractales, que son patrones que se repiten en la naturaleza y que el cerebro reconoce y genera bienestar. Al final todo influye, no solo los metros cuadrados como hablamos en un comienzo. Y lo importante es que todo esto se mide, por tanto hay un fundamento científico que nos permite hacer nuestro trabajo más valioso, no solo desde un punto de vista estético, sino que desde el bienestar.
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