Ana María Salinas, psicóloga especialista en crianza: “Cinco minutos de juego diarios son suficientes para mejorar el vínculo entre padres e hijos”

Ana María Salinas



Según cifras publicadas por Unicef en 2018, un 71% de niños, niñas y adolescentes en Chile han reportado haber sufrido algún tipo de violencia por parte de sus padres o cuidadores, de manera transversal a todas las clases sociales. Respecto a los métodos de disciplina, sólo un 31,7% de los NNA de entre 5 a 12 años vive en hogares cuya crianza es exclusivamente “no violenta”. Números alarmantes que llevaron a la Fundación Ciudad del Niño a implementar la Terapia de Interacción entre Padres e Hijos (PCIT), un programa gratuito que ya se aplica en otros 20 países, en el que, a través del juego, se busca promover el aprendizaje de prácticas parentales que fomenten el funcionamiento familiar saludable, aumentar las habilidades sociales y de cooperación infantil y disminuir las conductas problemáticas infantiles.

Ana María Salinas es la directora del programa. Cuenta que son cifras que impactan y que para entenderlas es importante precisar que estamos hablando de todo tipo de maltrato: psicológico, negligencias, maltrato físico. “En general cuando se habla de violencia hacia los niños y niñas, las personas se imaginan el maltrato físico, pero hay muchas otras conductas de omisión que generan negligencia, o conductas de maltrato psicológico que afectan la integridad psicológica de las niñas y niños”, explica.

“Nos cuesta más discriminar sobre todo el de tipo psicológico que tiene que ver, por ejemplo, con no considerar la edad o la fase evolutiva en que se encuentra el niño y exponerlo a situaciones para las que no está preparado. Por ejemplo, la falta de supervisión en su contacto con medios tecnológicos; eso puede constituir una vulneración porque existe el riesgo de que el menor esté expuesto a información que no está preparado para procesar. También cuando les gritamos, cuando hacemos caso omiso de sus llamados de atención, en todos esos casos estamos vulnerando su bienestar de alguna manera. Esas situaciones cuesta más visualizarlas”, agrega.

¿A los padres y madres de hoy, nos cuesta más poner límites?

Este punto es relevante porque no poner límites a los niños y niñas de una manera adecuada, se ha demostrado que genera ansiedad y angustia en ellos. Los niños necesitan reglas y una rutina. Lo que hay que revisar es la manera en la que se imponen esas reglas de una manera adecuada con la que estemos potenciando su desarrollo y no lo estemos afectando. Yo diría que en esto es donde las madres y padres tienen más dudas. Cuando hablamos de la disciplina tenemos a padres que son muy autoritarios y severos, que pueden caer en conductas maltratadoras, ya sea psicológicas o físicas, y otros padres que no ponen límites porque creen que los límites en sí mismos constituyen maltrato. Y la verdad es que no ponerlos puede causar vulneración.

¿Cómo se hace para llegar a ese equilibrio en una sociedad que no genera espacios para una crianza pues tenemos a padres y madres estresados lidiando con el trabajo, lo doméstico y la crianza?

Es difícil, sobre todo post pandemia. El contexto de la emergencia sanitaria nos ha estresado a todos, y en la medida en que vivimos con un evento estresor de manera permanente, también se afecta nuestro propio funcionamiento en distintos niveles: cómo congeniamos el trabajo con las labores domésticas y la crianza. Y los niños y niñas tampoco están ajenos a eso, ellos son capaces de absorber el estrés que vivimos los adultos y necesitan apoyo para entender lo que está pasando. En este sentido, darse un tiempo con ellos para conversar, aunque sean cinco minutos diarios pero un tiempo de calidad con ellos es super necesario.

¿Calidad en vez de cantidad?

Las madres y padres suelen creer que tienen que pasar mucho tiempo con sus hijos, y como eso no siempre es posible, se sienten abrumados. Pero lo que hemos visto en la aplicación de nuestro programa –que es de prevención–, es que basta con que practiquen las habilidades que les enseñamos durante solo cinco minutos al día con sus hijos. Y la verdad es que los cambios que genera son super importantes. Son cinco minutos de juego que le llamamos ‘el tiempo especial’, y que es un tiempo de práctica para los padres en el cual se vinculan con sus hijos o hijas. Lo que hemos visto es que el vínculo padre o madre e hijo, o adulto cuidador y niño o niña se fortalece bastante y genera cambios significativos. Y son solo cinco minutos. Varios papás están en condiciones de destinar ese tiempo de manera regular y se van dando cuenta cómo éste influye en la relación y en las dinámicas que tienen con el niño o niña.

¿Por qué basta tan poco tiempo?

Más que cantidad, lo que los niños necesitan, lo que requiere el vínculo padre o madre e hijo, es calidad. Y lo que hemos visto que para eso el juego entre adultos y niños es importante, y es algo que hemos abandonado, de hecho nos hemos dado cuenta de que el juego es algo completamente nuevo para varias de las familias, cosa que parece sorprendente porque el juego debiese ser una actividad cotidiana en la vida de los niños y niñas, pero parece ser que con los padres no es algo muy frecuente.

Y lo otro es que se ha demostrado que cinco minutos es tiempo suficiente, si se hace de manera regular, para fortalecer el vínculo entre padre o madre e hijo o hija. Y además es el tiempo necesario para que los padres puedan practicar esto sin que resulte agobiante. por tanto ambos lo disfrutan.

¿Pasa algo a nivel cerebral en niñas y niños con el juego?

Pasan cosas en distintos niveles: a nivel conductual, cognitivo y emocional. Esto porque el tiempo de juego le hace sentir al niño o niña que el adulto se conecta, está en sintonía con sus necesidades y que lo escucha, pues lo acompaña en una actividad que es interesante para él o ella. Es un tiempo de juego donde se establecen ciertas condiciones pero básicamente el niño o niña es el que lidera el juego y escoge los juguetes. Esto les da la sensación de que el padre o madre está atento a sus necesidades, que confía en su elección y lo sigue y refuerza.

¿Cómo debe ser ese juego?

En nuestro programa trabajamos de manera personalizada porque el contexto de cada familia es distinto y esto es determinante. Pero a modo general diría que los cinco minutos de juego, deben ser siempre en un espacio libre de distracciones; que el papá o mamá no esté contestando el celular, ni conectado con sus pendientes; que no esté la televisión prendida o que no hayan otras personas entrando y saliendo. Tienen que ser un espacio libre de distracción en donde no haya más de tres juguetes y que estos sean considerando los intereses del niño o niña y que, por ejemplo, no induzcan a la violencia, por tanto no pueden ser ni pistolas, ni soldados, ni pelotas. Tampoco plumones porque no pueden ser elementos que durante el juego puedan transformarse en un elemento estresor ni para los niños ni para los padres. Sirven entonces aquellos que fomenten la creatividad como los bloques, juguetes para armar, lápices de colores y hojas blancas. Juguetes que no tengan reglas y no llamen a las conductas violentas y que permitan la interacción.

¿Cómo han visto que mejoran las cifras de violencia que hablamos al comienzo con estas experiencias?

Muchas de las prácticas violentas de parte de los cuidadores hacia los niños y niñas, se generan de manera automática y tienen que ver con el estrés o con verse sobrepasados. Y esto suele tener que ver con conductas problemáticas que los niños y niñas presentan. Entonces esto funciona como un círculo vicioso. Por tanto, cuando padres y madres generan esos espacios de juego con los niños o niñas, se rompe ese círculo. Como los conocen mejor, están más atentos a sus necesidades, se fortalece el vínculo y aprenden a comunicarse de manera más clara con ellos y a dar instrucciones. Y esto disminuye la probabilidad de que los padres caigan en estas prácticas violentas.

¿Se genera más confianza?

Se fortalece una sintonía entre el adulto responsable y el niño o niña, una que les permite estar atentos a la necesidades y esto, a su vez, les permite actuar de una manera adecuada según sus características. Esto lo vemos porque cambia la forma de comunicarse, la manera en que se refuerzan las conductas positivas; se hace mucho más presente el elogio que la crítica, lo que aumenta la autoestima del niño o niña. También se genera una forma de comunicación en la que el adulto aprende que hay situaciones donde es importante que mantenga la calma y eso va generando un modelo para que el niño o niña aprenda también a autorregularse. En resumen, mejora la comunicación y así el tono emocional cambia completamente.

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