Nunca se olvidará de esa escena.

Ana Paula Vieira tenía diecisiete años, su padre había fallecido recién, a los 61 producto de un cáncer y su madre había sido hospitalizada por depresión con síntomas psicóticos. Hasta ese entonces había sido muy consentida. Sus papás temían que le pasara algo, como ocurrió con su primera hija, fallecida muchos años antes tras una complicación médica. Por eso la sobreprotegieron. Quizás, incluso, la sofocaron un poquito. Tenían tanto miedo a perderla. Y ahora era ella quien sentía que se había quedado sola.

“Pasé de tener las manos de ellos dos sobre mis hombros a creer que no tenía nada”, recuerda.

Se encontraba en su casa, en una villa en Río de Janeiro, desolada, tratando de procesar todo lo que le estaba pasando. Cuando su amiga Mónica apareció en la puerta de su cocina:

– Polly, ¿estás sola? ¿Por qué estás llorando?

– Es difícil…

–Lo sé, pero por eso estoy aquí. Mis papás vienen en camino: te vienes a nuestra casa. ¿Tienes un colchón o algo? Te vienes con nosotros. No te vas a quedar aquí. No vas a estar sola.

Tener a alguien que le extendiera la mano le “salvó la vida”, dice hoy Ana Paula.

Surgen las preguntas

Antes, mucho antes de ese momento con Mónica, Ana Paula había empezado a reflexionar sobre la importancia de los vínculos.

Cuando tenía 11 años, un policía golpeó la puerta de su casa para conversar con su padre. “Accidente” y “murió” fueron las palabras que ella alcanzó a escuchar. Se referían a su abuelo paterno, inmigrante portugués, viudo y de 88 años de edad.

“Para mi papá fue horrible”, recuerda Ana Paula. “Yo intentaba entender ese accidente, y me empezó a llamar la atención que nadie en mi casa quisiera referirse a las circunstancias de la muerte de mi abuelo”, añade.

–Fue un accidente –le decían.

–Pero, ¿cómo un accidente? –preguntaba ella.

–Ay, tú sabes… Era viejo, tenía demencia y sufrió un accidente –intentaban explicarle.

“¡Fíjate en el edadismo de lo que decían! Llegaron incluso a comentarme algo como que su hawaiana se cayó y él, intentando buscarla, sufrió un accidente”.

“Nunca quedó del todo claro qué había pasado con mi abuelo. Mi papá a veces aceptaba que había sido por suicidio, otras que no. Pero eso siempre me quedó dando vuelta: la dificultad de hablar sobre ese tema en nuestra casa”, afirma Ana Paula.

Para ella fue imposible eludirlo.

–Ayúdenme por favor. ¡Mi papá! ¡Mi papá! –gritó un día una de sus vecinas.

Su llamado desesperado se debía a que su padre, también portugués, de 92 años, se había suicidado.

¿Por qué hay personas mayores suicidándose? ¿Por qué nadie habla de eso? ¿Qué se puede hacer por esas personas? Fueron algunas de las muchas preguntas que Ana Paula empezó a hacerse. Pero aún tardaría un tiempo hasta empezar su búsqueda de respuestas.

Paso a paso

17 años. Pensando en el reciente fallecimiento de su papá y en la condición de su mamá, Ana Paula decidió estudiar Psicología.

Al salir, intentó trabajar con infancias, pero no se identificó con ese trabajo. Hoy, piensa que, de una manera o de otra, lo que más le atraía eran las personas mayores. Quizás -reflexiona actualmente- fue porque sus papás habían sido padres un poco mayores. O porque el envejecimiento de su madre no fue muy saludable. O porque su familia era bastante longeva.

Como fuera, lo cierto es que se especializó en psicogerontología en la Universidad Federal de Río de Janeiro, donde está el famoso Hospital Psiquiátrico Philippe Pinel. Al empezar las labores prácticas, trabajó en el Centro Diurno para Personas con Demencia y otros Trastornos Mentales. Ahí se dio cuenta de dos cosas: primero, que la mayoría de las personas que llegaban a ser atendidas eran mayores; segundo, que el grueso de sus compañeros tenía interés en trabajar con personas mayores con demencia o Alzheimer.

Ella no.

–Quiero atender a pacientes con depresión y comportamiento suicida –explicitó al resto.

Así lo hizo: mientras sus colegas hacían grupos con familiares de personas con Alzheimer para profundizar en cómo afrontar la enfermedad, ella hizo un grupo de apoyo para familiares de pacientes con trastorno depresivo y conductas suicidas. “Ellos no sabían cómo afrontar las señales de tristeza, las ganas de quitarse la vida. Era difícil para ellos no reconocer más a esa madre, padre, abuela, abuelo. Necesitaban saber qué podían hacer, porque era difícil”, rememora.

Ahora era Ana Paula quien extendía la mano a personas que necesitaban apoyo.

El viaje

Su madre estaba experimentando una serie de problemas físicos, emocionales y mentales hacia el final de su vida. En los últimos meses ya no hablaba. Le habían hecho traqueotomía y dependía de oxígeno. Alcanzó, eso sí, a hacerle un gesto de aprobación al pololo chileno de Ana Paula, René. Un pulgar hacia arriba.

Falleció poco después, a los 80 años, y cuando Ana Paula tenía tres meses de embarazo. Cuando su hija Sofía nació, la pareja decidió vivir en Chile. Lo hicieron cuando la bebé tenía 10 meses. “Para mí era muy importante que la Sofi tuviera la red que yo no tuve, una familia de sangre amplia. Que ella no viviera en esa soledad en la que yo viví a pesar de haber contado siempre con mis amigos”, afirma.

Una vez instalados en Santiago, Ana Paula quiso continuar desarrollándose en su área de expertise. Pensó incluso que la mejor forma de aprender español era comenzar a estudiar un magíster, e ingresó al curso de Envejecimiento y Calidad de Vida en la Universidad de Chile.

Su tesis fue sobre la evolución de las tasas de suicidio de personas mayores en el país en Chile, estas son altas respecto a la población general. Especialmente las de hombres mayores -como su abuelo y su vecino-. La tasa sube a medida que sube la edad de las personas mayores: “mientras más envejecen, mayor es el riesgo de suicidio. A mayor edad, mayor riesgo”, resume.

No era algo fácil tratar de explicar esa situación en su tesis. El suicidio es multicausal, detalla Ana Paula, y hay varios factores que pueden influir en una conducta suicida: la falta de habilidades sociales, la soledad no deseada, antecedentes familiares o personales de enfermedades mentales, un trauma en la infancia, un acto de violencia, un intento previo, la muerte de una persona querida, la pérdida de un trabajo, el aislamiento, dificultades financieras, ser víctima de un hostigamiento, un fracaso importante, una visión estereotipada negativa de la vejez, las dolencias crónicas, incapacitantes y dolorosas, el consumo problemático de sustancias (...).

Pero más complejo para ella era tratar de entender en ese año (2015), cuando las tasas de suicidio de personas mayores alcanzaron su punto más alto (14 por cada 100.000 habitantes, frente al 10,2 por cada 100.000 en el resto de la población), que nadie hablara de ello. Ni en el mundo de la salud. Ni en los medios.

“De ninguna manera”

Con el título de magíster en manos, Ana Paula participó en un congreso internacional de suicidología que se realizó en Santiago. Más del 90% de los trabajos, recuerda, eran sobre suicidio de jóvenes y adolescentes. Solo ella y una especialista mexicana hablaron sobre esa situación entre las personas mayores.

“Me dije a mí misma: estoy aquí en un ambiente de suicidología y en estudios sobre conducta suicida no hablan de ancianos. Cuando participaba en congresos de gerontología no sehablaba de suicidio y me preguntaba en qué mundo estamos”, detalla.

Decidió luchar por esta causa. Además de investigar sobre el tema, comenzó a trabajar clínicamente con pacientes mayores con depresión, conducta suicida y trastorno depresivo.

Hasta que la llamaron a una reunión, en calidad de profesional, en la que se formó la Red de Equipos para la Prevención del Suicidio. Al final del encuentro, se acercó a Paulina del Río, quien creó la Fundación José Ignacio luego del fallecimiento de su hijo por suicidio y que se dedica a acompañar a sobrevivientes de pérdidas de ese tipo.

–Pauli, quería tener más cuerpo para luchar, visibilizar, educar, ofrecer charlas de prevención ¿Podría tener un espacio en tu fundación para hablar de personas mayores?

–De ninguna manera.

La negativa de Paulina le llamó la atención:

–¿Por qué?

–Porque tu tema se merece una propia fundación. Es algo maravilloso, lo que haces es lindo –le contestó.

Nuevamente le volvían a tender la mano. Paulina y otras personas de la Red la orientaron y la apoyaron en la búsqueda de personal, en los aspectos legales del nacimiento de una fundación.

Y así nació Míranos. “La idea detrás de ese nombre es el llamado de personas mayores para ser visibilizadas, que se sepa qué pasa con ellas. Es un ‘oye, míranos, las personas mayores estamos aquí, sufrimos, necesitamos apoyo emocional’”, cuenta.

La imagen central usada en sus comunicaciones -cómo no-, son dos manos. “Lo que busca es mostrar la importancia de la red, de una mano que dice ‘ven conmigo, no estás sola’. El poder del amor compasivo, comunitario”, dice Ana Paula.

Míranos

Las personas mayores se plantean frases como “mi vida no tiene sentido”, “estarían mejor sin mí”, “soy una carga para todos”, “preferiría estar muerto/a”, “me quiero morir”.

Con la certeza de que “hablar del suicidio no mata, el silencio sí”, la Fundación Míranos promueve su prevención en personas mayores a través de la sensibilización, de la investigación, de la capacitación y del apoyo psicosocial.

“La idea detrás es: ¿cómo puedo prevenir algo de lo que no se habla?”, detalla. Por eso, Ana Paula hace hincapié en señales de alerta, que deben ser de conocimiento público.

Entran en esa categoría frases como “mi vida no tiene sentido”, “estarían mejor sin mí”, “soy una carga para todos”, “preferiría estar muerto/a”, “me quiero morir” y también actos no verbales, como los cambios de ánimo y conducta, el aumento de consumo de sustancias, regalar pertenencias preciadas, cerrar temas pendientes y la búsqueda por formas de suicidarse.

La fundación, por lo mismo, entrega capacitación, trabajando con profesionales, cuidadores, estudiantes, familiares e incluso con las personas mayores.

–¿Qué puedo hacer? –suelen preguntar en esas situaciones.

–Escuchar con empatía y atención; empatizar con su dolor; demostrar disposición, cuidado y preocupación; no juzgar; no descalificar las emociones; involucrar a otras personas en el proceso, como familiares y redes de apoyo; orientar a la persona afectada en la búsqueda de ayuda profesional –son algunas de las respuestas que entregan.

Míranos, también desde antes de la pandemia, ofrece atención psicológica, contención emocional e intervención en crisis vía telefónica; trabaja con la Fiscalía Occidente en personas mayores afectadas por situaciones de violencia y es parte de las fundaciones vinculadas al programa Quédate, del Gobierno de Santiago. A través de un canal de chat, la iniciativa busca ayudar en momentos de crisis, específicamente los relacionados con la temática de suicidio.

Teniendo en cuenta su vida y lo que le ha tocado ver, ¿qué le gustaría para las personas mayores?

Una vida en comunidad. Que construyamos vidas que valgan la pena vivir. El suicidio no se previene solo con acciones que se refieren a la salud física y mental. También se puede y debe evitar cuidando de la salud social, económica e integral, construyendo una sociedad inclusiva, comunitaria, donde el otro realmente me importe. Esto pasa por mirar al otro. Y es algo que me gustaría no solo para las personas mayores, sino para todos.

Una vida en comunidad. Como la que le tocó a los 17 años, cuando Mónica le extendió la mano y Ana Paula supo lo que era ser acogida, acompañada. Donde supo que pese a la pérdida de su abuelo y su vecino, el fallecimiento de su papá y el debilitamiento de la salud mental de su mamá no estaba sola. Ni lo estaría.

*En Chile existen distintos espacios de ayuda telefónica o en línea para personas que presenten pensamientos suicidas. Algunos de ellos son: Fundación Míranos: www.fundacionmiranos.org / Quédate: www.quedate.cl / Salud Responde del Ministerio de Salud: 600 360 7777 / Plataforma Saludablemente: www.gob.cl/saludablemente / Fundación José Ignacio: www.fundacionjoseignacio.org / Fundación Todo Mejora: www.todomejora.org / Fundación Summer: www.fsummer.cl